¿Y la verdad os hará libres?

En una entrevista de radio me preguntaron una vez si me sentía libre en la Iglesia. Contesté que sí, naturalmente. Y lo razoné. Me sentía más libre que lo que podía sentirse en su propia empresa quien me lo preguntaba. Así se lo insinué veladamente y luego, a micrófono cerrado, vino a darme la razón. ¿Me gusta todo lo que veo en esta Iglesia de nuestros pecados? No. Pero he recibido mucho en ella y me siento muy agradecido hacia tantos que desde su fe me regalaron gratis parte de su tiempo y de su vida. Si pienso o escribo “Iglesia” pienso inmediatamente en los creyentes, en todos, no sólo ni principalmente en la pequeña minoría de Servicios (Ministerios) en la que, por cierto, en un escala muy humilde me encuentro yo mismo. Pero eso no me puede llevar, ni a mí ni a nadie, a abdicar de lo que Dios nos dio como primer regalo: nuestra condición de seres humanos, creados a su imagen, capaces de amar, inteligentes y libres.

Cuando escribí y luego publiqué la broma en serio del siguiente poema no era el caso de entrar en estas o semejantes disquisiciones. Los versos están ahí y dicen sólo lo que dicen.

SEÑOR, NO ME PERMITAS

...y la verdad os hará libres (Jn 8, 32).


Señor: no me permitas
ser mudo, sordo, ciego,
ni en el rebaño de tu Iglesia
sumiso e infantil, tonto borrego
que por el pasto vaya
siguiendo a los demás, prietas las filas,
ni que entre y salga por tu templo
de bobo santurrón o meapilas.


Yo quiero ser, Señor, tu hijo querido
y que lo sean todos los humanos:
pertenecer a un pueblo redimido
no de esclavos, de hermanos.


(Obra poética, p. 540).
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