Monumento a la insenstez humana
Los tatuajes
| José Ignacio González Faus
Antaño se decía que la filosofía era “servidora de la teología” (ancilla theologiae). Uno se pregunta qué filosofía podría salir de ahí. Pero hoy filosofía y teología han sido llevadas al armario de la ropa vieja. La versión moderna (y secreta) de aquel falso refrán es la cultura “servidora de la economía” (ancilla oeconomiae).
Eso es trágico: porque la cultura debería ser, primariamente, expresión de todas las reflexiones y experiencias del ser humano sobre sí mismo y sobre su mundo, para ayudarnos a crecer en humanidad. Y hoy se está convirtiendo en una reflexión sobre cómo sacar lo peor del ser humano para ir creciendo en beneficios económicos. Recuerdo, en la película “Inside job”, el testimonio de algún profesor de economía, nada menos que de Harvard, sobre el intento de empresas multinacionales de sobornar a profesores de economía para que enseñen que el mejor sistema económico es el actual y que eso está científicamente demostrado.
Dejemos ahora esas grandes calamidades, para comentar solo un ejemplo pequeño de esa manipulación del ser humano: me refiero a la moda de los tatuajes, que se extiende como el polvo. Elijo este mal ejemplo porque nuestros insensatos futbolistas (que son casi los únicos modelos de humanidad a que hoy tenemos acceso) están contribuyendo sin enterarse a propagar ese VIC (o Virus de Inmunodeficiencia Cultural), sin preservativos que lo atenúen…
Antaño, algún infeliz se tatuaba solo el nombre de su amada, porque no sabía que hoy los amores eternos duran tres meses. Luego el tatuaje ha pasado a ser más que un nombrecito en el pecho: y ahí aparecen los futbolistas saltando al campo con brazos y piernas pintarrajeados y con medio cuerpo artísticamente embetunado. Supongo que para que nos fijemos en ellos ya que no marcarán goles como Messi.
Ya sabemos que el impulso de llamar la atención es tan fuerte como la necesidad de comer o beber. Pero es que hasta el mismo Messi ha caído en esa tentación, como si quisiera mostrar que ese impulso no se aquieta solo marcando goles. Cuando le vi con el brazo derecho decorado, me dije que valdría más no verle víctima de esa bajada de tono humano, aunque no marcara goles increíbles de falta. Porque esos goles son una habilidad admirable, pero humanamente inútil: tan inútil como si alguien sabe atarse el cordón de los zapatos con solo la mano izquierda…
Lo que pasa es que en nuestro montaje cultural, esos goles –tan bonitos como humanamente indiferentes- dejan mucho dinero: porque llenan los estadios y suben los sueldos y las cláusulas de rescisión y demás. Pero eso es un valor puramente nominal: no pertenece a nuestra mejor humanidad, aunque así lo crea nuestro deforme sistema que trata de convertir lo lúdico y gratuito en egoísta y rentable y, en lugar de darle un sencillo aplauso, le erige un altar. Curiosamente, creo que los dos únicos buenos futbolistas que he visto sin caer en esa sandez del tatuaje son los dos que, por otro lado, me parecían de más talla humana: Alberto Iniesta e Iker Casillas. ¡Qué cosas!
Luego, como dijo Francisco, nos burlaremos de los indígenas porque llevan plumas: vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos el tatuaje en el propio. Porque al menos, las plumas salen baratas y son fáciles de quitar. Pero toda esa ornamentación churrigueresca que estropea el cuerpo, luego no hay modo de quitársela y resulta mucho más caro que ponérsela. Igual que las minas, vaya.
Encima, me siento hoy a ver las noticias y, al hablar de la alerta que ha dado el gobierno español sobre los viajes al Sahara, aparece en pantalla una preciosa niña saharaui diciendo: “mis amigos de España ¡son lo mejor que me ha dado la vida!”. Casi daban ganas de llorar. O al menos de pedir a todos los esclavos del tatuaje, que renuncien a esa estupidez y dediquen el dinero que gastan afeándose, a ayudar a esas propias criaturas. Porque eso les hará más felices. O que lo dediquen a buscar el modo de presionar a la ONU para que intervenga en este problema del Sahara, tan trágico y tan discretamente olvidado. Porque España, que es la responsable, no intervendrá nunca: Marruecos le tiene embozada la boca con la amenaza de Ceuta y Melilla para que no diga ni pío sobre esta tragedia.
En fin: como si no tuviéramos bastantes cosas que lamentar