¿Quién nombró al obispo de Limburg?

El caso del obispo de Limburg da que pensar. Quienes seguimos amando a la Iglesia desde dentro nos preguntamos muy a menudo por el sistema empleado para el nombramiento de los obispos. Como queremos seguir amándola y permanecer dentro de ella, sufrimos con las limitaciones del procedimiento habitual. Seguro que en los nombramientos de Franz Peter Tebartz van Elst se siguieron las pautas del Código de Derecho Canónico. Hasta ahí todo en orden. Pero viene la pregunta: ¿es este el mejor sistema de nombramiento para pastor de una iglesia local? Todavía muy joven, se le promovió a auxiliar de Münster. ¿Tuvieron voz los sacerdotes y fieles de esa diócesis para la llegada al episcopado de este sacerdote?El canon 377 especifica el procedimiento secreto en el que participan unas pocas personas, algunas, las más determinantes, ajenas a la propia diócesis. ¿Tan inmadura es una Iglesia local, tan inmaduros sus sacerdotes, religiosos y laicos que no interesa nada su juicio en algo tan importante y que tan de cerca les concierne? La parábola de Jesús el Buen Pastor y de sus seguidores como grey es preciosa, pero a veces se ha caído en la tentación de llevarla más allá de su sentido para tratar a las ovejas y a sus pastores menores como pobres borregos mudos, sin voz ni discernimiento. El canon 377, después de referirse a la lista elaborada bajo secreto por los obispos y luego a la famosa terna, no menos secreta, señala: “...oiga además el Legado pontificio a algunos del colegio de consultores y del cabildo catedral y, si lo juzgare conveniente, pida en secreto y separadamente el parecer de algunos de uno y otro clero, y también de laicos que destaquen por su sabiduría”. Si este parecer se pide, se hace a personas contadas y también bajo estricto secreto. ¿Nada tienen que decir los consejos del Presbiterio y de Pastoral, elegidos al menos parcialmente por sus bases, cuando se les va a nombrar un obispo nuevo? ¿Nada -casi, casi nada- el Pueblo de Dios? Luego puede suceder que el nombrado sea un hombre tan desconocido en la nueva diócesis como desconocedor de la realidad que le aguarda. Puede suceder que quien llega de pronto carezca de las cualidades razonablemente exigibles a un pastor diocesano, a veces de una mínima experiencia parroquial y pastoral. Lo de menos es que tenga que cargar con la desconfianza, con la lejanía de su gente. Más grave es la situación prolongada de parón y de atonía que puede generarse en la vida de la diócesis.

Sin saber los pormenores del nombramiento de Franz Peter Tebartz van Elst para auxiliar de Münster y luego para obispo de Limburg, llama mucho la atención que las pocas personas que decidieron el ascenso de este cristiano no conocieran su inclinación al autoritarismo, al excesivo esplendor en sus apariciones litúrgicas y su extremado gusto por el lujo y el fasto, tan ajeno a una mínima sensibilidad evangélica y social. Una personalidad con tendencias tan marcadas no se hace de la noche a la mañana. Seguro que si se hubiera ampliado la base de consultas habría surgido una información más abundante y valiosa para evitar que alguien como él se ciñera la mitra de pastor diocesano. La pregunta es clara: Si se hubiera preguntado a las comunidades de Münster y Limburg, ¿habría llegado este hermano a donde llegó? Todo el mundo estará de acuerdo en que, en general y más allá de este caso, el talante obsecuente y complaciente del candidato hacia sus superiores jerárquicos no pude ser nunca criterio único ni predominante en el momento de asignar el mejor servidor-obispo a una Iglesia local.

No está uno en condiciones de juzgar a nadie. Somos “unos pobre siervos”, sometidos al juicio de Dios y necesitados de su misericordia. Es más, puestos a buscar víctimas del error cometido en su nombramiento, habría que señalarle a él mismo, antes quizá que a la propia diócesis.

A cualquiera se le ocurre que no existe la receta única para elegir al obispo perfecto. Pero el actual procedimiento, confiado a unas pocas personas que se mueven en lo escondido, poco tiene que ver con lo que correspondería a un pueblo de Dios adulto. No nos vendría nada mal aprender del buen funcionamiento de no pocas instituciones de la sociedad civil. Se evitaría mucha pérdida de energías y sufrimientos inútiles. Por lo demás, existen precedentes en la historia de la Iglesia que cabría tener en cuenta para una renovación.

Los dos últimos papas han advertido contra el carrerismo y el afán de cargos y honores en los clérigos. Con especial énfasis el papa Francisco ha insistido en un episcopado mucho más como servicio que como honor. Que algunos aficionados a los ascensos se vieran frustrados en sus pretensiones por un método más participativo es algo que importaría muy poco. Incluso sería saludable. Lo verdaderamente importante es dar con las fórmulas para poner al frente de una diócesis al pastor que mejor la vaya a servir.

¿Quién eligió al obispo de Limburg?
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