¿Quién nombró al obispo de Limburg?
Sin saber los pormenores del nombramiento de Franz Peter Tebartz van Elst para auxiliar de Münster y luego para obispo de Limburg, llama mucho la atención que las pocas personas que decidieron el ascenso de este cristiano no conocieran su inclinación al autoritarismo, al excesivo esplendor en sus apariciones litúrgicas y su extremado gusto por el lujo y el fasto, tan ajeno a una mínima sensibilidad evangélica y social. Una personalidad con tendencias tan marcadas no se hace de la noche a la mañana. Seguro que si se hubiera ampliado la base de consultas habría surgido una información más abundante y valiosa para evitar que alguien como él se ciñera la mitra de pastor diocesano. La pregunta es clara: Si se hubiera preguntado a las comunidades de Münster y Limburg, ¿habría llegado este hermano a donde llegó? Todo el mundo estará de acuerdo en que, en general y más allá de este caso, el talante obsecuente y complaciente del candidato hacia sus superiores jerárquicos no pude ser nunca criterio único ni predominante en el momento de asignar el mejor servidor-obispo a una Iglesia local.
No está uno en condiciones de juzgar a nadie. Somos “unos pobre siervos”, sometidos al juicio de Dios y necesitados de su misericordia. Es más, puestos a buscar víctimas del error cometido en su nombramiento, habría que señalarle a él mismo, antes quizá que a la propia diócesis.
A cualquiera se le ocurre que no existe la receta única para elegir al obispo perfecto. Pero el actual procedimiento, confiado a unas pocas personas que se mueven en lo escondido, poco tiene que ver con lo que correspondería a un pueblo de Dios adulto. No nos vendría nada mal aprender del buen funcionamiento de no pocas instituciones de la sociedad civil. Se evitaría mucha pérdida de energías y sufrimientos inútiles. Por lo demás, existen precedentes en la historia de la Iglesia que cabría tener en cuenta para una renovación.
Los dos últimos papas han advertido contra el carrerismo y el afán de cargos y honores en los clérigos. Con especial énfasis el papa Francisco ha insistido en un episcopado mucho más como servicio que como honor. Que algunos aficionados a los ascensos se vieran frustrados en sus pretensiones por un método más participativo es algo que importaría muy poco. Incluso sería saludable. Lo verdaderamente importante es dar con las fórmulas para poner al frente de una diócesis al pastor que mejor la vaya a servir.
¿Quién eligió al obispo de Limburg?