Ariel Álvarez Valdés (Verbo Divino) ¿Por qué Dios permite los males y la muerte?

(Antonio Aradillas).- Los minutos, los "cuartos" o las "medias" horas, las horas, los días, las semanas, los meses, los siglos y los milenios ... todos son santos. Tiempos y lugares se consagran de por sí a Dios, como otros tantos marcos adecuados en los que los cristianos protagonizan el proceso de integración en la divinidad mediante el servicio al prójimo, por los méritos de Jesús, y en acto de adoración verazmente religiosa.

Mención especial, en el cómputo temporal, reclama aquí y ahora la institucionalización de los llamados "Años Santos" por antonomasia, que con frecuencia, solemnidad y noticia son declarados en la Iglesia católica.

La historia viene de muy lejos. Y además, y para los cristianos, es historia bíblica en todas sus versiones. La Iglesia la heredó del pueblo de Israel nada más y nada menos que "como el instrumento jurídico que habían encontrado y promocionado para solucionar los problemas sociales, evitar la acumulación de propiedades, impedir el excesivo enriquecimiento de unos pocos, restablecer la igualdad económica y remediar la pobreza de la gente humilde"

Para afrontar el problema de las injusticias sociales surgidas sucesivamente, se fueron promulgando otros tantos Códigos, siendo los más notables los conocidos como "Ley de la Alianza", el "Deuteronomista" y el de la "Santidad".

De entre las características propias de todos ellos, pletóricas de de sentido social y religioso, destacó la institución del "Año Santo" cuya formulación principal era presentada de esta manera: "Cada siete años perdonarás lo que otros te deban: El perdón consiste en que todo acreedor le perdonará a su prójimo el préstamo que le haya hecho. No le exigirá nada a su prójimo, es decir, a su hermano. Porque este es el año del perdón de deudas en honor de Yahvé, De esta manera no habrá pobres entre vosotros" (Dt. 15, 1-4)

Por tanto, el Año Santo en las tres versiones bíblicas, incluía la realización de estos tres fines. "hacer descansar la tierra y alimentar a los más pobres; como en el Año Sabático, liberar a todos los esclavos aunque no hubieran terminado de pagar con su esclavitud; las propiedades vendidas durante los 49 años anteriores debían volver a su antiguo dueño".

Está de más referir que semejante celebración de los "Años Santos" bíblicos quedó más bien como una legislación ideal, llena de buenas intenciones , pero que los israelitas no llevaron a la práctica, por lo que, con el transcurso del tiempo, se volvió a la realidad obsoleta, hasta desaparecer finalmente del horizonte social.

No obstante, al final del libro del profeta Isaías, su autor insistirá, una y otra vez, en que, a partir de este Año Santo habría justicia social para todos, pobres y hambrientos, porque todos serían santos y justos y vivirían en alegría y en paz".

Del verdadero "Año Santo" cristiano hizo referencia cabalmente religiosa Jesús, al presentarse en la sinagoga de Nazaret, y comentar el anterior pasaje de Isaís, con estas escuetas palabras: "Estas palabras que acabais de oir se han cumplido hoy" (Lc. 4, 16-21), identificándose con el espíritu del tiempo nuevo, redentor y sagrado por definición y profetismo, que es -será- aquel "en el que los pobres , los condenados, los sometidos a la esclavitud, los marginados y los heridos por la sociedad, serán socorridos".

Fue con Jesús con quien entramos en el "Año Santo" estable y para siempre, en el que los cristianos, por definición, asumen el compromiso de ser solidarios con los demás y en el que todos deben procurar que nadie sufra, se sienta agobiado, sometido a ninguna esclavitud o padezca injusticias, sino que todos vivan el tiempo en gracia de Dios.

Eclesiastizado el tema, fue en el año 1,300 de la era cristiana cuando el papa Bonifacio VIII, decidió implantar la práctica del Año Santo en la Iglesia y propuso que se celebrara cada cien años, reducido tal plazo a cincuenta por Clemente V en 1343 y que Pablo II, en 1470, fijó en veinticinco.

Por multitud de razones, o sinrazones, en la actualidad el "Año santo" predicado por Jesús perdió lamentablemente el sentido, sobre todo "desespiritualizado", a la búsqueda y consecución exclusiva del perdón de los pecados y del lucro de las indulgencias plenarias, previo el fiel y escueto cumplimiento de los requisitos canónicos establecidos, dejando de lado lo de la justicia social y el compromiso con los más pobres, y conformándose con visitar los templos o santuarios "privilegiados", y no las cárceles, hospitales, residencias de ancianos y barrios periféricos poblados por los pobres y necesitados.

Una "conquista" -otra más- del ritualismo y de las ceremonias litúrgicas o "religiosas", tranquilizadoras de conciencias, al margen, y hasta en contra, de los santos evangelios.

NOTA:El desarrollo de este tema, al igual que la contestación a una veintena de preguntas "indiscretas" de tipo religioso, por expertos en las respectivas materias, es parte del libro "¿Por qué Dios permite los males y la muerte?", del que es autor Ariel Álvarez Valdés, licenciado en Teología Bíblica por la Facultad de Jerusalén y doctor por la Universidad Pontificia de Salamanca, presidente en la actualidad de la "Fundación para el diálogo entre la Ciencia y la Fe". Una muy buena, y segura, aportación bibliográfica de la editorial "Verbo Divino" -EDV- , en su colección "El Mundo de la Biblia".

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