¿Rompercon el orden o deserden establecido (11.2.17)
Lo que está en juego es la persona
“Viendo a un leproso que pedía ser curado, Jesús extendió la mano y le tocó diciendo: quiero, queda limpio”
El significado de esta curación sólo se aprecia en el contexto de aquella sociedad judía. La enfermedad se veía como castigo de Dios y en concreto la lepra era como una maldición. Los desfigurados por ese contagio eran echados fuera de la sociedad, no podían acercarse a los poblados y nadie debía entrar en contacto con ellos porque contraería impureza. Prevalecía claramente una legislación social y religiosa que aplastaba la dignidad de las personas.
En ese contexto tiene un significado profético el gesto de Jesús rompiendo con el orden o desorden establecido. No es un anárquico que pretende la existencia de una organización social o religiosa donde no haya unas normas. Desde su experiencia de Dios, cuya imagen es la persona humana, va más al fondo; cuestiona la licitud de una ley cuando denigra o excluye a la persona humana. Y la ruptura con el sistema inhumano – “saliendo fuera” dice el evangelio- es obra del leproso y de Jesús. El leproso sale de su cueva con la legislación le retenía excluido, y Jesús, contra la prohibición legal, va más allá tendiendo la mano al leproso Este a su vez deja de lado la prohibición y no solo se acerca sino que da su mano al leproso. Los dos quedan excluidos del sistema vigente, son condenados por sus conductas humanitarias, no pueden entrar ya en ciudades marcadas por el sistema; quedan “al descampado” sin cobertura social.
La sociedad actual y en ella los cristianos proclamamos a los cuatro vientos: ”el sujeto, el principio y el fin de todas las instituciones sociales es la persona humana”. Pero conviene que mirando al panorama de nuestro entorno y a nuestra propia conducta formulemos esa proclamación como interrogante. No es discutible que la obsesión por ganar más dinero tira por los suelos la dignidad de las personas. Unas porque viven arrodillados como esclavos ante los ídolos del tener y del poder. Otras porque se ven reducidas a cosas utilizables y tratadas como trapos. Y mientras, nosotros como cristianos ¿a qué grupo nos apuntamos? No sólo como miembros de una sociedad desfigurada por la corrupción. También dentro de nuestras familias, en nuestras relaciones con los demás personas y con nuestro entorno creacional. Hay que pensar en esto y tomar medidas cuando nuestra cultura está generando un modelo de persona consumidora y depredadora. En esta líquida y en una sociedad éticamente desfinalizada, cada una y cada uno somos puestos en manos de nuestra propia decisión. Es hora de que nos responsabilicemos.
“Viendo a un leproso que pedía ser curado, Jesús extendió la mano y le tocó diciendo: quiero, queda limpio”
El significado de esta curación sólo se aprecia en el contexto de aquella sociedad judía. La enfermedad se veía como castigo de Dios y en concreto la lepra era como una maldición. Los desfigurados por ese contagio eran echados fuera de la sociedad, no podían acercarse a los poblados y nadie debía entrar en contacto con ellos porque contraería impureza. Prevalecía claramente una legislación social y religiosa que aplastaba la dignidad de las personas.
En ese contexto tiene un significado profético el gesto de Jesús rompiendo con el orden o desorden establecido. No es un anárquico que pretende la existencia de una organización social o religiosa donde no haya unas normas. Desde su experiencia de Dios, cuya imagen es la persona humana, va más al fondo; cuestiona la licitud de una ley cuando denigra o excluye a la persona humana. Y la ruptura con el sistema inhumano – “saliendo fuera” dice el evangelio- es obra del leproso y de Jesús. El leproso sale de su cueva con la legislación le retenía excluido, y Jesús, contra la prohibición legal, va más allá tendiendo la mano al leproso Este a su vez deja de lado la prohibición y no solo se acerca sino que da su mano al leproso. Los dos quedan excluidos del sistema vigente, son condenados por sus conductas humanitarias, no pueden entrar ya en ciudades marcadas por el sistema; quedan “al descampado” sin cobertura social.
La sociedad actual y en ella los cristianos proclamamos a los cuatro vientos: ”el sujeto, el principio y el fin de todas las instituciones sociales es la persona humana”. Pero conviene que mirando al panorama de nuestro entorno y a nuestra propia conducta formulemos esa proclamación como interrogante. No es discutible que la obsesión por ganar más dinero tira por los suelos la dignidad de las personas. Unas porque viven arrodillados como esclavos ante los ídolos del tener y del poder. Otras porque se ven reducidas a cosas utilizables y tratadas como trapos. Y mientras, nosotros como cristianos ¿a qué grupo nos apuntamos? No sólo como miembros de una sociedad desfigurada por la corrupción. También dentro de nuestras familias, en nuestras relaciones con los demás personas y con nuestro entorno creacional. Hay que pensar en esto y tomar medidas cuando nuestra cultura está generando un modelo de persona consumidora y depredadora. En esta líquida y en una sociedad éticamente desfinalizada, cada una y cada uno somos puestos en manos de nuestra propia decisión. Es hora de que nos responsabilicemos.