Me cago en Dios (carta a Willy Toledo)
Ya ves: escribo la misma frase que te ha costado, ir a la cárcel, por si me llevan a mí también y podemos vernos allí. Pero como temo que eso no suceda, te lo explico por escrito.
Yo creo en Dios (aunque crea muy poco en las palabras con que expreso esa fe). Puedo decirte con certeza que esa blasfemia tuya, a Dios no le afecta para nada. No tenemos los hombres ese poder. Y la piedra que uno tira al cielo es seguro que no llega hasta el cielo pero es posible que le caiga a él en la cabeza. No sé si algo de eso te ha pasado a ti.
Un tal Tomás de Aquino que no creo que te suene mucho pero es uno de esos teólogos clásicos y maestros, escribió hace ya unos ocho siglos que a Dios solo podemos ofenderle por el daño que hacemos a los seres humanos (a uno mismo o a los demás). Eso está dicho desde el presupuesto de que Dios ama a estos pobres bichos humanos que somos todos nosotros hasta el punto de que se identifica con ellos. Como tú no creerás en ese amor de Dios, tampoco creerás haberle ofendido. Tranquilo pues.
Y sin embargo, creo que te has hecho daño a ti mismo. Por dos razones.
La primera es por cobardía. Amparándote en la libertad de expresión ¿por qué no te atreviste a decir y gritar “me cago en Alá”? La única respuesta que yo encuentro es: porque tenías miedo de que un musulmán de esos más idólatras que creyentes, te hiciera saltar por los aires gritando aquello de que “Alá es grande”. Ese miedo nos está llevando a construir un mundo donde el que usa libertad de expresión para buscar la verdad, se expone incluso a que lo maten como tantos periodistas heroicos; mientras que el que usa la libertad de expresión para insultar suele se jaleado y recibir aplausos y adhesiones,
O sea, que muy valiente no lo fuiste. Reconócelo.
La segunda razón es porque, amparándome en la libertad de expresión a la que tú apelas, yo puedo decirte claramente y a la cara: “me cago en tu puta madre”. Es posible entonces que quieras partirme la cara, es posible que me castiguen por haber herido tus sentimientos. Pero podré responder que yo no tenía intención de herir a nadie sino de expresarme libremente.
Porque fíjate: si eso de Dios no es más que una superstición que nos hemos inventado, hay que reconocer que la santificación de nuestras madres es una idolatría aún mayor. Y, por tanto, nuestros sentimientos filiales tienen mucho de cuento. Una mentira piadosa que hemos alimentado con catequesis de esas de que “la madre es única”, o el poema aquel de “que mi madre era una santa, y a ti te encontré en la calle…”. Muy sonoro pero todos sabemos que hay malas madres (casi cada dos días tenemos algún ejemplo en la prensa). Todos sabemos que hay mujeres (¡no todas!) que adoptan niños buscando más satisfacer esa necesidad afectiva de mecer y decir palabras tiernas a un bebé, que el bien mismo del niño. Todos sabemos que el amor materno hay casos en que puede tener mucho más de egoísmo afectivo propio, que de verdadero amor al otro. ¿Por qué tu madre no podría ser una de esas? Y ¿por qué no he de tener yo libertad de expresión para decírtelo si así lo creo? Porque lo gordo es que ese amor materno auténtico nos lo tenemos que creer: no teníamos conciencia entonces para saber si era efectivamente auténtico.
Fíjate: un famoso filósofo llamado Platón, a quien tampoco sé si tú conoces, decía que Dios es el Bien Absoluto y Supremo. Tuvo la mala pata de expresarlo diciendo que es “la idea del Bien”; y digo mala para porque a nosotros nos parece que una idea no existe, y él quería decir lo contrario: Dios es la plenitud de eso que concebimos cuando hablamos del bien o la bondad. Pero si resulta que el Bien Pleno y Absoluto no existe, entonces habrá que reconocer que todos esos entes pequeños y relativos que nosotros llamamos bondades quizá no son tales sino solo expresión de caprichos o necesidades nuestras. Y entre ellos están las madres. Por tanto, si yo digo que me cago en tu madre no es que esté pretendiendo ofender tus sentimientos, no, solo quiero hacerte ver que esos buenos sentimientos tuyos son pura ilusión y pura idolatría. Y de los ídolos creo que tenemos derecho a burlarnos.
Puede resultar así que entre esos bienes que, en realidad, no son tales sino puras apariencias, esté la libertad de expresión. Y entonces es cuando acaba siendo reducida a ser libertad de insulto como intento explicarte: para decir las verdades a los políticos o a los grandes millonarios, casi nadie tiene libertad; pero para insultar al de enfrente, sobre todo si sabemos que no nos va a responder, todos nos sentimos muy libres y muy valientes. Lo malo es que si el otro nos responde, podemos acabar convirtiendo la convivencia en una batalla campal. Que es a lo que parece que nos vamos acercando…
Por eso he intentado decirte en esta carta que has hecho algún daño. No directamente a Dios, por supuesto. Pero sí a ti mismo, a la libertad de expresión y a la posibilidad de esa convivencia que tanto necesitamos los humanos.
Término diciéndote otra cosa: en los universos religiosos, cuando se habla del pecado de blasfemia suele apelarse el segundo mandamiento del decálogo bíblico. Pero la Biblia no dice “no blasfemar” sino “no tomar el Santo Nombre de Dios en vano”. Que es algo muy distinto. El nombre de Dios lo toman en vano aquellos que dicen que “gracias a Dios” les van muy bien los negocios. Lo toman otros muchos que pretenden que su propiedad privada (y excesiva) es un derecho sagrado que Dios les otorga. Lo tomó el Bush junior cuando apelaba a Dios para atacar terroristamente a Irak. Lo toma por supuesto el llamado califato islámico (que no es todo el Islam), lo tomaban todos aquellos sumos sacerdotes y saduceos judíos a los que Jesús denunció (y que por eso le acusaron de blasfemo) Y lo toman por desgracia algunos eclesiásticos. Ojalá pues que tu fallida blasfemia nos ayude a caer en la cuenta de eso. Aún tendríamos que darte las gracias.
Esta carta, si por un casual te llegara, se la puedes dar al juez que te juzgue. Ojalá te ayude. Pero, por favor, se razonable y no vuelvas a hacer tonterías…