Iglesia y misión en el Concilio Vaticano II

Iglesia y misión
El Decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, fue promulgado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965 en la cuarta y última sesión del Concilio Vaticano II.

El Decreto apunta los principios de la actividad misionera para la llegada del Reino de Dios (AG 1). Señala el deber de todo el Pueblo de Dios, especialmente de los obispos, de «anunciar el Evangelio en todo el mundo» (AG 29), la responsabilidad de los misioneros que se encargan de la evangelización (AG 23) y el cómo alcanzar la constitución de comunidades de fieles bien estructuradas (AG 15).

Toda la Iglesia es misionera, «los fieles cristianos tienen dones diferentes» y «deben colaborar en el Evangelio cada uno según su oportunidad» (AG 28), todos han de sentir como propia esta tarea (AG 36).

La actividad misionera queda comprendida en la “misión” de la Iglesia y se precisa qué debe entenderse como “misiones” (AG 6). Redefine el estatuto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (AG 29), la cooperación de todo el Pueblo de Dios en la actividad misionera y subraya también la importancia de mantener la relación con quienes la desarrollan (AG 37).

El texto del Decreto Ad Gentes fue aprobado, después de siete redacciones, por 2394 votos afirmativos y sólo 5 negativos. Fue la votación más alta de todo el Concilio.

PRINCIPIOS DOCTRINALES(CONGAR, Y. M.-D., «Principes doctrinaux (n. 2 à 5)», en “L’activité missionnaire de l’Église. Décret «Ad gentes»”, pp. 185-221.)

Congar en este artículo plantea los principios de una teología misionera a partir del Decreto Ad Gentes. Un gran número de padres conciliares deseaba que la actividad misionera de la Iglesia tuviera un fundamento teológico en armonía con la Lumen Gentium. El primer capítulo del Decreto Ad Gentes se esfuerza por satisfacer estos deseos.

Busca formular los principios de una teología misionera, que serán desarrollados en los capítulos siguientes. Los números 2 y 4 muestran el origen de la misión apoyada en Dios. El numero 5 define la Iglesia como enviada (misión en su sentido más amplio) y el número 6 se dedica a la actividad misionera en sentido estricto. El número 7 señala las razones de su necesidad. Los números 8 y 9 completan esta visión teológica situando las misiones en el conjunto de la historia (historia humana, de salvación y escatológica).

La actividad misionera de la Iglesia es teológica por su contenido, por su explicitación sobre Dios. Los padres griegos, especialmente los capadocios, distinguen la Teología (Dios mismo) de la Economía (otorgación de la gracia). No es teología por su situación epistemológica, sus principios y postulados vienen de la fe. Es teológica por su contenido en el sentido más profundo del término.

El texto quiere mostrar cómo el dinamismo por el cual la Iglesia se propaga por el mundo arranca más allá de un acto de institución o de mandato, o sea, no sólo en el envío de la segunda y tercera persona de la Santísima Trinidad sino en la vida íntima, intradivina, del Dios viviente.

Se refiere a la teología de misiones divinas ya esbozada en San Agustín y común en los grandes escolásticos del siglo XIII. Esta teología está subyacente en el capítulo I de la Lumen Gentium, que cita las palabras de San Cipriano sobre la Iglesia, pueblo unido de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

La teología nos dice que los hechos constitutivos de la historia de la salvación por los cuales Dios se comunica con su criatura están en relación íntima con las procesiones, por las cuales, las personas divinas tienen su origen la una de la otra. El Padre no es enviado porque Él no procede de otra persona, es el principio sin principio del cual el Hijo es engendrado formando con Él un solo principio del que procede el Espíritu Santo. El Hijo y el Espíritu son enviados y este envío se efectúa en el tiempo. Así, la Iglesia que procede de la doble misión del Hijo y del Espíritu Santo tiene su fuente en la vida de la Santísima Trinidad.

En consecuencia, Ad Gentes 2 afirma que la Iglesia es misionera. Se habla más bien de la Iglesia en su estado itinerante, de ahí se puede decir que es toda misionera, por su origen y por su misma naturaleza. Teniendo toda ella un movimiento por el cual Dios se comunica con su criatura, movimiento que se realiza por las misiones del Hijo y del Espíritu. La Iglesia es, en lo más íntimo, movimiento de comunicación hasta la plenitud de quien es llamado a recibir la Vida. Es el proyecto del Padre que nace de su amor.

Afirma también el Decreto que esta comunicación de vida no se dirige sólo a los individuos sino a todo el Pueblo de Dios. El plan de salvación de Dios es la Iglesia, pasa por la Iglesia y mira a la Iglesia.

Todo esto da al ejercicio de la misión una cierta estructura de diálogo que se encuentra ya en la encíclica Ecclesiam Suam de Pablo VI y en el capítulo 11 del Decreto. La misión no es únicamente expansión de la Iglesia, es también reagrupamiento de todo lo que existe y así anticipa de alguna manera la escatología.

El número 3 afirma que cuanto ha sido cumplido una vez por todas por Cristo en un punto del espacio y del tiempo, lo ha sido para todos los hombres y para todos los tiempos. Es este el objeto mismo de la misión de la Iglesia sujeta a Jesucristo. El texto del número 4 explicita la comunicación del Espíritu Santo. La Tradición insiste sobre la cooperación del Espíritu Santo en todos los actos cumplidos por Cristo, sea en su carne o en su glorificación.

LA IGLESIA ES ENVIADA Y MISIONERA

El fin del Decreto es presentar a la Iglesia como enviada. El número 5 destaca la misión de la Iglesia en toda su amplitud, así se sitúa en el numero 6 la actividad misionera.

Surgió una cuestión: ¿se hablaría como en la Lumen Gentium de Pueblo de Dios englobando a la vez la jerarquía y los simples fieles? Algunos padres lo pedían, pero el propósito del Decreto Ad Gentes no es exactamente el de la Lumen Gentium. En Ad Gentes se trata directamente de la misión, objeto del mandato dado particularmente a los apóstoles, aunque la Iglesia entera es enviada.

Ad Gentes muestra que los apóstoles con los cuales la Iglesia ha sido inaugurada, representan a la vez al Pueblo de Dios y a la jerarquía. El Pueblo de Dios ha comenzado también con la Virgen María.

Cristo ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres. La misión que procede del ágape o amor misericordioso se dirige siempre a lo más pobres, pero no exclusivamente a ellos.

DEFINICIÓN DE MISIONES

Con lo dicho anteriormente, queda definida la misión de la Iglesia en sentido amplio, pero los padres deseaban un decreto sobre las misiones en sentido estricto, los números 2 y 5 responden a ese deseo.

El número 6 habla de la naturaleza del trabajo misionero y de las principales situaciones misioneras. La idea que permite articular las misiones en la misión es simple: la misión es una en ella misma, coextensiva a la existencia misma de la Iglesia, pero se ejerce en condiciones diferentes.

Doctrinalmente no se puede definir la misión por un territorio sino que va dirigida a todos los hombres. La misión es la proclamación del Evangelio y también la fundación de nuevas comunidades entre los que aún no pertenecen a la Iglesia. Pero no sólo se refiere a la acción que provoca la “conversión” sino que también es el esfuerzo por llenar el mundo con el espíritu del Evangelio y preparar la venida del Reino.

Los padres de América Latina no querían que se hiciese mención de pueblos que aún no creían en Cristo, pero al citar a los que todavía no han conocido a Dios se podrían incluir las prelaturas nullius, que cuentan un gran número de bautizados, poco catequizados, pero que no son paganos o infieles. Los padres afirmarán que nada las discrimina y que pueden ser reconocidas como misión.

El concepto clave en todo esto es la “plantatio ecclesiae” (AG 15 y 18), concepto algo diferente del que se puede hallar en Lumen Gentium 17. Debe entenderse desde el protagonismo de las Iglesias particulares o autóctonas (AG 6). La Iglesia tiene el deber de insertarse en los grupos humanos tal como Cristo se encarnó (AG 10). Por este motivo el Decreto afirma que la implantación de la Iglesia consigue su fin «cuando la congregación de los fieles, arraigada ya en la vida social y conformada de alguna manera a la cultura del ambiente, disfruta de cierta estabilidad y firmeza» (AG 19).

Ad Gentes no precisa como la actividad misionera difiere del ecumenismo, del cual se ocupa el Decreto Unitatis Redintegratio.

EL TESTIMONIO CRISTIANO (NEUNER, J., «Le témoignaige chrétien (n. 10 à 12)», en “L’activité missionnaire de l’Église. Décret «Ad gentes»”, pp. 235-254.)

Neuner, en el artículo estudiado, se centra en los números 10, 11 y 12 de Ad Gentes, para, de una manera pastoral, explicar cómo debe ser hoy el testimonio cristiano. La situación mundial actual es completamente distinta a la Edad Media, época de expansión del cristianismo, por tanto, los medios utilizados para llevar a cabo el anuncio de la fe deben repensarse y adaptarse a los diferentes países y situaciones. Aún y así, un decreto conciliar no puede entrar en detalle de métodos, debe ser válido para toda la Iglesia.

El número 10 de Ad Gentes empieza por una consideración realista. La Iglesia está muy lejos de haber cumplido en su totalidad la misión de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos, muchos son todavía no creyentes. Es verdad que la persona es libre y libremente puede aceptar la Palabra de Dios, pero su decisión debe realizarse en el seno de una comunidad de acuerdo con su medio cultural.

Lo que hoy llama la atención no es precisamente la inferioridad numérica de la cristiandad sino el alejamiento de las grandes culturas, donde el cristianismo no tiene cabida.

La gran tarea de la Iglesia es hacerse presente en los lugares y situaciones que de manera determinante influyen en la vida de los hombres para comunicar de manera real y eficaz el misterio de Cristo. Nuestra salvación empieza por la venida de Jesucristo a nuestro mundo en un lugar concreto, así la Iglesia debe hacerse presente a todos los hombres en las diferentes civilizaciones, adaptándose a las diferentes circunstancias.

El misionero no es sólo el que sale de su país, también recibe el envío aquél que va de una comunidad creyente a otra que no lo es, aunque sea en su mismo país.

TESTIMONIO, DIÁLOGO Y CARIDAD CRISTIANA

El número 11 del Decreto Sobre la actividad misionera de la Iglesia está dedicado a describir la presencia de la Iglesia en el mundo no creyente, con tres consideraciones: 1) dar testimonio, 2) favorecer el dialogo y 3) aportar amor, caridad cristiana.

Cuando existe la imposibilidad moral de anunciar directamente el mensaje cristiano siempre resta la posibilidad del testimonio en cualquier circunstancia o lugar, tanto donde no hay libertad religiosa como donde existe la libertad para el anuncio de Jesucristo.

El número 11 presenta la urgencia de la predicación de la Buena Nueva. La noción de testimonio cristiano es fundamental para la comprensión de todo el artículo. El texto habla de la “esencia” que consiste en la vida divina que recibe el cristiano por la gracia. Por el Bautismo nace el hombre nuevo y se incorpora a la Iglesia, la Confirmación comporta la madurez de la vida cristiana y la obligación de anunciar a Cristo.

El cristiano no da testimonio solamente de una doctrina, recibe el mensaje de Cristo por la fe, la esperanza y el amor que vienen del Padre. El texto clave para el testimonio se encuentra en el sermón de la montaña, Mt 5, 16: «Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo».

Una condición para el testimonio es la unión entre los hombres. El Concilio se opone a toda forma de gueto y pide que los cristianos participen o se inserten en la sociedad y lugar donde se encuentren, conozcan su propia cultura y respeten las demás. Aparte del testimonio, otra condición es el diálogo. El modelo es Jesús a lo largo de su vida pública. Este testimonio necesario con los no creyentes también debe darse con los mismos creyentes.

El número 12 del Decreto muestra una segunda forma de testimonio, aún más esencial e indisociablemente ligada a la presencia de la Iglesia en el mundo: la caridad cristiana. Como el diálogo está expuesta a graves mal entendidos, especialmente por ser considerada por los no cristianos y a veces por los mismos cristianos como medio para ganar a la Iglesia nuevos miembros.

El primer párrafo del número 12 contiene consideraciones de principio sobre el amor como testimonio. La esencia se comprende a partir de su modelo: Dios. El amor de Dios es para todos los hombres, para todos los pueblos por encima de las diferencias. Este amor de Dios se muestra por Jesucristo y se expresa en la Iglesia. La caridad de Dios es universal.

Para ciertas obras de caridad se debe estar atento primero a los cristianos sin excluir a los no cristianos. El motivo de la caridad es Dios que nos ha amado y no espera reciprocidad (Mt 5, 46-47; Lc 6, 32-35).

Dios da su amor al hombre, al entregarle el mensaje de salvación pero sin imponerle nada. En el Decreto, la caridad toma forma concreta hacia los que tienen mayor necesidad, el modelo es Jesús. Sobre todo, es dar testimonio del Reino de Dios.

Otro aspecto es el económico-social, según el cual, la Iglesia debe cooperar en las diferentes situaciones tanto en lo referido a la educación como a las ayudas socioeconómicas.

El último párrafo de este número 12 estudia la cuestión del fruto del testimonio cristiano. El artículo sobre el testimonio fue conscientemente separado del de la predicación. El testimonio posee una significación propia que se realiza allí donde la predicación directa no es posible. Es responsabilidad del cristiano mostrar al no cristiano el amor de Dios en la Iglesia.

CONCLUSIÓN

El Decreto Ad Gentes provocó un mayor vigor en la actividad misionera así como una profundización de la dimensión misionera de las Iglesias particulares. Al mismo tiempo planteó grandes cuestiones acerca de la misión redentora de la Iglesia.

El Decreto ha significado la comprensión del término “plantación” referido más a las personas o grupos humanos que a los territorios. Esta acción ha de tender a incorporar elementos autóctonos en la formación de la comunidad cristiana. Ha obligado a precisar más y mejor qué debe entenderse como “evangelización”. Aunque el concepto “misión” sea más amplio que “evangelización” se afirma que ambos coinciden cuando la “evangelización” no se refiere sólo a la primera proclamación del Evangelio a no cristianos sino a todo el ministerio de la Palabra y al conjunto de la misión de la Iglesia.

El Concilio ha permitido también avanzar en la distinción entre “primera evangelización” y “recristianización” de aquellos países que conservan unos referentes culturales evangélicos.

BIBLIOGRAFÍA

- Concili Vaticà II. Constitucions, Decrets, Declaracions, Facultat de Teologia de Catalunya - Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona 2003.

- SCHÜTTE, J. (dir.), L’activité missionnaire de l’Église. Décret «Ad gentes», Cerf, Paris 1967, pp. 185-221; 235-254.

Texto: Sor Gemma Morató.Dibujo de Fano.
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