Trilogía sobre la investigación sobre los abusos de la Iglesia Juan Carlos Claret: "La solución a la crisis quedó en manos de los mismos que la causaron"
El primer tomo de la trilogía se titula “Criminales, prontuario de la Iglesia Chilena”; el segundo, “Peligrosa, el porqué de los abusos en la Iglesia”; el tercero, “Esperanzando, intervenciones éticas ante los abusos eclesiásticos”
"Cuando víctimas y comunidades leímos esa afirmación sobre la caja de Pandora de los abusos eclesiásticos, quedamos un tanto desconcertados, pues no fueron ellos los que abrieron la caja, más bien fue el coraje y perseverancia de cientos de víctimas las que la destaparon"
"Esta es la gran deuda de la Iglesia en todos estos años: asumir que los abusos son expresión de una estructura eclesial fracasada"
"Esta es la gran deuda de la Iglesia en todos estos años: asumir que los abusos son expresión de una estructura eclesial fracasada"
| Juan Carlos Claret Pool
Cuando en febrero de 2019 los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo se dieron cita en Roma, el arzobispo Charles Scicluna afirmó en una entrevista para el portal Cruz Now que, tanto él como Jordi Bertomeu tras sus visitas a Chile, “abrieron una caja de pandora”. Para ese entonces, los abusos y encubrimientos de la jerarquía católica chilena eran escándalo diario; al punto que acaparaban titulares cada día y medio. En mi natal Osorno, aún se vivían las esquirlas del daño causado por el defenestrado obispo Juan Barros. Por eso, cuando víctimas y comunidades leímos esa afirmación, quedamos un tanto desconcertados pues no fueron ellos los que abrieron la caja, más bien fue el coraje y perseverancia de cientos de víctimas las que la destaparon.
Como para esa fecha me encontraba en la culminación de mis estudios de Derecho en la Universidad de Chile y debía preparar mi memoria de pregrado, decidí volcar todos los conocimientos adquiridos a un estudio pormenorizado del abuso sexual en la Iglesia Católica. Y si bien, para ese entonces este escándalo me involucraba vitalmente por ser vocero de la comunidad osornina, lo que precipitó mi decisión por este tema fue palpar dos realidades:
La primera, que frente a la envergadura del escándalo no había una producción intelectual equiparable ni mucho menos independiente. Acá en Chile, el análisis a este drama humano no había concitado el interés de las universidades siquiera y, donde sí lo hizo, fue en claustros confesionales que, o no esconden su interés en evitar que la responsabilidad escale a un nivel institucional cortando el “hilo por lo más delgado”, o disfrazando este verdadero drama como una oportunidad de maquillar una estructura abusiva.
La segunda realidad, es que la solución a la crisis quedó en manos de los mismos que la causaron: la conferencia episcopal dio vuelta la página y desde julio de 2019 ya ni habla de los abusos; el Nuncio Scapolo siguió proveyendo cargos hasta que fue promovido a Portugal y su reemplazante, Alberto Ortega, sigue operando bajo lógicas caducas. Por su parte, la Santa Sede siguió monopolizando la información sin cooperación seria con la justicia de mi país, y el Papa Francisco guardó para sí toda la toma de decisiones, por lo que nos sigue teniendo expectantes de cuándo aceptará la renuncia de los obispos abusadores y encubridores que aún siguen en ejercicio.
Ante este panorama, entonces, es que me dediqué a estudiar la crisis desde una Universidad no confesional y con la responsabilidad de contribuir a evitar que el escándalo se crea superado. En total, resultaron mil páginas de estudio que, por su novedad y contingencia, la misma universidad me motivó a publicar. De esta manera, y mediante Amazon para que esté disponible en todo el mundo, el pasado 11 de septiembre publiqué el primer título de la colección “La Caja de Pandora”, trilogía cuyo objetivo es proveer de un estudio pormenorizado desde la filosofía y el derecho de los abusos sexuales de la Iglesia Católica.
El primer tomo se titula “Criminales, prontuario de la Iglesia Chilena” (https://amzn.to/35D6FtF) y es un repaso de cada una de las 362 denuncias conocidas desde 1905 a la actualidad. A lo largo de 330 páginas, el lector o lectora podrá conocer a cada obispo, sacerdote, religioso, religiosa, diácono, seminarista y laico/a con cargos clericales sobre los que pesa alguna denuncia por abuso sexual. Además, podrá conocer el año de la denuncia, la situación judicial y/o canónica en la que se encuentra y, en los casos en que fue posible pesquisar, saber el actual paradero. Al respecto, escandaliza conocer demasiados casos de sacerdotes europeos llegados a Chile como condena por abusos y que sin escrúpulos fueron designados a trabajar con menores de edad.
Asimismo, casos de condenados aquí en Chile y que han sido enviados al extranjero, sobre todo, México y Brasil donde hoy ejercen como si nada. También, existen casos en que los obispos fijaron el domicilio de algún condenado al lado de un jardín infantil o de una escuela. Pero tal vez, lo más llamativo de este libro consiste en comprobar que el abuso es un flagelo que cruza transversalmente la Iglesia jerárquica: ya sea en la congregación más recalcitrantemente integrista o en la más progresista, el abuso y el encubrimiento está presente. De igual manera, el libro comprueba que cuando la comunidad les cree a las víctimas y defienden su testimonio, más víctimas se atreven a denunciar.
El segundo tomo, publicado el 16 de octubre, se titula “Peligrosa, el porqué de los abusos en la Iglesia” (https://amzn.to/340K6O5) y en él se demuestra que el abuso no es sólo un problema de curas agresores sino de una institucionalidad peligrosa. Si el abuso sexual es una manifestación sexual de un abuso de poder, esto debe llevarnos a las preguntas ¿cómo se adquiere poder en la Iglesia? ¿Cómo se ejerce el poder dentro de ella? ¿Qué característica tiene? ¿Existe algún límite al poder?
Frente a eso, inevitablemente este trabajo pone la mirada en la estructura, pues es ella la que otorga poder. No es que el curita tenga poder de la nada, más bien, es una estructura la que lo concede. Lo dramático de todo esto, es que como en ninguna otra institución de la sociedad, en la Iglesia Católica parece ser una virtud no darle un sentido protector al poder, nos parece natural que quien llegue a puestos de poder pueda hacer lo que quiera impunemente contando con el “amén” de la feligresía. Así, entonces, quien quiera combatir y prevenir el abuso, necesariamente deberá replantearse las formas institucionales actuales.
Esta es la gran deuda de la Iglesia en todos estos años: asumir que los abusos son expresión de una estructura eclesial fracasada. Para salir de esto, creo yo, el camino no está en fortalecer la confianza ciega o fomentar la desconfianza paranoide: generar espacios de Confianza Lúcida es la tarea, pero para eso, la Iglesia debe apostar por la desjerarquización de la experiencia de fe, favoreciendo que la teonomía sea precedida por una ética de la autonomía. ¿Estará dispuesta la Iglesia actual a avanzar en esta dirección? Este es el test para evaluar cuán comprometida está la jerarquía por combatir los abusos. Si no, todas las declaraciones serán palabras vacías.
Cómo se construyó el encubrimiento en la IC? En qué medida el Estado de Chile avaló constitucionalmente un mecanismo de impunidad para los delitos de sotana? Qué proponer en el proceso constituyente?Estas y otras problemáticas se analizan en ESPERANZANDO👇https://t.co/iqawgwJUTvpic.twitter.com/nM4uDkORNh
— La Caja de Pandora Libros (@pandoralibros) November 2, 2020
Por último, este 02 de noviembre publiqué “Esperanzando, intervenciones éticas ante los abusos eclesiásticos” (https://amzn.to/3euRTYl), texto que tiene tres ejes centrales:
El primero, la importancia teológica y cívica de la crisis. Si ante la imagen de un Todopoderoso descubrimos a un Dios frágil y vulnerable, que confía en nosotros y que se revela en el encuentro con los otros, estimo que la teología que fundamenta la monarquía absoluta hoy imperante en la Iglesia, cambiará dando cabida así, a nuevas expresiones institucionales más sensatas y seguras. Pero el abuso no es sólo un tema de católicos, es ante todo, un delito y una vulneración de derechos, por tanto, es un problema de interés público que debe concitar la atención y reacción de toda la sociedad.
El segundo, es un estudio detallado del encubrimiento, el cual evidencio no como un defecto de algunos obispos sino como una exigencia institucional. En efecto, desde 1922 y con mayor ahínco en 1962, el Papado diseñó un mecanismo estructural para abordar los abusos de manera similar en todo el mundo. No es casualidad que los obispos actúen de la misma manera en todo el mundo frente a los abusos. O sea, Chile no es el basurero de la pederastia clerical, sino que es un exponente de un verdadero mecanismo global de encubrimiento cuya adhesión es exigida como membresía para ser parte y/o mantenerse dentro de la estructura clerical.
El tercer eje, propone detalladamente distintas intervenciones desde la misma Iglesia, el Estado de Chile y la Comunidad Internacional. Es decir, no soy de la idea que ante el escándalo la opción más sana sea destruir la Iglesia. Considero que si para alguien la institución aún tiene algún valor, nuestro deber es asegurar que esa persona viva su fe libre de abusos. Y si bien, dudo que la misma Iglesia quiera cambiar, lo cierto es que los Estados pueden hacer mucho, por ejemplo, exigiendo adecuaciones institucionales. Lo cierto, es que el Estado de Chile en lugar de adoptar una postura lúcida, decidió jugar a favor de la institución abusadora blindándola constitucional y legalmente.
En este sentido, el proceso constituyente que iniciamos en el país es una buena ocasión para dialogar sobre el sentido de las relaciones Iglesia-Estado. Finalmente, desde la comunidad internacional, hay mucho a lo que aspirar, más aún, cuando el Comité de los Derechos del Niño ya se pronunció en 2014 sobre los desafíos de la Iglesia en materia de infancia y la Santa Sede no ha concurrido ha presentar su nuevo informe periódico, lo que debió ocurrir en diciembre de 2019. O sea, mientras Roma asegura trabajar en favor de niñas, niños y adolescentes, precisamente en las instancias donde debe rendir cuentas de tal compromiso, la Iglesia se ausenta.
Como se puede apreciar, si bien el pasado 02 de noviembre concluí la publicación de esta trilogía, para todo aquel que quiera combatir y prevenir el abuso, así como hacer de la Iglesia un espacio más seguro, el trabajo recién está comenzando. Y anhelo que estos libros puedan contribuir lúcidamente en esos desafíos.