¿Sacerdote o Presbítero?
Los nombres que se dan a los sacerdotes no son los dos del título de este tema. Se le llama también padre y cura. A ellos hemos de añadir otros que se usan en la conversación y en os documentos. Uno de ellos sería clérigo, junto con la palabra clero. Además, aunque se aplica a los obispos, también podemos recordar el término jerarquía.
La palabra sacerdote viene a significar algo así como dador de lo sagrado. Es lo que nos dicen sus dos componentes latinos: sacer, cuyo significado general hace referencia a lo sagrado, sin mayor especificación, y dote, que viene del verbo latino dar, en latín donare.
¿Qué decir de este término, que es el que usamos ordinariamente para designar a los hombres consagrados para el ministerio ordenado? Diríamos que no es el más adecuado, porque toma o recoge solamente una de las actividades de las personas ordenadas, que son las celebraciones cultuales y sacramentales. El término sacerdote alude principalmente al hombre del culto; y lo sacerdotes católicos no son solamente hombres del culto.
La palabra padre se ha extendido y podría ser actualmente la más usada para hablar con un sacerdote o sobre un sacerdote. Pero no es una palabra válida. Recuerdo perfectamente que, durante mi niñez, juventud e incluso adultez en muchos lugares, a los sacerdotes religiosos se les llamaba padres, mientras que los diocesanos recibían el tratamiento de Don. Decíamos: el padre Ignacio; pero acto seguido, don Bartolomé. Era el tratamiento habitual. El cambio a llamar padres a los diocesanos vino en España principalmente del sur y de Madrid; en América Latina, cuando yo llegué, a todos los sacerdotes se llamaba padres indistintamente.
Tengo la impresión –no puedo decir más que impresión, porque carezco de datos- de que, en las relaciones normales de la gente, se atribuía más categoría a los religiosos; el llamarlos padres les daba esa categoría; o bien, al revés, se los consideraba superiores en algún sentido –votos, espiritualidad, estudios, etc., más la propaganda que algunas órdenes se hacían- y por eso se les llamaba padres. En algunos lugares los diocesanos empezaron a llamarse padres, para mostrar, con razón, que no eran ni son inferiores a los religiosos. Hace tiempo que vine a América, pero me parece que en Bilbao, por ejemplo, con los diocesanos se usará muy poco la palabra padre. Lo que dice el evangelio está claro, por más explicaciones que demos: ’No dejéis que os llamen maestro’. ‘No llaméis a nadie padre’ (Mt 23,8.9).
En el fondo –y en la superficie- el uso de la palabra padre es un resto del patriarcalismo. Distintos textos de los evangelios –además del mencionado- nos muestran que Jesús no era patriarcalista. Se daba cuenta de que el patriarcalismo había sido una dominación. Y no es que Jesús deseche la autoridad. Pero ha de ser una autoridad que actúe siempre mirando a Jesús y con misericordia; una autoridad fraternal. Esto queda muy claro en Mt 18. Él nos enseñaba el igualitarismo, la fraternidad.
En la comunidad cristiana el único Padre es Dios y el único líder, Jesús. ¿O nos dirán que el patriarcalismo ya pasó, cuando oímos o leemos, día tras día, tantos casos de maltrato de mujeres? Sería un gran bien para nosotros y para la Iglesia el desuso creciente de la palabra padre.
Veamos, pues, la palabra CURA. Cuando hablo sobre ella, suelen nombrar la palabra sanación. El sacerdote sería el cura que sana a los cristianos heridos o enfermos… No me disgusta esta explicación. Pero ocurre que la palabra CURA viene de una palabra latina que significa CUIDADO; y el verbo correspondiente significa cuidar. ¿El sacerdote sería, pues, el que cuida de su comunidad cristiana? Ahí podría incluirse lo de la sanación. Y me resulta interesante que, con esta denominación, aparece la palabra comunidad, que no había aparecido en las dos denominaciones anteriores; una palabra fundamental para el sacerdote. Esta denominación puede valer para el ministerio ordenado, aunque su uso ha sufrido un desgaste, que la ha convertido en vulgar y hasta un poco despectiva, según el tono con que se pronuncie. Por supuesto, es un término mucho mejor que los dos anteriores.
La cuarta palabra seleccionada es PRESBÍTERO. Amigos que acudieron a mi ordenación sacerdotal –yo era muy mayor cuando di este paso- oyeron durante la celebración esta palabra. Y después me preguntaron por ella. Era gente culta, que había hecho buenos estudios. Me di cuenta de que este vocablo no había llegado al público general. Pero en el semanario de la arquidiócesis de San Salvador, llamado Orientación, todos los sacerdotes que se mencionan, llevan siempre detrás la palabra presbítero en abreviatura. Ello me hace sospechar que en este País no es una palabra desconocida. Si alguien pregunta de dónde ha salido, se le puede recordar otra palabra de la misma raíz, cuyo significado es fácil que conozcan: la palabra PRESBICIA. Ambas tienen una raíz que significa anciano. En el término presbítero, su significado no es cronológico, sino de autoridad moral. Tiene mucho parecido con la palabra líder, referida al líder democrático, en contraposición a otras dos clases de líderes: el autocrático o autoritario, que gobierna con mano de hierro, y el liberal, que apenas gobierna. Presbítero equivale, pues, a líder democrático y fraternal. En mi opinión, es el término más adecuado para designar al sacerdote. El líder democrático no se presenta como jefe, sino como uno más del grupo, que lo acompaña, lo prepara, lo organiza y le propone caminos de eficacia y desarrollo. Y es así como ejerce su función de jefe.
Habrá quien pregunte si este término tiene base bíblica. No todo tiene que tener base bíblica. El mundo moderno ha creado una cultura democrática, de la que tenemos mucho que aprender. El peligro es que el sacerdote, desde que es seminarista, se siente destinado a mandar. En su pueblo lo veneran y pronto lo tratan como miembro del gremio sacerdotal. Ahí se está gestando la separación entre los sacerdotes y los laicos. Los seminaristas debieran pensar muchas veces en lo que nos dice el Maestro en Lc 22,27: ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Es magnífico. Otro texto nos cuenta que, si el amo llega tarde y encuentra a los trabajadores con todo bien hecho, él mismo se pondrá el delantal y los servirá. Es otra cita poderosa, que tiene una bella alusión indirecta a la eucaristía (Lc 12,37).
La conclusión de esta reflexión es que nos quedamos con la denominación de presbítero y sus consecuencias, como el mejor término para referirse a los sacerdotes y marcar cuál debe ser su práctica. Y si a los diocesanos les damos el tratamiento de don, dejando el de padre, mucho mejor. Será una novedad excelente.
Pero nos quedan dos palabras más, que merecen un pequeño comentario. Una es clero, la otra, jerarquía. Ambos términos son de mucho uso.
La palabra clero viene del griego clerós. Inicialmente podía significar lote, el lote que me cayó en suerte. Los setenta sabios judíos de Alejandría, que tradujeron la Biblia hebrea al griego, le dieron a esa palabra un sentido religioso y la usaron, con el compuesto cleronomía, para designar a Israel, pueblo elegido o lote del Señor. Después los cristianos, que se consideraban los herederos espirituales de Israel, lo tomaron para ellos. Pero hacia el siglo III, hubo un movimiento que podríamos llamar machista, empeñado en sacar a las mujeres de los servicios cultuales que a veces dirigían y para atribuir a los hombres del culto la palabra clerós. Los elegidos eran ellos. Es una palabra usurpada al pueblo de Dios, sobre todo a los laicos; una palabra que no me gusta nada.
Finalmente, Jerarquía viene de hierós, que significa sagrado, y de arquía, que se refiere al poder. Su significado es, pues, algo así como poder sagrado. Se usa para referirse a los obispos. Tampoco es de mi agrado. Me parece que línea del evangelio es otra. La carta a los Hebreos dice que el único sacerdote es Jesucristo. La separación creada entre clero y laicos desde aquella época no ha sido nada positiva. Desde entonces los laicos son cristianos de segunda división. Esto ha durado hasta poco antes del concilio. Y la separación todavía tiene mucho arraigo. Esa visión del laicado, que ha florecido sobre todo en el segundo milenio, tiene una de sus expresiones más llamativas en el famoso texto del papa san Pío X, que, por su rotundidad, es un monumento a la cerrazón ideológica.
“Dice la Escritura, y lo confirma la doctrina entregada por los Padres, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, administrada por la autoridad de los pastores; es decir, una sociedad en la que algunos presiden a los demás con plena y perfecta potestad de regir, enseñar y juzgar. Es, por consiguiente, esta sociedad, por la fuerza de la misma naturaleza, desigual. Comprende un doble orden de personas: los pastores y el rebaño; es decir, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía y la multitud de los fieles. Y estos órdenes hasta tal punto son distintos entre sí, que sólo en la jerarquía reside el derecho y la autoridad para mover y dirigir a los demás socios al fin propuesto a la sociedad. Por el contrario, el deber de la multitud es aceptar ser gobernados y seguir obedientemente la dirección de los pastores” (Vehementer nos, 1906).
Por no acabar con esta cita, termino recordando dos párrafos del concilio Vaticano II sobre la dignidad del laico.
“Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo a través de ellos puede llegar a ser sal de la tierra”. “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Igual que la levadura, han de contribuir desde dentro a la santificación del mundo... A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales, de tal manera, que se realicen según el espíritu de Jesucristo”, incluso “en las estructuras del mundo” (LG 33-b; 31-b; 36).
Patxi Loidi, Pbro., 29 de enero de 2018
Francisco.loidi@gmail.com
La palabra sacerdote viene a significar algo así como dador de lo sagrado. Es lo que nos dicen sus dos componentes latinos: sacer, cuyo significado general hace referencia a lo sagrado, sin mayor especificación, y dote, que viene del verbo latino dar, en latín donare.
¿Qué decir de este término, que es el que usamos ordinariamente para designar a los hombres consagrados para el ministerio ordenado? Diríamos que no es el más adecuado, porque toma o recoge solamente una de las actividades de las personas ordenadas, que son las celebraciones cultuales y sacramentales. El término sacerdote alude principalmente al hombre del culto; y lo sacerdotes católicos no son solamente hombres del culto.
La palabra padre se ha extendido y podría ser actualmente la más usada para hablar con un sacerdote o sobre un sacerdote. Pero no es una palabra válida. Recuerdo perfectamente que, durante mi niñez, juventud e incluso adultez en muchos lugares, a los sacerdotes religiosos se les llamaba padres, mientras que los diocesanos recibían el tratamiento de Don. Decíamos: el padre Ignacio; pero acto seguido, don Bartolomé. Era el tratamiento habitual. El cambio a llamar padres a los diocesanos vino en España principalmente del sur y de Madrid; en América Latina, cuando yo llegué, a todos los sacerdotes se llamaba padres indistintamente.
Tengo la impresión –no puedo decir más que impresión, porque carezco de datos- de que, en las relaciones normales de la gente, se atribuía más categoría a los religiosos; el llamarlos padres les daba esa categoría; o bien, al revés, se los consideraba superiores en algún sentido –votos, espiritualidad, estudios, etc., más la propaganda que algunas órdenes se hacían- y por eso se les llamaba padres. En algunos lugares los diocesanos empezaron a llamarse padres, para mostrar, con razón, que no eran ni son inferiores a los religiosos. Hace tiempo que vine a América, pero me parece que en Bilbao, por ejemplo, con los diocesanos se usará muy poco la palabra padre. Lo que dice el evangelio está claro, por más explicaciones que demos: ’No dejéis que os llamen maestro’. ‘No llaméis a nadie padre’ (Mt 23,8.9).
En el fondo –y en la superficie- el uso de la palabra padre es un resto del patriarcalismo. Distintos textos de los evangelios –además del mencionado- nos muestran que Jesús no era patriarcalista. Se daba cuenta de que el patriarcalismo había sido una dominación. Y no es que Jesús deseche la autoridad. Pero ha de ser una autoridad que actúe siempre mirando a Jesús y con misericordia; una autoridad fraternal. Esto queda muy claro en Mt 18. Él nos enseñaba el igualitarismo, la fraternidad.
En la comunidad cristiana el único Padre es Dios y el único líder, Jesús. ¿O nos dirán que el patriarcalismo ya pasó, cuando oímos o leemos, día tras día, tantos casos de maltrato de mujeres? Sería un gran bien para nosotros y para la Iglesia el desuso creciente de la palabra padre.
Veamos, pues, la palabra CURA. Cuando hablo sobre ella, suelen nombrar la palabra sanación. El sacerdote sería el cura que sana a los cristianos heridos o enfermos… No me disgusta esta explicación. Pero ocurre que la palabra CURA viene de una palabra latina que significa CUIDADO; y el verbo correspondiente significa cuidar. ¿El sacerdote sería, pues, el que cuida de su comunidad cristiana? Ahí podría incluirse lo de la sanación. Y me resulta interesante que, con esta denominación, aparece la palabra comunidad, que no había aparecido en las dos denominaciones anteriores; una palabra fundamental para el sacerdote. Esta denominación puede valer para el ministerio ordenado, aunque su uso ha sufrido un desgaste, que la ha convertido en vulgar y hasta un poco despectiva, según el tono con que se pronuncie. Por supuesto, es un término mucho mejor que los dos anteriores.
La cuarta palabra seleccionada es PRESBÍTERO. Amigos que acudieron a mi ordenación sacerdotal –yo era muy mayor cuando di este paso- oyeron durante la celebración esta palabra. Y después me preguntaron por ella. Era gente culta, que había hecho buenos estudios. Me di cuenta de que este vocablo no había llegado al público general. Pero en el semanario de la arquidiócesis de San Salvador, llamado Orientación, todos los sacerdotes que se mencionan, llevan siempre detrás la palabra presbítero en abreviatura. Ello me hace sospechar que en este País no es una palabra desconocida. Si alguien pregunta de dónde ha salido, se le puede recordar otra palabra de la misma raíz, cuyo significado es fácil que conozcan: la palabra PRESBICIA. Ambas tienen una raíz que significa anciano. En el término presbítero, su significado no es cronológico, sino de autoridad moral. Tiene mucho parecido con la palabra líder, referida al líder democrático, en contraposición a otras dos clases de líderes: el autocrático o autoritario, que gobierna con mano de hierro, y el liberal, que apenas gobierna. Presbítero equivale, pues, a líder democrático y fraternal. En mi opinión, es el término más adecuado para designar al sacerdote. El líder democrático no se presenta como jefe, sino como uno más del grupo, que lo acompaña, lo prepara, lo organiza y le propone caminos de eficacia y desarrollo. Y es así como ejerce su función de jefe.
Habrá quien pregunte si este término tiene base bíblica. No todo tiene que tener base bíblica. El mundo moderno ha creado una cultura democrática, de la que tenemos mucho que aprender. El peligro es que el sacerdote, desde que es seminarista, se siente destinado a mandar. En su pueblo lo veneran y pronto lo tratan como miembro del gremio sacerdotal. Ahí se está gestando la separación entre los sacerdotes y los laicos. Los seminaristas debieran pensar muchas veces en lo que nos dice el Maestro en Lc 22,27: ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Es magnífico. Otro texto nos cuenta que, si el amo llega tarde y encuentra a los trabajadores con todo bien hecho, él mismo se pondrá el delantal y los servirá. Es otra cita poderosa, que tiene una bella alusión indirecta a la eucaristía (Lc 12,37).
La conclusión de esta reflexión es que nos quedamos con la denominación de presbítero y sus consecuencias, como el mejor término para referirse a los sacerdotes y marcar cuál debe ser su práctica. Y si a los diocesanos les damos el tratamiento de don, dejando el de padre, mucho mejor. Será una novedad excelente.
Pero nos quedan dos palabras más, que merecen un pequeño comentario. Una es clero, la otra, jerarquía. Ambos términos son de mucho uso.
La palabra clero viene del griego clerós. Inicialmente podía significar lote, el lote que me cayó en suerte. Los setenta sabios judíos de Alejandría, que tradujeron la Biblia hebrea al griego, le dieron a esa palabra un sentido religioso y la usaron, con el compuesto cleronomía, para designar a Israel, pueblo elegido o lote del Señor. Después los cristianos, que se consideraban los herederos espirituales de Israel, lo tomaron para ellos. Pero hacia el siglo III, hubo un movimiento que podríamos llamar machista, empeñado en sacar a las mujeres de los servicios cultuales que a veces dirigían y para atribuir a los hombres del culto la palabra clerós. Los elegidos eran ellos. Es una palabra usurpada al pueblo de Dios, sobre todo a los laicos; una palabra que no me gusta nada.
Finalmente, Jerarquía viene de hierós, que significa sagrado, y de arquía, que se refiere al poder. Su significado es, pues, algo así como poder sagrado. Se usa para referirse a los obispos. Tampoco es de mi agrado. Me parece que línea del evangelio es otra. La carta a los Hebreos dice que el único sacerdote es Jesucristo. La separación creada entre clero y laicos desde aquella época no ha sido nada positiva. Desde entonces los laicos son cristianos de segunda división. Esto ha durado hasta poco antes del concilio. Y la separación todavía tiene mucho arraigo. Esa visión del laicado, que ha florecido sobre todo en el segundo milenio, tiene una de sus expresiones más llamativas en el famoso texto del papa san Pío X, que, por su rotundidad, es un monumento a la cerrazón ideológica.
“Dice la Escritura, y lo confirma la doctrina entregada por los Padres, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, administrada por la autoridad de los pastores; es decir, una sociedad en la que algunos presiden a los demás con plena y perfecta potestad de regir, enseñar y juzgar. Es, por consiguiente, esta sociedad, por la fuerza de la misma naturaleza, desigual. Comprende un doble orden de personas: los pastores y el rebaño; es decir, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía y la multitud de los fieles. Y estos órdenes hasta tal punto son distintos entre sí, que sólo en la jerarquía reside el derecho y la autoridad para mover y dirigir a los demás socios al fin propuesto a la sociedad. Por el contrario, el deber de la multitud es aceptar ser gobernados y seguir obedientemente la dirección de los pastores” (Vehementer nos, 1906).
Por no acabar con esta cita, termino recordando dos párrafos del concilio Vaticano II sobre la dignidad del laico.
“Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo a través de ellos puede llegar a ser sal de la tierra”. “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Igual que la levadura, han de contribuir desde dentro a la santificación del mundo... A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales, de tal manera, que se realicen según el espíritu de Jesucristo”, incluso “en las estructuras del mundo” (LG 33-b; 31-b; 36).
Patxi Loidi, Pbro., 29 de enero de 2018
Francisco.loidi@gmail.com