"Además de hacer memoria, la Semana Santa sirve para conmemorar" La verdadera religión: la verdad y el amor
Lo que nos lleva a Dios es hacer lo que Jesús hizo y vivir cómo Él vivió. Lo que importa, según Jesús, es la bondad y el amor a todos (fraternidad).
“Jesús ‘seculariza’ la religión: la hace menos sagrada y menos solemne, pero más humana. Según Jesús, cuanto más humano es algo, por eso mismo es más divino” (J.M. Castillo)
El humanismo cristiano y evangélico, el que practicó y enseñó Jesús en su vida pública, el que nos pidió realizar a nosotros sus seguidores, constituye la verdadera y esencial originalidad del cristianismo
Jesús llevó a cabo un verdadero desplazamiento del centro de la religión. “¡Quien tenga oídos para escuchar que escuche!” (Mc 4, 9)
El humanismo cristiano y evangélico, el que practicó y enseñó Jesús en su vida pública, el que nos pidió realizar a nosotros sus seguidores, constituye la verdadera y esencial originalidad del cristianismo
Jesús llevó a cabo un verdadero desplazamiento del centro de la religión. “¡Quien tenga oídos para escuchar que escuche!” (Mc 4, 9)
Estamos en plena celebración y exaltación de la Semana santa. Un recordatorio de los últimos días de la vida del Jesús histórico, que arraigó en la cultura de la España tradicionalmente católica y que perdura todavía en los tiempos actuales, laicos y secularizados. Cada año la Iglesia católica hace memoria y recuerda.
Me importa, sin embargo, una perspectiva muy diferente. La Semana santa se nos ofrece además como invitación a conmemorar. Esto es, a revisar, individual y colectivamente, la respuesta a la llamada individual de Jesús. Es un tiempo propicio, a la vista de cómo se vive, para preguntarse hacia dónde nos dirigimos. Es un tiempo que da pie a plantearse cómo es posible que la Iglesia católica se haya desplazado de su centro, Jesús de Nazaret, haya marginado el Evangelio y éste no ocupe un lugar prioritario. ¿Acaso se viene utilizando un modo de entender la religión ajeno a las enseñanzas de Jesús?
Es un tiempo para que quienes nos decimos discípulos de Jesús reflexionemos sobre la actitud a mantener frente al dolor y el sufrimiento que nos atormenta, frente a tantas injusticias como mantenemos, frente a tanta violencia como ejercemos, frente a tanto atropello a los derechos de los demás como legitimamos, frente a tanta polarización y tanta desigualdad como recreamos. Es un tiempo, sin duda, de reflexión.
Jesús, aunque se sentía profundamente judío, no va a dar por bueno el planteamiento o la concepción de la religión oficial de su pueblo. Va a enseñar a diario, con su palabra y su acción, que lo que nos lleva a Dios no es la religión en los términos fijados por el judaísmo oficial. Lo que nos lleva a Dios es hacer lo que Él hizo y vivir cómo Él vivió. Lo que nos lleva a Dios es la propia conducta, la propia vida, que siempre ha de anteponerse a los ritos religiosos, al culto. Lo que le importa, diríamos en términos actuales, es, por ejemplo, aliviar el sufrimiento humano, remediar tanto pobreza y miseria como existen en nuestras calles, sanar y paliar la enfermedad de la gente y ordenar y humanizar las relaciones humanas. Esto es, lo que importa, lo que nos lleva a Dios, es la bondad y el amor a todos (la fraternidad).
Si he entendido correctamente los abundantes relatos humanizadores de la vida pública de Jesús en los textos evangélicos (Cfr. Delgado, La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios, pág. 246 y ss.) diría que lo que realmente importa es la vida misma (el cómo se vive) de quien pretende seguir e imitar a Jesús, de quien ha escuchado sus enseñanzas y su llamada. Y ello con clara prioridad respecto de los preceptos religiosos oficiales.
Para Jesús, digámoslo una vez más, el camino para encontrar a Dios no radica en la observancia de los ritos de la religión oficial. Radica en la atención y la lucha por sanar y dar vida a los demás. “Y les preguntó: ¿Es lícito en sábado hacer el bien o hacer el mal; salvar la vida o aniquilarla? Pero ellos callaban” (Mc 3, 4). Como ha subrayado Antonio Piñero, “en Mc el silencio de los opositores significa su derrota dialéctica”.
En definitiva, a Jesús le preocupó y le interesó infinitamente más la vida y la salud de quienes le seguían, esto es, ‘lo profano’, que la religión como se entendía y practicaba en el judaísmo, ‘lo sagrado’. Valoración evidente a la luz del texto de Jn 6, 1-15. La fiesta o celebración religiosa para Jesús consiste en que los hambrientos coman hasta saciarse, esto es, en atender a la condición humana, no en la participación de los ritos religiosos.
Digámoslo con palabras del gran teólogo José María Castillo: “Jesús ‘seculariza’ la religión: la hace menos sagrada y menos solemne, pero más humana. Según Jesús, cuanto más humano es algo, por eso mismo es más divino” (Castillo, La religión de Jesús. Comentario al evangelio diario. 2021, p. 146). Digamos, pues, que Jesús, según el relato de Juan, dejó a un lado la religión oficial y sus preceptos. En su lugar, diríamos ahora, colocó el Evangelio. La expresión evangélica (o la prueba definitiva) de este modo de entender el cristianismo, la podemos ver plasmada en el llamado por algunos juicio ‘ateo’, que relata Mt 25, 31-46. Merece la pena volver a escuchar el relato.
Este es el punto crucial a reflexionar y entender en su verdadera dimensión por todos los que decimos ser seguidores de Jesús. El humanismo cristiano y evangélico, el que practicó y enseñó Jesús en su vida pública, el que nos pidió realizar a nosotros sus seguidores, constituye la verdadera y esencial originalidad del cristianismo. Tan es así que, en realidad, debería hablarse de que Jesús llevó a cabo un verdadero desplazamiento del centro de la religión. “¡Quien tenga oídos para escuchar que escuche!” (Mc 4, 9).
Para terminar esta sencilla reflexión, deseo ofrecer dos testimonios. El primero de Tertuliano (s. II) sobre la ‘peculiar sociedad cristiana’: “Lo que nos diferencia a los ojos de nuestros enemigos es la práctica de la bondad basada en el amor: ‘Mirad, dicen, cómo se aman los unos a los otros’”. ¿Podríamos repetir ahora estas palabras? El segundo de quien fuera Arzobispo de Milán, Carlo María Martini (s. XXI): “La Iglesia se ha quedado doscientos años atrás. ¿Por qué no se sacude? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valentía? Sin embargo, el cimiento de la Iglesia es la fe. La fe, la confianza, la valentía. [...] Sólo el amor vence el cansancio”.
Etiquetas