El Papa anima al autor de 'Bailar con el tiempo' a continuar con sus escritos Francisco invita a Olaizola “a seguir bailando con Dios” (y le hace caso)
José María Rodríguez Olaizola publica el segundo volumen de una trilogía -'Bailar con el tiempo', ya por su tercera edición- cuyo último libro estará dedicado a 'bailar con Dios', según ha reconocido en un acto en donde presentaba su última obra
El papa Francisco le escribió a mano unas líneas, que le llegaron por valija diplomática. “Querido compañero, muchos te dirán que eres un poco temerario por decir que bailamos con Dios, pero no dejes de bailar…”
La guarda en su habitación, como un preciado tesoro. Es una carta de un hermano jesuita. De unas pocas líneas, en ella lo invita a “seguir bailando”. Alguien me comenta que él, José María Rodríguez Olaizola, de hecho, baila muy bien, que tiene madera. Y no sólo en sus libros -dos de ellos arrancan su título con ese infinitivo: Bailar con la soledad y Bailar con el tiempo (Sal Terrae)-, donde pone en danza el interior del alma humana.
Y parece que no pocos siguen sus pasos y su ritmo. No hay más que ver la fila que se monta en la casa de los jesuitas, en la madrileña calle de Maldonado, para que este religioso asturiano, que protege la timidez con una sonrisa, les firme ejemplares de su última criatura, ese Bailar con el tiempo que ha ido madurado con la edad y que se afronta con la perspectiva de quien, todavía por poco, pero ha pasado ya del medio siglo.
Debe bailar bien, sí, porque recién salido el libro, me encuentro con la tercera edición y me admira que, en esa fila, haya personas que llevan hasta tres o cuatro ejemplares para que el autor se los dedique: “Este es para mi amiga monja, que me ha pedido que se lo lleve firmado”, dice una señora que parece que va a por recetas. “Quiero uno dedicado”, dice una joven que acaba de unirse a un grupo de amigas, previo paso por el estand de la editorial. Hay una pareja de novios (o lo serán muy pronto, luego me los encuentro ante la boca del metro despidiéndose sin querer hacerlo) y algunos matrimonios de mediana edad. Pero la mayoría son jóvenes bailarines que entretienen la espera entre susurros. Ellas (algunos de ellos, también) saben captar como nadie la metáfora de ese baile para hablar de la vida, de la soledad, del amor, de la frustración, del miedo, de la edad, de la alegría o de la grisura de los días.
Olaizola enseña a bailar con todo ello, a no temer la grisura que otro día nos permitirá disfrutar de la luz en su plenitud; a no temer la rutina de los días porque es peor la sensación de que todos tienen que ser únicos y radiantes, opción que acaba en el vacío o en el abismo; a buscar el lugar de cada uno en el mundo sin jugar al escondite y sabiendo que hay que salir a tiempo del País de Nunca Jamás…
Este jesuita nos muestra la coreografía de esos momentos porque los ha danzado antes, a veces a solas y otras ‘agarrao’ a la fe, a la amistad, al dolor… Cinco años le ha costado este baile con el tiempo, que lo es con la edad, con el paso de los años o con dejar pasar los años, porque no es un libro para quienes están entrados en años, sino también para saber entrar bien en ellos y saber desprenderse a tiempo de las hojas amarillas de los almanaques.
Dios cierra la trilogía
Aunque en realidad lo lleva haciendo mucho tiempo, José María Rodríguez Olaizola quiere sentarse ahora a bailar con Dios. Será el tema de su próximo libro, con el que completará una trilogía que estaba probablemente pensada antes de decidirse a sacarla a bailar. Pero sus pasos se adivinaban ya en otros escritos suyos, en poemas y meditaciones. Algunos de ellos le llegaron a su compañero jesuita al Vaticano. A la residencia Santa Marta. Desde allí, el papa Francisco le escribió a mano unas líneas, que le llegaron por valija diplomática. “Querido compañero, muchos te dirán que eres un poco temerario por decir que bailamos con Dios, pero no dejes de bailar…”.
De hecho, se lo han reprochado incluso en el confesionario, irritados con él por su baile (aviso para el señor del confesionario: es una metáfora) cuando celebra la misa y la hace vida y la bancada vibra contagiada -no hay nada más que ver los aforos- al ritmo de una fe que se hace adulta, porque, aquí, madurar también es muy sano. Pero ese es ya otro baile.