De la Asamblea de Jerusalén al Sínodo de la Familia

Este próximo domingo comienza el Sínodo extraordinario sobre la Familia que ha convocado el Papa Francisco, a modo de primera parte de una segunda que será el Sínodo ordinario de 2015 y que continuará con el mismo tema.

Alguno de los temas que tratará el Sínodo ya han sido desmenuzados por muchos católicos en conversaciones, especialmente en foros de discusión en Internet. Y ahí van algunas de mis perplejidades…

Siempre me ha molestado enormemente que en los parlamentos los partidos políticos ya hayan decidido cuál será su voto antes de escuchar al otro partido, al parlamentario del otro bando. Me pregunto: ¿Para qué sirven, entonces, tantas horas de oratoria parlamentaria? Y si al final todo se reduce a que el portavoz de cada grupo levante un dedo para el sí o dos dedos para el no, ¿para qué se necesitan cientos de parlamentarios?

Si el Sínodo ya está hablado por adelantado… si importa poco, pues, lo que dialoguen durante sus sesiones porque yo ya tengo mi idea y de ella nadie me mueve… ¿para qué un Sínodo?

Creo, sinceramente, que algunos tienen un problema con el sentido de colegialidad, del que tanto habló el Concilio Vaticano II. Bueno, quizá más bien, lo tienen con todo el Concilio. La Iglesia ni es, ni debe ser, un «solo ante el peligro». El Papa necesita del consejo de otros miembros de la Iglesia.

Pero, paradójicamente, aquellos que parecen no entender la colegialidad, tampoco aceptan muchas decisiones del Papa. ¿Qué nos queda? Si no aceptan al Papa, si no aceptan la colegialidad… parece que tan solo quedan ellos y lo que ellos piensan.

Seguramente algo de esto ocurrió en la Asamblea de Jerusalén (Hechos de los Apóstoles 15), considerado el primer concilio de la historia de la Iglesia. Pablo se presentó con una propuesta nueva, diferente, heterodoxa, atrevida, revolucionaria… La propuesta de Jesucristo es universal y, por tanto, no hace falta ser judío, no es necesario circuncidarse, para abrazar y vivir la fe cristiana.

Pero, este Pablo, ¿quién se ha creído que es?, se preguntaban los líderes de la comunidad cristiana, especialmente los de la Comunidad de Jerusalén, liderados por Santiago.

Y, sin embargo, se le escuchó. Pedro escuchó a Pablo y Pablo ayudó a discernir y decidir a Pedro. Y lo que parecía una estrambótica idea del loco de Pablo… resultó ser lo que la Asamblea presidida por Pedro entendió que era la voluntad del Señor. Y gracias a ello, la Iglesia es Católica, universal, y a nosotros también nos ha llegado la invitación de seguir a Jesucristo.

Un Sínodo se ha concebido para poder dialogar y discutir sobre un tema de fe y moral en un marco de presencia y asistencia del Espíritu Santo. Todos los participantes aman a la Iglesia pero no todos la conciben completamente igual, hay matices y diferencias, como las había entre Pedro, Pablo y Santiago. Dejemos, pues, que ilumine el Espíritu para que así hable el mismo Espíritu.

Y a los «profetas de calamidades», tal como los llamaba san Juan XXXIII, habrá que pedirles que practiquen más las virtudes teologales: más fe, más esperanza y muchísima más caridad.

Quique Fernández
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