Hacerse pequeño COMO UN NIÑO 1
El que se hace pequeño como este niño…
Jesús llama a un niñito, lo coloca en medio de los discípulos, y dice: “Os aseguro que si no cambiáis y volvéis a ser como niños, no podréis entrar en el Reino de los Cielos. El que se hace pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos, y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe” (Mt 18, 2-6).
Si observamos detenidamente a los niños, más allá de su amor filial, de su dependencia afectiva, que tan heroicamente vivió Teresa de Lisieux en clave espiritual, descubriremos infinidad de gestos y actitudes que los hombres de Dios habrán de cultivar, sin duda, por los amables jardines de las bienaventuranzas.
Son alegres los niños, confiados, viven el presente y quieren crecer; son también observadores, curiosos, con una enorme capacidad de asombro; y espontáneos, sencillos, auténticos; su ingenuo misticismo, su desenfadada fantasía les orienta creativamente hacia lo nuevo, hacia lo mágico; se sienten maravillosos, únicos; les gusta jugar, divertirse, y se concentran intensamente en todo lo que hacen; son expresivos, intuitivos, poetas natos, conectan misteriosamente con todo ser vivo...
Cuando Jesús señala, en el centro de la rueda de adultos, a un pequeño (“Si no cambiáis y volvéis a ser como niños...”), ¿qué nos está recomendando? Que tengamos ojos asombrados de niño, corazón al trote de niño, infatigables y traviesas manos de niño, fantasía creadora de niño... Los niños nos evangelizan...
TRANSPARENCIA DE DIOS
En el poema “Regalo” nos describe el claretiano Ángel Sanz el delicioso encuentro de un bebé de tres meses, Tico, y un poeta, testigo del milagro. El niño sonríe gratis, y agita los bracitos. Cada sonrisa es nueva y las regala sin saberlo, como el sol al amanecer, la rosa en primavera, el jilguero en la rama... Sucede, al fin, lo que un día cantó Valentín Arteaga dirigiéndose al Padre: “En la diminuta catedral de la sonrisa de un niño, ¡ahí me esperas!”
Sugerencia:imaginar que tú, que yo, somos el niño que sonríe al Padre y recibe miradas de amor y acogimiento. Comenta Teresa de Lisieux a su hermana Celina, como quien ha descubierto un tesoro: “Él no quiere más que una mirada, un suspiro, pero una mirada, un suspiro que sean sólo para él...” Una mirada, un suspiro, una sonrisa, unos brazos y un corazón alzados a la ternura del Padre de la Vida...
REGALO
Me ha mirado
y me ha dado su sonrisa
sin pasarme factura
(¿cuánto vale la sonrisa de un niño?).
Luego ha agitado
alborozadamente
sus tiernos brazos diminutos
y ha vuelto a sonreír
(aún no tiene otro idioma).
Cada sonrisa es nueva,
distinta, irrepetible,
única... La disfruto
con renovado asombro
como se estrena el sol cada mañana.
Él no me dice ‘para ti’,
nunca pone la firma
para dejar constancia;
me la regala simplemente,
lo mismo que la rosa
es rosa y se regala sin saberlo.
Ni siquiera he podido darle gracias,
no me hubiera entendido
(‘¿gracias, por qué?’).
Él se entrega sin más en su sonrisa
y no sabe
ni sospecha siquiera que está siendo
con ello,
limpiamente,
transparencia de Dios.
ME MUERO DE HAMBRE DE CIENCIA TUYA
Ramón de Garciasol, bajo elocuente título, “Limosna”, mendiga por caridad a un pequeño su risa, su intuición, su fantasía, su inocencia..., ¡su sabiduría! Y es que los niños, a veces, nos dan ejemplo de perspicacia y bondad. Como la pequeña historia de la que fue testigo Leo Buscaglia al formar parte de un concurso infantil para seleccionar al niño más cariñoso. El ganador fue un niño de 4 años, cuyo vecino era un anciano a quien recientemente se le había muerto la esposa. El niño, al ver al hombre llorando sentado en un banco del patio, se subió a su regazo y se sentó. Cuando su mamá le preguntó qué le había dicho al vecino, el pequeño le contestó: "Nada, sólo le ayudé a llorar".
Sugerencia:observar a los niños y descubrir en ellos cualidades como sencillez, sinceridad, confianza, curiosidad, disponibilidad, sentido filial... que incorporar a nuestra relación con el Padre.
LIMOSNA
¿A qué te sabe la vida,
niño que descalzo vas?
¿A qué te sabe en la boca
la llama de tu cantar,
que empieza a latir la tarde
como pájaro en la mano?
¡Corazón sin deshojar,
qué bien arde de gloria
tu cantar!
La rebanada de risa
dame, niño, de tu pan
de inocencia.
Me muero de hambre de ciencia
tuya, pequeño:
de saber a cualquier cosa
darle sabor de alto sueño,
de saber hablar en rosa.
POESÍA PARA MEDITAR
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Hacerse pequeño COMO UN NIÑO
1. El que se hace pequeño como este niño…
REGALO, de Ángel Sanz
LIMOSNA, de Ramón de Garciasol
2. Y Dios se olvida de cerrar la puerta
18 DE NOVIEMBRE, de Carlos Murciano
MECIENDO, de Gabriela Mistral
HIJOS MÍOS, SAETAS, de Cintio Vitier
3. Verte jugar es como ver la luz del cielo
VERTE JUGAR, de Susana March
SI LIBRES SON LOS PÁJAROS…, de Jesús Mauleón
REQUIEM POR UN HOMBRE, de Carlos Murciano
y4. Vuelvo a los días rosados
AGRANDA LA PUERTA, PADRE, de Miguel de Unamuno
ORACIÓN DE ABANDONO, de Carlos de Foucauld
En el amor del CANTAR DE LOS CANTARES
1. Dios es amor. El hombre y la mujer son amor.
POESÍA COMPROMETIDA, de Enrique García-Máiquez
LA PAREJA, de Leopoldo de Luis.
2. Amaneciendo cada día a romper mi oscuridad
LA AMADA INNUMERABLE, de Bartolomé Mostaza
LA ESPOSA, de Jorge Carrera Andrade
EL PAN DE CADA DÍA, de Ángel Urrutia Iturbe.
3. Un velo de sueño y de ternura
LA ORACIÓN DE LA NOCHE, de José María Valverde
ORACIÓN DEL ESPOSO, de Juan Ruíz Peña
INVIERNO, de Luis Felipe Vivanco.
4. Como en las manos de Dios
A MI ESPOSA, de Cintio Vitier
ESTOY MIRANDO TUS MANOS, de José Bergamín
MOMENTO, de Carlos Murciano.
y5. ¿Qué son esas trompetas?
JUICIO FINAL, de Agustín de Foxá
AVISO PREVIO A UNOS MUCHACHOS
QUE ASPIRAN A SER CÉLIBES, de Casaldáliga