Un comentarista habitual del Blog manifiesta que le parece escasa respuesta eclesial aceptarles la renuncia a estos impresentables obispos a los que se les descubre una doble vida vergonzosa y repugnante.
La Iglesia hoy no dispone de cárceles para eclesiásticos. Y me alegro mucho porque me parece muy bien que aquellos a quienes les corresponda prueben lo que son las prisiones civiles. P?ero estoy de acuerdo en que se debería dar un paso más. Y públicamente. Creo que se impone, en unos cuantos casos, la reducción al estado laical o, por lo menos, la suspensión a divinis. Y si se quedan con una mano delante y otra detrás, ambas manos que no utilizaron cuando debían o que si las utilizaron, peor, pues que pidan limosna a la puerta de una iglesia.
Todavía quedan restos de corporativismo vergonzante que deberían desaparecer. Para bien de todos.