Reflexión en vista de la Asamblea Eclesial de América Latina y Caribe Pastoral de Adicciones: “Una mirada amplia, de misericordia y con una presencia cercana”
“Compartir experiencias, saberes, en torno a una situación muy difícil que viven muchos hermanos y hermanas que compartimos la vida con ellos”
"¿Cómo sensibilizamos la Iglesia, cómo la Iglesia se va poniendo en sintonía de escucha y de encuentro con estas personas que están sufriendo a causa de estos problemas?”
Lo específico de la Iglesia debe ser “aportar sentido de humanidad y la relación con lo sagrado, con Dios, experiencias de espiritualidad”
"La Iglesia ofrece la comunidad con una mirada amplia, de misericordia y con una presencia cercana. Los chicos y chicas en los barrios populares tienen esa mirada desde la vida parroquial, enseguida se identifican con el cura, con el centro barrial"
Lo específico de la Iglesia debe ser “aportar sentido de humanidad y la relación con lo sagrado, con Dios, experiencias de espiritualidad”
"La Iglesia ofrece la comunidad con una mirada amplia, de misericordia y con una presencia cercana. Los chicos y chicas en los barrios populares tienen esa mirada desde la vida parroquial, enseguida se identifican con el cura, con el centro barrial"
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Dentro del Proceso de Escucha de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, organizada por el Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano), el viernes 27 de agosto de 2021 se llevó a cabo el Conversatorio que planteó la pregunta: ¿Cómo ser una Iglesia en salida que acude al encuentro con poblaciones populares que enfrentan el desafío de las adicciones?
Representantes de Uruguay, Costa Rica, Chile y Argentina debatieron sobre un tema que muchas veces queda oculto, en la sociedad y en la propia Iglesia. El secretario general de Celam, Mons. Jorge Eduardo Lozano, envió su apoyo a través de un video. En sus palabras destacó la importancia de “compartir experiencias, saberes, en torno a una situación muy difícil que viven muchos hermanos y hermanas que compartimos la vida con ellos”. El arzobispo de San Juan de Cuyo definió el consumo de drogas como “algo que realmente lastima, daña, y que necesita ser restaurado en el sentido de la vida”.
Se trata de una reflexión ya presente en el Documento de Aparecida, donde se ve el problema de la droga como “una mancha de aceite que invade todo”, ante el cual, “la Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones”. Por eso llama a actuar en la “prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia”. Es algo que tiene que ver con la exclusión social, afirmando que “los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables’".
Partiendo de la pregunta sobre si tiene sentido hablar de una Pastoral de Adicciones y consumos problemáticos en la Iglesia, si tiene que estar subsumida en otras Pastorales, y cómo debería ser esta Pastoral, Charly Olivero destacaba que “para establecer una Pastoral de Adicciones, nos encontramos con una serie de dificultades porque no va a ser como otras Pastorales. Y dada su complejidad, lo primero es pensar la escucha y la sensibilidad".
En esa tesitura, el presbítero argentino pregunta: "¿Cómo sensibilizamos la Iglesia, cómo la Iglesia se va poniendo en sintonía de escucha y de encuentro con estas personas que están sufriendo a causa de estos problemas?”. Inclusive, iba más allá y se preguntaba sobre lo que puede aportar la Iglesia. Según él hay dos claves a tener en cuenta, afirmando que “una tiene que ver con el vínculo con Dios y otra de la reconstrucción del tejido social a través de la comunidad”. En su reflexión abordaba la concepción antropológica cristiana y el ser una Iglesia en salida, la familia que abre su mesa y se hace comunidad. En ese sentido destacaba el papel de la Iglesia “como lugar donde volvemos a vincularnos con otras personas y a reconocernos hombres y mujeres dignos".
Olivero, recordando una conversación con el Papa Francisco, dijo que en la Iglesia “necesitamos generar hospitalidad, convocar las fibras más hondas de nuestro cristianismo que nos permitan reconocer en el otro a nuestro hermano”, insistiendo en la necesidad de que la Iglesia pierda “el miedo a acercarse". El presbítero argentino abogó por “acciones de comunicación y sensibilización que nos hagan acercarnos a nuestras hermanas y hermanos que sufren”.
Se hace necesario generar espacios para que las personas no estén tan solas, de buscar formas de prevención, de abrirse y no quedar en el silencio ante ese tipo de realidades. En ese punto, colocó que "pensar una Pastoral de Adicciones puede ayudarnos a producir insumos para ir ofreciendo a partir de la comunicación, de la sensibilización, y dar herramientas para caminar e ir instalando el tema".
A la hora de mirar el consumo de drogas es necesario usar varias lentes, según Gabriela Gómez Castillo, abogando por “una multidisciplinariedad de acciones con complementariedad”. Desde hace dos años, después de trabajar en la elaboración de políticas públicas en Uruguay, forma parte de un grupo que desde la Iglesia católica intenta abordar esas cuestiones. En sus palabras insistía en que “cuando contemplamos y abrazamos al otro vemos que no se trata solo de ‘consumo de drogas’; es el consumo más las varias inequidades, la exclusión social, la falta de herramientas educativas, el entramado social-familiar roto".
En una realidad que afecta a muchos colectivos, la Iglesia, que es rica en acompañar, es llamada a “ampliar la mirada”, según Gabriela, que insistía en aprender a escuchar, sabiendo que es una realidad compleja, que debe llevar a poner “en el centro de la discusión a la persona y eso implica considerar los derechos humanos, las asimetrías educacionales y asistenciales”. No se puede tener miedo a lo diferente, a salir como Iglesia a “buscar a aquel que quedó al costado del camino”, denunciando que ésta es una realidad tapada.
Desde la experiencia de la arquidiócesis de San José de Costa Rica, donde este tema se ha ido abriendo paso, David Solano Chaves, relataba un trabajo destinado a personas a las que las adicciones se les suma vivir en la calle. A partir de la realidad del país, el sacerdote calificaba a la sociedad costarricense como “permanente productora de ansiedades que complejiza asumir el proceso adictivo”.
La pandemia ha aumentado el número de varones que procurar ayuda en los centros de la Iglesia. Se trata de sujetos en los que “sus historiales están marcados por la marginalidad y la exclusión”. Eso demanda revisar “nuestra sensibilidad frente al otro y la conversión de nuestros modos de relacionarnos”. En su opinión, lo específico de la Iglesia debe ser “aportar sentido de humanidad y la relación con lo sagrado, con Dios, experiencias de espiritualidad”. El presbítero se preguntaba “porque nunca ha sido una prioridad explícita necesaria para nuestra acción pastoral”. Al mismo tiempo insistía en la necesidad de ser profetas, de denunciar.
Benjamín Ossandón Lira destacaba como “siempre me ha impresionado mucho al escuchar a los jóvenes que han hecho este camino de recuperación y rehabilitación que dicen ‘yo estaba muerto y volví a nacer, resucité’". Eso es visto por el sacerdote chileno como algo que "conecta con la experiencia esencial cristiana”, que es “pasar con Jesús de la muerte a la vida. La experiencia de una vida nueva, no solamente dejando atrás la droga, sino empezar a vivir una vida verdaderamente humana y por eso también divina".
La aportación de la Iglesia es ser comunidad, familia, lugar donde se da “la amorosidad que otros dispositivos no pueden y también esperanza como sentido de vida que conecta con nuestra experiencia cristiana de una manera extraordinaria”. No es algo que debe ser derivado a especialistas y sí algo a ser asumido por todos en la Iglesia. Ossandón destacó la importancia de la relación en la vida de la persona, de entregarse, de ser pueblo, como “una clave en nuestro quehacer”.
El aporte de la Iglesia a esta pastoral es formar comunidad, afirmaba María Elena Acosta, quien relataba la experiencia que vive en la Familia Grande Hogar de Cristo. En ese punto afirmaba que “cuando vemos a los chicos y chicas rotos sabemos que necesitan reunirse en comunidad”. Desde la realidad de Argentina, afirmaba que "la Iglesia ofrece la comunidad con una mirada amplia, de misericordia y con una presencia cercana. Los chicos y chicas en los barrios populares tienen esa mirada desde la vida parroquial, enseguida se identifican con el cura, con el centro barrial".
Por eso insistía en que, a estos chicos, que “son huérfanos de amor”, la Iglesia “los invita a ser familia”. En sus palabras señalaba que "a veces vivimos con una fe acartonada, adentro de los templos y parroquias, y no nos animamos a salir, a dar un pasito más hacia afuera”, insistiendo en salir y abrazar. María Elena destacó la importancia de las “3 C” (Capilla-Club-Colegio), como lugares de prevención. Según ella, más que denunciar el narcotráfico, el papel es acompañar y recibir a quien está roto, abrazar.