El desgaste

Desgastado
Hace unos días estuve leyendo una reflexión alrededor del desgaste al que están sometidas no sólo las cosas que usamos. En la mayoría de ocasiones, poco a poco lo que era nuevo va perdiendo su brillo, se acentúan las imperfecciones y todo va perdiendo su color original y todo se va transformando en más lacio y ajado.

Debemos ser cuidadosos con las cosas que usamos, para que conserven el mayor tiempo posible su brillo primero. Siempre podemos encontrar medios, modos, formas para disimular su envejecimiento y los rasguños, y vamos realizando retoques y pequeñas restauraciones, repintados y reajustes, para que a primera vista no se vean demasiado gastadas.

Todo cuanto nos envuelve y acompaña a lo largo de la vida requiere ser tratado con cuidado y delicadeza, con mimo casi para que no sólo sigan cumpliendo su propia finalidad sino que puedan hacerlo con color y forma bien conservados.


Y cuanto ocurre con las cosas, ocurre también a las personas y el paso de los años nos va modificando y perdemos el vigor y el brillo de la juventud. La fuerza se reduce, la agilidad como la salud quizás llegan a perderse. Pero sólo la pérdida de la ilusión y la sonrisa producen un verdadero sentimiento de pena. Hay personas que en su juventud tenían siempre la sonrisa en los labios y en los ojos, y el paso de los años ha ido apagando su expresión feliz.

Sólo aquellos a quienes no importa su propio desgaste personal sino que viven en el deseo de lograr la construcción de un mundo más pacífico y más justo, más dinámico y alegre, ven aumentar su capacidad de sonreír. Son ellos quienes han superado el egoísmo y mirando más lejos de su propia persona han logrado hacer de su vida, con la gracia de Dios, una verdadera entrega a los demás.

Quienes superan su propio desgaste con una sonrisa en los labios, llegarán al fin de sus días con el alma repleta de serenidad y sus ojos transmitirán la luz y la paz que solo el Señor puede dar. Ellos son los constructores de la Paz a quienes se les concede el verdadero nombre de “hijos de Dios”. Texto: Hna. Carmen Solé.
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