El Señor, sol de justicia
“El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona las obras de sus manos:
El día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra”.
Contemplar en la noche un cielo estrellado, la luna, o un amanecer, con el sol que aparece en el horizonte ¿quién no queda admirado? Incluso un día de tempestad con los rayos que se dibujan bajo el cielo nocturno, no se dice en su interior, ¡qué grandeza la de la naturaleza!, ¿es posible que toda esto se haya creado por generación espontánea o hay un ser supremo hacedor del universo?
Es lo que afirma el autor del salmo:
“Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje”.
La naturaleza no tiene voz pero su hermosura, su majestad, es más elocuente que una predicación. Es el silencio que habla.
En mi juventud, mis grandes conversaciones con Dios creador las hice ante las inmensas montañas a la salida del sol, al contemplar el cielo estrellado en las noches de verano junto al susurro de las aguas de un río cristalino que corría por el valle. Y también frente el mar inmenso oyendo el vaivén de las holas que rompían ante las rocas de la costa.
El salmista continúa:
“Allí le ha puesto su tienda al sol:
Él sale como un esposo de su alcoba,
Contento como un héroe, a recorrer su camino”.
Si miramos este verso con ojos cristianos vemos que este sol no es otro que Cristo, el salió de su alcoba (cielo), para encarnarse y ser luz que alumbra las tinieblas en las que estaba sumida la humanidad desde Adán y Eva. Con esta palabra lo saluda Zacarías, el padre de Juan Bautista, en el Benedictus: “Nos visitará el sol que nace de lo alto”. Él es el sol de justicia
Ya en su vida pública Jesús se manifiesta como luz del mundo que ilumina a todo hombre.
La segunda parte es como hemos dicho una alabanza a la Ley pero las dos partes se relacionan entre si: El sol, luz física cantada en la primera parte, es símbolo de la luz moral, tema de la segunda parte.
“La ley del Señor es perfecta
Y el descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante;
los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón”.
Y es que el judío piadoso ponía todo su júbilo en la Torah, es decir en la Biblia, voz explícita de Dios. Quien la acoge con gozo es como si saboreara la miel.
El poeta francés Lamartine decía: “Mi Biblia y la naturaleza son mis dos libros de fe”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.