"El cambio climático ha dejado Sudán del Sur sin cultivos" Padre Ubaldino Andrade: "Uganda nos da un ejemplo extraordinario a muchos países llamados del 'Primer Mundo'"
"Los sudaneses siguen migrando a Uganda a causa del hambre"
"La gente que llega a la frontera ya ha caminado por meses, por semanas, huyendo de toda la locura de la guerra"
"A las mujeres se las busca como al botín de guerra. Son consideradas la paga de los que luchan"
"Naciones Unidas va identificando a las personas refugiadas: una cinta amarilla significa que ha cruzado la frontera, pero está muy enferma"
"Es increíble que en medio de toda esta situación tan triste, tan dura, los refugiados son visiblemente felices. No porque estén contentos de estar ahí, sino porque hay gente con fuerza para encontrar siempre un motivo para reírse"
"A las mujeres se las busca como al botín de guerra. Son consideradas la paga de los que luchan"
"Naciones Unidas va identificando a las personas refugiadas: una cinta amarilla significa que ha cruzado la frontera, pero está muy enferma"
"Es increíble que en medio de toda esta situación tan triste, tan dura, los refugiados son visiblemente felices. No porque estén contentos de estar ahí, sino porque hay gente con fuerza para encontrar siempre un motivo para reírse"
"Es increíble que en medio de toda esta situación tan triste, tan dura, los refugiados son visiblemente felices. No porque estén contentos de estar ahí, sino porque hay gente con fuerza para encontrar siempre un motivo para reírse"
| Lucía López Alonso
Entrevistamos en Religión Digital al padre Uba, Ubaldino Andrade, que después de llevar años trabajando en diferentes misiones de África y del mundo está dedicado actualmente a la acogida de refugiados sudaneses en el asentamiento de Palabek, en Uganda, donde está su misión salesiana. Vamos a hablar de esa experiencia tan dura y de cómo los refugiados la enfrentan con fuerza y ganas de salir adelante, además del impulso de la dimensión educativa de los proyectos de los salesianos en Palabek. Apoyados por Misiones Salesianas y Jóvenes y Desarrollo, los misioneros salesianos son testigos de las esperanzas de los refugiados sudaneses y de la generosidad de un país como Uganda, que está acogiendo a muchos más refugiados que nosotros.
Padre, cuéntenos qué se encuentra uno allí, en Palabek. ¿Qué es el asentamiento de refugiados de Palabek?
Palabek es un lugar enorme, porque un asentamiento es distinto a un campamento de refugiados. Un campamento o campo es mucho más pequeño, con grandes muros, una sola entrada, cocina para todo el campamento... Mientras que el asentamiento es un lugar menos unificado y enorme. 20 kilómetro por 20 kilómetros, donde en este momento viven 53.000 personas. Cuando los salesianos llegamos eran 26.000. El pasado marzo, éramos más de 40.000... La población refugiada ha ido creciendo, porque siguen llegando.
Ahora, no tanto por la guerra, pero siguen llegando por hambre. La guerra, las crecidas, las lluvias, todo lo que supone el cambio climático también ha afectado a Sudán del Sur. Lo ha dejado sin cultivos y, por tanto, sin comida. La gente ahora cruza no tanto por la guerra sino por hambre.
Cruzan la frontera, y allí los recogen las Naciones Unidas. Y los llevan a asentamientos como el de Palabek, que no es el único. Habrá unos 6 o 7 asentamientos en toda Uganda. Más de un millón de personas. Palabek, específicamente, queda al norte de Uganda, muy cerca de la frontera con Sudán del Sur (unos 30 kilómetros).
¿Cómo es ese proceso de la persona refugiada que cruza la frontera entre Sudán y Uganda hasta que puede considerarse asentada en Palabek? ¿Cómo se les recibe?
Es un proceso larguísimo y muy penoso. Tiene un carácter delicado y difícil. La gente que llega a la frontera ya ha caminado por meses, por semanas, huyendo de toda aquella locura. En el tiempo de la guerra, huían despavoridos de la guerra. Porque la guerra, si te agarra, te mata. No hay opción.
Siempre se huye con lo puesto, claro.
Si te quedas, es la muerte. Sobre todo para las mujeres y para los niños, porque en la guerra se busca a las mujeres. Son como el botín, la paga de los que luchan. Entonces, claro, las mujeres huyen. Los niños huyen. Muchas de ellas han sido violadas en el proceso y, una vez que cruzan la frontera, ahí ven camiones, autobuses de las Naciones Unidas que los recogen y los llevan a un centro de acogida. En ese centro de acogida ellos, supuestamente, deberían estar una semana, pero a veces están hasta dos meses en ese lugar. En ese primer centro, no hay comida: lo único que se les da son galletas nutritivas. Eso es lo único que van a comer durante toda la estadía en ese lugar.
Allí se les hacen los exámenes médicos, se recoge la información: sus huellas digitales, datos personales... Se hacen fichas para saber su procedencia. También se descubre un poco, en ese proceso, cuál es la situación de la persona: si está acompañada o si su familia no está con ellos.
Muchos se separan en la propia huida. Se pierden.
Es que cuando atacan en los poblados hay que correr. Entonces, claro, huyen y en ese proceso algunos se pierden o desaparecen. De algunos no se sabe el paradero... Pero, cuando llegan a ese centro de acogida, se les dan cintas de colores que los identifican. Dos cintas azules, por ejemplo, significan que esa persona es líder de una familia. La mayoría de las veces, son mujeres, porque los esposos han muerto o no se sabe dónde están.
Una cinta amarilla significa que la persona cruzó la frontera pero está muy enferma. Con una malaria muy fuerte, por ejemplo. O diarrea o algo así. Otras cintas identifican a los menores de edad. Niños y niñas que han cruzado la frontera pero no saben dónde están sus parientes. O han huido no acompañados, ellos solos. Caminando durante semanas, hasta ser rescatados al llegar a la frontera.
Una vez que termina todo ese proceso de identificación, de conocer el estado de salud, la situación familiar, todo por lo que han pasado... se les lleva al asentamiento de refugiados, donde se les da lo material: mantas, lonas, un machete, alguna cazuela, linternas...
¿Para que construyan su propio espacio?
Sí. Les reparten ese material y los llevan a un pequeño lugar, una parcela de unos 30 metros por 30 metros, y ahí los dejan. A la intemperie en medio de la nada, con esos instrumentos, para que apañen cómo vivir. Van, cortan algún tronco, construyen algo... Agarrando ramas, extendiendo la lona... Se hacen una especie de tienda de campaña para comenzar una nueva vida. Caminan para ver dónde está el agua, dónde ir a buscarla. Los que encuentran leña construyen una pequeña cabañita. Abren un hueco en la tierra para poder ir al baño. Cosas así: un comenzar de nuevo desde cero prácticamente. Lo han perdido todo y tienen que comenzar ese todo de nuevo.
¿Cuándo llegaron los salesianos a Palabek? ¿Cuál es su labor allí hoy?
Llegamos por casualidad. Por la curiosidad de uno de los salesianos que estaba trabajando cerca y fue a ver lo que estaba pasando en uno de los asentamientos. Cuando llegó a Palabek, se encontró con que había cristianos católicos -en Sudán del Sur muchos de los habitantes son católicos- que se reunían para celebrar la Palabra y rezar juntos. Hablando con ellos, le pareció muy curioso y, cuando se identificó como sacerdote, uno de los cristianos refugiados lo llevó al lugar donde rezaban y, para su sorpresa, se encontró más de 400 o 500 personas reunidas debajo de un árbol, celebrando la Palabra de Dios.
"Naciones Unidas les da lonas, mantas, un machete, linterna, cazuelas... y les deja en medio de la nada de Palabek, con esos instrumentos, para que apañen cómo vivir"
Sudaneses refugiados celebrando, pese a haberlo perdido todo.
Muchos de ellos antes eran personas cualificadas, con estudios, que habían ido a la escuela. Personas que trabajaban... Y allí, refugiados, se reunían por su propia cuenta para celebrar la Palabra, rezar, estar juntos los domingos. Entonces este salesiano comenzó a ir los domingos y, poco a poco, se iba quedando uno, dos días. Hasta que se quedó con ellos, y nuestros superiores en Roma se dieron cuenta, ante esta situación, de la importancia de atender al Papa Francisco en su apoyo a los refugiados. Y decidieron llamarnos a otros cinco salesianos, de diferentes provincias y países, para ampliar la ayuda.
Llegamos y nos quedamos. Y, en este momento, tenemos tres escuelas. Una Escuela Técnica. Unas 16 capillas. Centros juveniles, para el entretenimiento de los jóvenes: música, baile, juegos. Atendemos grupos de cooperación (pequeñas cooperativas donde las mujeres aprenden a hacer algo de dinero, para llevar algo de comida a la casa, porque lo que se les da es muy poquito).
Dos tazas de aceite, dos tazas de alubias, algún kilo de maíz... ¿Con eso tienen que sobrevivir? Entonces la gente busca cómo trabajar, porque la tierra es muy estéril también. Las mujeres pican piedra, porque en la tierra de Palabek hay mucha piedra. Pero es un trabajo durísimo. Vienen camiones de las ciudades.
"Llegamos a Palabek y nos quedamos. Y, en este momento, tenemos tres escuelas. Una Escuela Técnica. Unas 16 capillas. Centros juveniles, para el entretenimiento de los jóvenes: música, baile, juegos... Y atendemos cooperativas de mujeres"
¿A llevarse la piedra?
Sí, la compran muy barata y se la llevan. Pero ese dinerito les sirve a los refugiados para comprar alguna otra cosa, por ejemplo ropa, recipientes para guardar el agua, alguna otra cosa de comida... Básicos, porque están con lo que cargaron. No es mucho y tienen que sobrevivir en el lugar.
Poco a poco, la gente ha ido mezclando arena con agua y construyendo mejor. Van uniendo materiales para formar cabañas, con techos de rama seca. Se cubren de las lluvias y poco a poco van adelante. Y es increíble que en medio de toda esta situación tan triste, tan dura, los refugiados son visiblemente felices. No porque estén contentos de estar ahí, sino porque son gente que, no sé de dónde, sacan una fuerza para encontrar siempre un motivo para reírse. En lo poquito. Y encuentran también la posibilidad de ofrecer hasta lo que no tienen. Siempre hay una posibilidad de compartir con el otro, que no tiene. Saben que no tienen, pero lo poco que tienen lo comparten con el otro. No lo hacen como una obligación, sino como un gesto normal. Que nos ayuda a sobrevivir a todos, porque todos estamos en la misma situación...
Y luego les gusta bailar, cantar... Los jóvenes son incansables. Organizamos miles de actividades para que se reúnan en grupo, que canten, bailen y reflexionen. Los tambores van sonando y la vida... tiene que continuar. A pesar de la dureza, de sus dificultades, los refugiados te dan un ánimo. No hay agua potable, no hay electricidad, no hay transporte, no hay medicinas... Y, en medio de ese caos completo, esta gente ha salido adelante. Con ayuda de Dios y su propia fuerza.
Ellos dicen que basta que les des las manos para empoderarse. Como hacía Jesús en el Evangelio. Me dicen: "Padre, solo necesitamos alguien que nos ayude a levantarnos". Sentirse acompañados. Porque, una vez se levantan, caminan y echan para adelante. En este sentido, es interesante decir que nos han dicho algunas reflexiones sobre que Misiones Salesianas somos los que no les damos nada. Porque en el asentamiento hay unas veinte oenegés...
Pero en régimen de visita.
Está prohibido quedarse dentro del asentamiento, para los trabajadores de las organizaciones.
Pero los padres salesianos sí vivís dentro del asentamiento.
Sí. Nosotros hemos decidido que nos quedamos con ellos. A vivir con ellos. Al principio, vivíamos con ellos debajo de las mismas carpas. Comiendo lo que ellos nos ofrecían, en vez de ir nosotros repartiendo comida. Lo que tenían en la mesa, lo compartían con nosotros. Nos recibieron como a uno más y vivimos la experiencia de ser refugiados en medio de refugiados. Entonces, ellos dicen que los salesianos son los únicos que no les dan nada, las otras nos dan muchas cosas... Pero en cambio, decía el mismo muchacho cuando le preguntamos qué eso qué quería decir, que "ustedes nos enseñan a conseguir el pescado, pero no nos dan el pescado".
"Al principio, vivíamos con ellos debajo de las mismas carpas. Comiendo lo que nos ofrecían de su mesa. Vivimos la experiencia de ser refugiados por refugiados"
El famoso refrán.
Mejor es enseñar a pescar que dar el pescado... Así caímos en la cuenta de cómo interiorizan y reflexionan sobre nuestra aportación. Que los salesianos están ahí para acompañarlos no solo en la experiencia pastoral, espiritual, religiosa... sino para hacer con ellos un camino que les dignifique. Que mejore la situación en la que viven.
Orientados a la educación incluso dentro de un asentamiento de refugiados.
Todas nuestras actividades, inclusive el ocio juvenil, el deporte... tienen una dimensión educativa, que nos ayuda a descubrir que somos capaces de hacer cosas, a pesar de vivir a veces en situaciones muy difíciles. Descubrir que la gente que tenemos cerca nos necesita, y que, aunque sea por nosotros mismos, hacer algo siempre nos dignifica. Nos hace personas. Estar con los brazos cruzados esperando que una ONG venga y me solucione los problemas, no me dignifica. Yo soy una persona capaz, que puede hacer cosas... Dios me ha dado muchos talentos, muchos regalos. Los puedo poner en práctica junto con los otros.
Por otro lado, está esa dimensión de saber que hay mucha gente que depende de mí. Sí es cierto que muchos parientes se les han muerto, pero todavía quedan los otros. Familiares, menores... dependientes, que necesitan de ellos para sobrevivir. Está esa mentalidad de tener que hacer algo no solo por mi persona, sino por los míos. Mi hijo, mi hermano menor, mi abuela, tía o mamá. Es un movimiento educativo que hace buscar alternativas para salir adelante.
"En el asentamiento, la familia de cada uno es un movimiento educativo que hace buscar alternativas para salir adelante"
También creo que son muy conscientes de que la guerra no puede ser para toda la vida. Que algún día la guerra va a terminar y les va a dar a ellos la posibilidad de regresar a reconstruir el país al que pertenecen y al que quieren muchísimo. Están convencidos de que algún día habrá paz. No solo una paz firmada en un papel, sino una paz verdadera y duradera con la que encuentren esa posibilidad de regresar a su tierra. Trabajar juntos, poner las cosas en orden y reconstruir ese país tan bello y hermoso.
El padre Uba está en Madrid porque recientemente se ha estrenado este documental: Palabek. Refugio de esperanza. Un documental de Raúl de la Fuente sobre la vida en este asentamiento de refugiados. Y en él aparecen testimonios, esas mujeres por ejemplo, que lo protagonizan: jóvenes, madres, refugiadas en Palabek. Que, después de haber escapado de la guerra, de haber padecido violencia, pérdida de seres queridos... es verdad que demuestran esa fortaleza de la que usted habla. ¿Qué es lo más duro que se experimenta en Palabek viviendo allí, tanto siendo un refugiado que está ahí porque no ha tenido otra opción como siendo uno de ustedes, que están allí precisamente por opción de vida, acompañándoles?
El hecho en sí de estar en Palabek es una experiencia muy dura. Es una avalancha. Me preguntas por la cosa más dura, lo más fuerte... ¡Es una avalancha de situaciones tan fuertes! Tan negativas, tan difíciles para ellos pero también para nosotros. Ellos están ahí habiéndolo perdido todo. Es un lugar donde no hay nada.
Nosotros también, en cierta forma, recordamos las comodidades de otros lugares en los que vivimos. Un cuarto, una casa, por muy humilde que sea una comunidad... Ir a Palabek es perderlo todo. Por eso digo que a nosotros también nos ha tocado ser refugiados.
El documental presenta estas dificultades a través, precisamente, de la vida de dos jóvenes. Esas dos jóvenes que son el reflejo de las dificultades vitales de muchos. En Palabek el 80% son mujeres y niños. Alice, que está en 4º de la ESO, no ha terminado la escuela secundario, pero ya ella es madre y no solo eso: también es viuda, porque su esposo fue asesinado. Gladys, por el otro lado, es una chica enorme, fuerte.
Y también muy joven.
Muy joven, no llegará a los 24 años. También ella tiene un hijo, que lo ha dejado con su madre en la capital de Sudán del Sur. La capital que, por cierto, también es un gran campo de refugiados, porque todos los aldeanos han huido a la capital, donde sienten que están más protegidos.
Ella no tiene miedo. Conduce, y cruza la frontera cada fin de semana con su moto. Visita a su hijo y regresa de nuevo al asentamiento, donde los salesianos le ofrecen la formación técnica. Ella aprendió a conducir y ahora quiere ser mecánica para sacar adelante a su hijo. Hace unos sacrificios enormes... Ella también es viuda. Y así muchas de las vidas de la gente con la que nos encontramos a diario en el asentamiento.
"Gladys, viuda de 24 años, aprendió a conducir y ahora quiere ser mecánica para sacar adelante a su hijo"
Creo que el ejemplo tanto de Alice como de Gladys, en el documental, nos están regalando dos lecciones: una, que para sobrevivir en la situación de un refugiado se necesita ese empoderamiento que da la educación (de ahí que la misión salesiana sea formativa, y que ellas estén estudiando en la Escuela Técnica Don Bosco); y dos, que hace falta trabajar. Que ellos necesitan trabajar, porque lo peor que le puede pasar a uno es estar metido en un asentamiento, sin tener nada que hacer. Y en ese punto Uganda, desde África, nos está dando una lección a los europeos. De políticas de apertura, de acogida de migrantes. Uganda permite, por ejemplo, trabajar a los refugiados que recibe, ¿no?
Es una situación interesante porque yo diría que Uganda quizá es el único país en el que las puertas están abiertas para cualquier refugiado, no solo los procedentes de Sudán del Sur. Uganda siempre les ha recibido. Cuando les pregunto por qué son tan acogedores, siendo un país pobre (también Uganda está entre los más pobres del mundo), siempre me dicen que ellos recuerdan lo que han vivido. Ahora disfrutan de paz, pero en el pasado también les ha tocado huir, y no pueden olvidarlo. Huyeron a Sudán, a Kenia, al Congo... Ahora Uganda está bien, pero son los del Congo y Sudán los que necesitan ayuda. Ellos están allí para ayudarlos porque una vez necesitaron ayuda y los otros países los ayudaron.
En ese sentido, a muchos países europeos se nos olvida la historia. Tenemos amnesia. Se nos olvida que en España, por hambre y por la situación política, muchos españoles tuvieron que huir y refugiarse en Latinoamérica, en África. Y no solo fueron acogidos, sino que salieron adelante. Con mucho sacrificio, sí, pero lograron comenzar una vida nueva. Es como contradictorio que ahora que hay otros que están en esa situación dura y difícil por la que hemos pasado, nos empeñemos en crear muros y reglas, cerrar fronteras, prohibir el paso y penalizar a los que ayudan. Todo esto es una locura. Como si olvidáramos de dónde hemos venido.
El Papa Francisco siempre dice que no se trata de refugiados, sino de personas. Y tampoco es solo acerca de ellos: es acerca de nosotros mismos. ¿Qué les estamos ofreciendo a nuestros hijos? Cuando somos incapaces de servir y de ayudar a otros... Hay una pobreza muy grande. Yo no sé quién es el pobre: el que vive en Uganda sin nada y con una alegría muy grande, y ganas de vivir, de salir adelante, de trabajar por los demás... O el que vive en Europa, con todo a la mano. Si tenemos sed, abrimos el grifo y tomamos agua. Si queremos comer, abrimos la nevera y sacamos comida. Ciertamente no todo siempre es fácil... Pero tenemos grandes posibilidades, que mucha gente no tiene, y sin embargo, cada vez que nos pasa algo, enseguida chillamos. Nos quejamos y protestamos porque nos hemos acostumbrado a tantas cosas buenas que, cuando nos falta alguna, se nos olvidan las otras. Creo que Uganda nos da un ejemplo extraordinario a muchos países llamados del 'Primer Mundo'. En la política, en las discusiones, siempre está este tema de los refugiados, pero siempre salen perdiendo los refugiados.
"Es como contradictorio que ahora que hay otros que están en esa situación dura y difícil por la que hemos pasado, nos empeñemos en crear muros y reglas, cerrar fronteras, prohibir el paso y penalizar a los que ayudan"
Pensando en esto, terminemos con un mensaje que nos pueda dejar para ahora que empezamos las navidades un año más, sin haber dado solución a esta crisis migratoria.
Yo pienso que las cosas se van cambiando lentamente, pero hay que comenzar. El documental también refleja esas cuatro palabras de las que nos ha hablado el Papa Francisco: acoger al necesitado, al que a veces encontramos en la calle, el que sabemos que no la está pasando bien, incluso en nuestra propia familia, casa, barrios. Acoger. Proteger a las personas, defendiendo su dignidad, los derechos que nos hacen personas. Promover experiencias de unión, de trabajo por los demás. Y reintegrar a las personas que no son de los nuestros y por eso necesitan que les acompañemos en ese proceso de reintegración en la sociedad en la que vivimos. El Papa ha sido muy profético con estas cuatro palabras: acoger, proteger, promover, reintegrar a las personas que viven esta situación dolorosa de buscar refugio.