3 de marzo de 2025, la memoria y el memorial Inviable abrir el “Memorial San Francisco 3 de Marzo” para el 50 Aniversario de la masacre en 2026

El objetivo es abrir el “Memorial San Francisco 3 de Marzo” para el 50 Aniversario en 2026
El objetivo es abrir el “Memorial San Francisco 3 de Marzo” para el 50 Aniversario en 2026 VLG

A un año de cumplirse los 50 de la masacre llevada a cabo por la policía nacional cargando contra los obreros reunidos en asamblea en la Iglesia de San Francisco de Vitoria el 3 de marzo de 1976

Que el nombre del Memorial no solo recoja la fecha sino el lugar de los hechos: “Memorial San Francisco 3 de Marzo”

El Memorial debería recoger el papel de las organizaciones católicas como la HOAC, que acogieron en su seno a la izquierda y al sindicalismo prohibido

Tendrían que figurar los nombres de los sacerdotes que, desde su opción por el Evangelio, dieron un paso al frente y se pusieron al lado de la clase obrera

El Memorial debería rendir un homenaje a otras parroquias que acogieron a la lucha obrera

El pasado 16 de febrero se cumplió un año de la firma de la puesta en marcha de la Fundación que sostendrá el Memorial 3 de marzo. En aquella ocasión ante el notario acudieron el Diputado General, Ramiro González; Nerea Melgosa, Consejera de Igualdad, Justicia y Derechos Sociales del Gobierno Vasco; Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria; Maider Etxevarría, alcaldesa de Vitoria-Gasteiz, y también estuvo presente Joana del Hoyo, directora de Igualdad de la Diputación Foral de Álava.

Los cuatro patronos: Gobierno Vasco, Diputación Foral de Álava, Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y Obispado de Vitoria, son patronos natos de la fundación y son también miembros del patronato de la fundación las asociaciones Martxoak 3 y Memoria Gara, como representación de la iniciativa social. Además, Nerea Martínez, miembro de la Asociación Martxoak 3, que actúa como la vicepresidenta de la Fundación.

La Fundación tiene como objetivos recuperar, dignificar y transmitir la memoria de las víctimas del 3 de marzo, así como la memoria de la lucha obrera y democrática ligada a los sucesos del 3 de marzo de 1976.

Ha pasado un año y el memorial sigue sin ver la luz definitivamente, y es que por el camino se han ido encontrando con varios escollos. Además del ruinoso estado en el que empieza a estar el edificio y que ha sido denunciado por Memoria Gara y EHBildu y recientemente la Asociación 3 de Marzo, que ahora se preocupan por el estado de la iglesia, algo que no hicieron cuando era "su" parroquia. La asociación 3 de marzo ve imposible su apertura para el 50 aniversario de la masacre. Lo primero que requiere el edificio es una actuación inmediata de mantenimiento y reparación de la cubierta y otros elementos de la estructura que el paso de los años y la falta de uso han dejado huella. La asociación 3 de marzo acaba de trasladar su sede a la calle Vicente Manterola y dejar su sede de toda la vida en Fray Fermín Lasuen. 

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Según hemos podido saber que todavía no hay una ubicación para los belenes de Sánchez Iñigo, una fundación que cada vez carece más de sentido y que desde hace años ya carece de actividad divulgativa y museística alguna. 

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Al parecer había una lonja de las dominicas que podría almacenar todos estos belenes hasta encontrarles una ubicación definitiva, y alguna de las instituciones públicas estaba dispuesta a abonar 600 € de alquiler a las monjas por alojar los belenes pero el obispado consideró que el local merecía una renta más alta por su ubicación y se paralizó el acuerdo. Las dominicas en todo caso no han recibido ninguna petición formal y por escrito solicitando el local. Al parecer todo fue un mero tanteo.  

Otro escollo fue más administrativo. Al constituirse la fundación se descubrió que había un problema de inmatriculación relacionado con San Francisco, el edificio pertenecía a la Iglesia pero el suelo seguía siendo municipal ya que formaba parte de todo el terreno reservado para servicios en esa zona que comprendía el colegio y el centro cívico de Iparralde. La nueva realidad exigía regularizar esa situación e inmatricular el suelo que ocupa San Francisco a nombre de la Iglesia. Se le requirió al obispado que asumiese el coste de ese trámite para salvar este escollo. El Ayuntamiento por su parte procedió a la cesión del terreno sobre el que se levantó la iglesia. 

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Non solum sed etiam

Si bien es cierto, como dijo Nerea Melgosa hace un año, que no es tiempo de mirar atrás sino de pensar en el futuro, tampoco es malo saber la historia y conocer los antecedentes. Hacer memoria antes de poner en marcha el memorial. Que para eso se crea un memorial, para hacer memoria.

San Francisco fue una parroquia con mucha vida desde su puesta en marcha en 1970. Fue una parroquia obrera desde sus orígenes y con un compromiso social fuerte por parte tanto de los sacerdotes que estuvieron al frente como de la feligresía, Amigos de San Francisco, grupos de Tiempo Libre, belenistas. Además era un templo grande, con formato casi de polideportivo, en el que se pasaba en invierno un frío difícil de compensar con la calefacción que se puso. Que por cierto ninguna institución se preocupó entonces del estado del edificio y del frío que pasamos los feligreses.

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Todo hormigón y hierro y un techo altísimo. Pero tenía un gran aforo que la hizo muy útil para las asambleas de trabajadores.  Así es como se eligió para la gran asamblea del 3 de marzo de 1976. 

Siempre quedó marcada por estos acontecimientos, pero no dejó de ser una parroquia viva hasta que el envejecimiento de su feligresía y la falta de relevo generacional llevó primero a incluirla en la Unidad Pastoral de Zaramaga junto con Belén y Buen Pastor, y más tarde a la decisión de su cierre como parroquia. 

San Francisco encierro 2013

La Asociación del 3 de marzo siempre le puso ojitos al edificio y alentó su ocupación en el 2013 por parte de un grupo de jóvenes. Lo recuerdo bien porque yo acompañé al sacerdote que estaba celebrando la misa, Moisés Alonso, en el diálogo con los jóvenes que ocuparon la iglesia durante una semana y a los que por las noches me acercaba yo a hablar con ellos porque entre los ocupas había una alumna de medicina que yo conocía. 

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El obispado no quería dar opciones a otros posibles usos que no fuesen “religiosos” o diocesanos al templo, por eso aceptó la propuesta de la familia Sánchez Iñigo para ubicar la colección de belenes en la Iglesia. Así mismo se estableció por un tiempo el servicio de la Palabra de la Diócesis, pero el frío acabó por hacer desistir a este servicio de seguir ubicado allí.

La ocupación de toda la nave con los belenes fue la excusa perfecta para no dar cabida a ninguna petición externa. Pero las Asociaciones Memoria Gara  y 3 de Marzo fueron firmes en sus pretensiones y con la cooperación de las instituciones públicas se acabó abriendo brecha y poniendo las bases para convertir la iglesia de San Francisco en el Memorial del 3 de marzo.

La escasa actividad de la fundación de Belenes de San Francisco favorecía que el obispado no tuviera argumentos para no ceder y participar en un proyecto que había conseguido muchos defensores. 

Yo siempre defendí que en lugar de dejar morir San Francisco como parroquia habría que haberla reactivado, puesto en manos de algún grupo como la HOAC y haber liderado el memorial como un elemento más de la parroquia. Pero ha sido el memorial el que acabará barriendo todo recuerdo de lo que fue San Francisco como parroquia si no se defiende que en la memoria de San Francisco quede también recogida la historia de la parroquia que fue. 

Lo que sí parecían tener claro casi todos los actores es que el proyecto tenía que ser una obra coral, donde participaran las instituciones civiles y religiosas como patronos de la Fundación que sostuviera el proyecto y también la representación popular de la Asociación 3 de marzo. Que El Memorial no podía quedar solo en manos de una asociación. Y así unos y otros fueron cediendo. Unos convencidos por poder poner su sello en el proyecto a cambio de dinero y otros por aceptar ese poder y ese dinero a cambio de dejar también su sello. Al final se llegó a un consenso para que todos salgan en la foto. 

Ahora sigue en el aire el destino final de los belenes de Sánchez Iñigo que seguramente volverán a almacenarse en una lonja como los tenía su dueño en un local frente a la Ertzaintza en Lakua, o quizá de un modo visitable, o se acaben repartiendo por parroquias de la Diócesis, que no sería mala idea. Lo que no parece que tenga mucho sentido sea ya el sostenimiento de una asociación para su conservación, que pasen a ser patrimonio de la Diócesis y que se les haga un mantenimiento supervisado por la Asociación Belenista de Álava, por ejemplo, a la que perteneció el autor de los belenes, sería mi sugerencia.

Imagino que salvados los obstáculos para poner en marcha el Memorial 3 de marzo la familia Ganchegui ya no pondrá pegas para hacer las obras que sean necesarias y acondicionar el espacio expositivo, obras que incluyan incluso una bajada de techos y una aclimatación que puedan disfrutar los visitantes y que los feligreses no pudimos tener, pero todo sea por la causa. Imagino que la presencia de la Iglesia no se limitará solo a defender la propiedad del inmueble sino que se reivindicará la presencia expositiva de todos aquellos gestos que se hicieron porque todo ocurrió en una iglesia. O incluso que sea más ambiciosa y reivindique el Memorial San Francisco 3 de marzo como el espacio donde se recoja la historia del compromiso con la lucha obrera de tantos miembros de la Iglesia.

Recuperemos el relato de aquel 3 de marzo 

La Tercera Huelga General.

A raíz de la revisión salarial, que como cada año en las empresas se llevaba a cabo en el mes de enero, aquel 1976 comenzó conflictivo y empezó a fraguarse lo que sería una larga lucha obrera que desembocaría en la convocatoria de varias huelgas generales. 

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La del 3 de marzo, Miércoles de Ceniza, era la tercera huelga general convocada en la capital alavesa. Previamente se habían convocado los días 16 y 23 de febrero con un seguimiento desigual. Pero la convocada para el 3 de marzo estaba superando todas las previsiones de los organizadores, el paro en Vitoria era prácticamente total, “todo Vitoria se había sumado a la lucha” se diría, el calificativo más utilizado fue el de “impresionante”.

La Iglesia de San Francisco era el lugar escogido aquel día para la Asamblea General de los trabajadores. La ciudad estaba paralizada y plagada de barricadas. A las cuatro de la tarde, una hora antes de la fijada para la Asamblea, la iglesia estaba abarrotada de personas llegadas de todos los barrios de la ciudad, muchos tienen que quedarse fuera del templo. 

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Miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado se concentraron en el mismo lugar, y como se difundió más tarde en la transcripción de una conversación captada en la frecuencia de la policía, éstos recibieron ordenes expresas de “gasead la iglesia” y “sacarlos como sea”.

El resultado de aquel “desalojo” con botes de humo y más de 2000 balas fue de cinco muertos: Pedro Martinez Ocio, Francisco Aznar (17 años), Romualdo Barroso (22 años), y otros dos trabajadores que fallecieron días más tarde, y un centenar de heridos.

La iglesia diocesana de Vitoria, desde sus comunidades cristianas, sus sacerdotes hasta su obispo, jugaron un papel importante en todo el proceso de la lucha de la clase obrera. Las parroquias, especialmente las ubicadas en los barrios obreros acogieron las reuniones, clandestinas o no, de los obreros y sus representantes; muchos sacerdotes sintonizaron con los problemas de la clase trabajadora, de su feligresía; y el obispo, defendiendo los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y las normas derivadas de los Acuerdos del Estado con la Santa Sede, vivió en medio de las presiones y opiniones de la Administración y la descripción que de la situación social le hacían llegar los sacerdotes de la diócesis.

Dos días más tarde presidiría el multitudinario funeral que se celebró en la Catedral Nueva de Vitoria y a la manifestación de duelo que congregó a más de 100.000 personas.

El papel jugado por monseñor Francisco Peralta nunca ha quedado resuelto. Se desconocen los términos de la última conversación mantenida por el prelado con las autoridades públicas antes de la intervención indiscriminada y saltándose los acuerdos del Concordato vigente en aquellos años. Sí se sabe por el contrario que renunciando a leer la homilía en el funeral se impuso algunas censuras a la misma, aunque se conserva el texto íntegro de la misma. Peralta fue abucheado al inicio del funeral por “su silencio”. 

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Homilía original 3 de marzo 

Por su valor histórico y testimonial recupero el texto íntegro de la versión original de la homilía que consensuaron un grupo de sacerdotes, presentaron al obispo, y tras la supresión por parte de monseñor Peralta de algunos párrafos, fue leída en el funeral celebrado en la Catedral Nueva por Esteban Alonso, párroco de San Francisco en ese momento.

Agradezco a Félix Placer que me haya facilitado el texto que se recogió en un libro titulado: “Vitoria. De la huelga a la matanza.”

“Una violencia ciega ha arrojado el peso de un dolor insoportable sobre unas familias de Vitoria y sobre este pueblo nuestro: las familias de Pedro María, obrero de Forjas Alavesas; de Romualdo, obrero de Agrator; y de Francisco, obrero de Panificadora Vitoriana, muertos insensatamente sobre nuestras calles. Violencia también, sobre este pueblo nuestro, incapaz de comprender por qué nos han sido arrebatados y que quisiera acercarse a sus familiares para compartir tan gran sufrimiento y para mostrarles, en esta tragedia sin sentido, su propia dolorida compasión, esta compasión de que solo el pueblo es capaz.

No quisiéramos tocar, siquiera, ese dolor con palabras de falso consuelo, palabras que serían una verdadera profanación. Pero el dolor que se expresa, sobre todo, en el silencio, debe encontrar también una voz que lo muestre y lo grite para que se sepa que las cosas ya no son como antes de estos hechos y para que las cosas no sean nunca jamás, para ningún otro, lo que ahora han sido y son para nosotros.

Y entre las demás voces del pueblo no queremos que falte la nuestra, la de la Iglesia de Cristo, que vive en este pueblo, que con él llora y que en él quiere ser, hoy y cada vez más, trabajadora de la paz, constructora de la justicia, en la búsqueda de la libertad. Todo ello en el amor de este pueblo del que nos sentimos también parte.

1.- Aunque no fuera más que, porque dos de los que han muerto, han sido prácticamente muertos en uno de nuestros templos, tendríamos que decir, no con odio, pero si con clara firmeza, una palabra de condena.

Habíamos abierto las puertas de este templo, como las de otros, al pueblo que lo necesitaba, para comunicarse a diario sus trabajos, sus luchas y sus angustias; que se reunían en ellos para crecer en unión y servir cada día con más fuerzas al ideal, que es el nuestro, de la creación de un mundo justo y fraternal. Y el pueblo ha aceptado nuestra buena voluntad y ha encontrado en nuestras iglesias, junto con nuestra acogida, un lugar, que, por ser de Dios, es de todos y para todos, una especie de casa común y de refugio al que acudir con todo derecho.

Pero este carácter de refugio, capaz de amparar en el pasado hasta la vida de auténticos criminales, no ha sido ahora suficiente para garantizar las vidas de estos hombres. Y no eran criminales, y no estaban perturbando la paz pública, ni siquiera faltaban al respeto debido a nuestro templo porque somos testigos – y debemos proclamarlo – de la plena corrección de su comportamiento.

¿En virtud de qué derecho y en nombre de qué justa finalidad puede nadie y menos quienes se arrogan para sí la misión de defender el orden  y la justicia, penetrar violentamente, sin consentimiento de nuestro obispo, en uno de nuestros templos y disgregar por la fuerza la ordenada reunión que en él se celebraba? ¿Con qué derecho pudieron hacer uso en la iglesia, contra toda razón y necesidad, de unos medios que, si hubieran de ser alguna vez empleados, ciertamente no pueden serlo de la forma en que lo fueron, de una forma indiscriminada, contra una  multitud de personas pacíficas, de toda edad y condición, como es la que llenaba nuestro templo?

¿Es que ni siquiera en las iglesias va a poder encontrar el pueblo un refugio y un amparo contra la violencia brutal? No lo encontraron para sus vidas aquellos cuyas muertes son la causa de nuestro dolor y de nuestra angustia.

La actuación de las fuerzas de la policía que causaron tales muertos, constituye así, y en un grado que resulta hasta impensable, una verdadera profanación de uno de nuestros templos, de la que son responsables tanto los individuos que la perpetraron, cuanto, y más, aquellos que con su autoridad la ordenaron o consintieron.

2.- Pero no es la profanación de un recinto de cemento y de hierro, aunque sagrado, lo que ahora nos duele. Es la profanación de algo más sagrado, como es el sagrado derecho de la vida, de lo que para un discípulo de Cristo es lo más sagrado: un hombre, unos hombres. Todo ello nos obliga a pronunciar, tampoco con odio, pero con mayor firmeza, palabras de absoluta condena que hoy siente todo hombre digno de tal nombre, todo aquel que no haya llegado, movido por un odio fratricida, a ser lobo bestial para su hermano.

No es lícito matar, no es lícito matar así. Lo dijo Dios: No matarás. Y esta palabra, palabra sagrada de nuestro Dios, ha sido cruelmente profanada en las muertes absurdas de estos hermanos nuestros.

No hay derecho a matar, no hay derecho a matar así. Las muertes que hoy angustiosamente nos conmueven – queremos decirlo con toda claridad – son absolutamente injustificadas y han de ser entendidas, por lo tanto, en su verdadera condición de homicidios. Porque no existe para ellas ninguna excusa. Quizá alguno encuentre, para sus autores materiales, atenuantes; pero para ellas nadie, nadie podrá encontrar justificación. 

- No hay justificación en la ley, que a nadie permite, en ningún caso, el tomarse la justicia por su mano, ni menos esa terrible “justicia” de la pena de muerte, buscada u obligatoriamente previsible en un tiroteo a mansalva o discreción. Los que se dicen guardianes de la ley han resultado, en este caso, sus más graves violadores.

- No hay justificación en una pretendida legítima defensa; cuando la fuerza ha utilizado medios mortíferos, en una abundancia absurda, de forma absolutamente irracional y sin ningún previo aviso, contra una multitud indefensa que había evitado toda forma toda forma de provocación.

- No hay, por último, justificación, en nombre de la defensa del orden público, el cual, por el contrario, resulta lesionado y gravemente quebrantado por el empleo injustificado de una violencia extrema, y más si ésta proviene de los obligados a custodiarla. 

- (1) Estos tres párrafos señalados fueron suprimidos por el obispo y en su lugar se dijo: “… todo lo que se había hecho no tenía justificación ante la ley, ni en una pretendida legítima defensa, ni como justificación de la defensa del orden público…”

En nombre pues de nuestra ley cristiana y en nombre de la más elemental justicia, debemos proclamar y proclamamos, no con odio, y sí con consternación, la gravedad del atentado cometido contra el pueblo en las personas que ya son sus mártires.

3.- Estas muertes, por tanto, están reclamando, lo exigen imperativamente el ejercicio de la justicia para castigo legal de sus autores y reparación de los daños con ellas causados, si bien la muerte misma solo en Dios, que es vida eterna nuestra, puede obtener reparación.

- Por ello emplazamos desde ahora a la justicia para que se inicie la investigación de los hechos, se proceda a la identificación de sus autores, se determinen las responsabilidades ahí involucradas y se proceda a la detención de los culpables. 

Solo una rápida, clara y eficaz intervención podrá hacernos esperar en un futuro en el que se impere, sobre todo, la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza de unos pocos.

En esta tarea se impone ante todo, una rigurosa clarificación de los hechos. Solo así se evitará la ocultación, tergiversación y manipulación de la verdad, tanto en las fuentes oficiales de información como en los medios de difusión. Y solo la verdad hará inocentes o culpables. A tal fin, y sin pretender suplantar competencias ajenas, el equipo que, ya desde el comienzo de los conflictos, presta un servicio de información y orientación, se brinda, una vez más, a cuantos quieran suministrar todos aquellos datos que permitan elaborar una versión fidedigna de los hechos. Creemos que este servicio a la verdad es un servicio que nuestra iglesia puede prestar al pueblo en estos momentos.

4.- No tenemos palabras de consuelo para los que tenéis el corazón particularmente dolorido y desolado con las muertes absurdas de los vuestros.

Quisiéramos que esta tragedia que os aflige no hubiera sucedido; queremos que no pueda repetirse para otras familias de nuestro pueblo. Vuestro especial dolor pudo haber sido – las balas son ciegas – el dolor particular de cualquiera de las familias de los que con los vuestros estaban en la iglesia de San Francisco de Asís. Nada de esto disminuye, sin embargo, vuestra pena; no tenemos palabras de consuelo. 

Pero quisiéramos tener una palabra de misericordia en nombre de Jesucristo que es la misericordia de Dios para los hombres, una misericordia que quiere manifestarse en nuestra plegaria común, en nuestro propósito de ayuda, si la necesitáis y en nuestro entrañable acercamiento. 

Y en nombre de Jesús, de aquel Jesús que murió perdonando a los que injustamente le sacrificaron, nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os lo han arrebatado. Este Jesús que en la Cruz cumplió lo que nos mandara: “Amad a vuestros enemigos…” Os ayude a decir con Él: “Padre, ¡perdónales!”, para que nuestra vida no se haga estéril en el odio sino fecunda en el perdón.

También esa misericordia, de la que somos humildes mensajeros, se la ofrecemos a quienes, considerándose cristianos, han sido los autores, en cualquier forma o grado, de esas muertes; les exhortamos vehementemente y les suplicamos, en nombre de Jesucristo, a que, si se sienten capaces, soliciten de Dios el perdón de su pecado y el perdón de aquellos a quienes han causado tanto daño. Sin esto no sería posible el perdón de Dios.

Este suceso, que tanto nos conmueve, tiene su origen y marco en un conflicto laboral; con daños difíciles de medir, ha durado ya demasiado; pero no se puede terminar con el simple terror impuesto. Ha de concluir en un acuerdo justo como el que buscaban aquellos cuya muerte recordamos.”

Dado que uno de los gritos de consigna a lo largo de estos casi 50 años ha sido “”no olvidaremos” sería justo recordar, especialmente a todos aquellos adolescentes que se suman solidariamente a cualquier causa sin mucho conocimiento de la misma las palabras que Jesús Fernández Naves pronunció a renglón seguido de la homilía: “Compañeros. Muchos hemos venido aquí para orar, pero también muchos hemos venido porque es el único medio que tenemos para reunirnos (…) Estos compañeros han muerto por lo mismo que nosotros hemos luchado y estamos luchando, por cinco mil pesetas de aumento igual para todos, o seis mil, por una jubilación decente y a los sesenta años, por una enfermedad cubierta y segura, por unas mejores condiciones de vida, por todo lo que hemos planteado desde el primer día. Por esto murieron y no por otras causas.”

Otros testimonios

Al igual que este testimonio de la homilía a lo largo de los años he podido recoger el recuerdo de otras personas que vivieron aquellos acontecimientos y los mantienen en su retina. Hace casi veinte años recogía estos testimonios: 

José Ignacio Calleja, profesor de Moral Social Cristiana en la Facultad de Teología de Vitoria, era entonces un joven seminarista de 22 años y recuerda el 3 de marzo porque él estuvo allí: “Estaba dentro de la iglesia de San Francisco de Asís. No era obrero. Era estudiante. Iba a la Asamblea por solidaridad. Nos habíamos concienciado y aquello era un deber.”

Aquel 3 de marzo era Miércoles de Ceniza y, como seminarista estaba obligado a acudir a los actos religiosos en el Seminario, pero esos días fueron distintos: “Yo vivía en un Seminario y los responsables no nos comprendían. Creo que veían la justicia de la causa, pero no la estimaban nuestra. Algunos creían que nos divertía ir a la Asamblea o a la manifestación. Vaya, algo así como ir de feria. ¡Qué tontería! Pasábamos más miedo que otra cosa.” Pero en aquellos años la cuestión social se vivía en el Seminario de una manera “intensísima, casi como nunca se han vivido otros acontecimientos en aquella casa”, los mismos seminaristas tenían sus asambleas y debates internos sobre lo que sucedía en su entorno. No obstante también reconoce Calleja que “con 22 años y en Seminario no se era plenamente consciente de todo lo que sucedía ni en la diócesis ni en la sociedad.”

Cuando llegó a la iglesia de San Francisco se situó en un banco cercano a una de las puertas de salida del templo: “Ese día sabíamos del peligro. Ése, el anterior y el siguiente. Peligro había siempre y cada día crecía la tensión, y, por ende, el peligro. ¿Percibíamos que el peligro era extremo? Yo, no. Éramos demasiado jóvenes y novatos. Percibíamos que el peligro era muy grande. Percibíamos el final de la dictadura, y las dictaduras ya se sabe que, si pueden, mueren matando.”

De aquella Asamblea lo que se recuerda no es precisamente los contenidos de la misma: “Durante la Asamblea, la adrenalina se me disparaba, y no por los discursos, sino por el murmullo continuo de “qué vienen, qué vienen”, (refiriéndose a la policía). Ese día yo estaba allí. Dentro de la Iglesia de San Francisco. Por la tarde, no por la noche como otras veces. Con más peligro, lo sabía. Sabíamos por la radio que la policía acechaba. Me puse atrás, cerca de una de las puertas. Lo hacía siempre. Lo hacía premeditadamente. No sé cómo salí. Sé por dónde y cómo corrí entre el gentío. No sé si disparaban. No oía nada. Corrí cuando la gente se echó a correr. Por instinto, sin cautela ni plan. Corrí hasta la calle Reyes Católicos, frente al viejo matadero, y allí, junto a un portal, sentía y oía, más que veía. La gente se asomaba a las ventanas y nos contaba lo que pasaba; nos invitaba a subir a sus pisos para escondernos. Llegaba el ruido de los disparos, quizá balas, quizá botes de humo, o los dos, no lo sabíamos; llegaba el griterío y la confusión más absoluta. Suponíamos y,  poco a poco, supimos que había muchos heridos y algunos muertos. 

Entonces, no piensas, “yo podía ser uno de ellos”. Piensas en que no hay derecho y en que han pasado por encima de todos, una vez más, como sobre unas hormigas. Piensas que lo que ha sucedido es increíble, que no es real, pero lo es.”

A su regreso al Seminario todos conocían lo sucedido y nadie le echó en cara su ausencia a los oficios del miércoles de Ceniza. Pero José Ignacio fue testigo también de más acontecimientos relacionados con los obreros asesinados, pues formó parte, como representante del colectivo de seminaristas, del grupo de personas que en la diócesis  organizaron los funerales: “ Al día siguiente, cosas del destino, vi la bolsa con las balas recogidas dentro de la iglesia. Las echaron encima de una mesa y las vi con mis propios ojos.” 

Calleja considera que la labor de los curas de los barrios obreros en aquellos acontecimientos fue ejemplar y que desde el obispado de Vitoria la reacción fue consecuencia de la evidencia de los hechos ocurridos.

Con la perspectiva de los años Calleja (en aquel año 2006) hacía la siguiente reflexión: “Han pasado treinta años. ¿Cómo voy a decir yo que todo sigue igual? Por favor, esto es mucho mejor. Y muy mejorable, cierto. Pero mucho mejor. Eso sí, aquellas víctimas, y sus familias, merecen justicia todavía. Tienen todo mi apoyo. Se les debe justicia. Lo exigimos.”

Valentín Vivar era en el 2006 el delegado para la pastoral del sordo en la diócesis de Vitoria. En 1973 se encontraba en uno de sus primeros destinos como sacerdote, la parroquia de Abetxuko: “Como he recordado en algunas ocasiones la frase que más he repetido era la de “se mascaba la tragedia”. Recuerdo que aquel día mi compañero José María y yo estuvimos hablando de cómo hacer ante la demanda de mucha gente que no podía ir hasta San Francisco y que querían tener una Asamblea o una concentración a la misma hora. Por otro lado desde la Comandancia de la Guardia Civil de Abetxuko vinieron para decirnos que no abriéramos la iglesia. Confieso que la petición me causó sorpresa e indignación, y que la respuesta fue que “si no viene nadie no abriremos pero si viene alguien abriremos como siempre.”

Y abrieron la iglesia. Allí se concentraron un grupo de personas que a través de la radio fueron conociendo, al principio de forma confusa, lo que estaba sucediendo en el barrio de Zaramaga.

En la memoria de Valentín se encuentra también la jornada del día 4 en la que la diócesis, o más concretamente el clero diocesano vivió un debate interno en la preparación de los funerales: “la homilía fue dura, pero no obstante se quitaron acusaciones que tendrían que haberse hecho con el dedo extendido. Prevaleció la ‘santa prudencia’, exagerada prudencia a mi modo de ver.”

De la gran manifestación popular del día 5 Valentín recuerda lo que denomina “la gran liturgia del pueblo". Eso fue lo más llamativo. El sentimiento de un pueblo crispado y triste. Durante los momentos previos y posteriores al funeral recuerdo muy pocos gritos. Era un pueblo que gritaba por dentro y que adoptó un comportamiento muy digno.” 

El papel de las iglesias y de los curas fue importante en aquellos momentos. Si bien lo que sucedió en la parroquia de San Francisco fue la transgresión de un principio histórico en la Iglesia, ‘acogerse a sagrado’ que se decía en el medievo, o inviolabilidad de los templos en términos más ajustados a los nuevos ordenamientos. Lo cierto es que las iglesias fueron el lugar de reunión de muchos grupos clandestinos en la transición: “la capilla del Cristo de Abetxuko fue lugar de reunión para muchos de estos grupos. En aquellas épocas los únicos que no precisaban informar de sus reuniones eran los grupos del movimiento y los grupos de iglesia, por lo que en aquellos años el PC (Partido Comunista) era un grupo de iglesia encajado en la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o en la JOC (Juventud Obrera Católica).”

Por otro lado algunos sacerdotes eran un referente para los trabajadores: “En el caso de sacerdotes como Angel Ibisate o Félix Placer su sola presencia era para los trabajadores garantía de que su estrategia era justa.”

Angel Ibisate, que durante años estuvo atendiendo la Biblioteca del seminario Diocesano de Vitoria, no se considera un referente de aquellos años, si bien es cierto que jugó también su papel en aquellos días y en otros posteriores ya que fue una de las personas que semanas más tarde mediaría entre los representantes de los trabajadores y la patronal de las diversas empresas para que se llevase a cabo un encuentro que desembocara en el cese de las hostilidades y la búsqueda de acuerdos.

Aquel 3 de marzo Ibisate se encontraba trabajando en un despacho cuando le llegó la noticia de lo sucedido en Zaramaga “inmediatamente marché a buscar a una serie de amigos a quienes no encontré donde esperaba” recordaba en el año 2006. 

Pero el día 3 está sobre todo presente en su memoria por la noche que pasó “me pasé la noche en blanco, redactando unos pensamientos en torno a lo sucedido. A la mañana siguiente asistí a la reunión de curas para preparar los funerales. Recuerdo que les leí lo que había podido escribir y todos aprobaron el texto, que sin pensarlo se convertiría en, prácticamente, la homilía del funeral.”

Ibisate recuerda especialmente el día 4 por diversos motivos: “en aquellas reuniones se decidió que el funeral se hiciese en la Catedral Nueva, se pidió que la homilía la leyese el párroco de San Francisco, Esteban Alonso, y que el obispo presidiese el funeral. Para muchos curas aquel acto en la catedral fue un signo de reconciliación con ese templo que había sido motivo de discrepancias en su construcción e inauguración.”

Cada detalle que se preparó pretendía ser “un signo de acercamiento de la Iglesia Diocesana a los problemas que estaba viviendo la clase obrera.”

Respecto al texto de la homilía sufrió un proceso que recuerda Ibisate: “Como el texto estaba incompleto por la tarde lo terminamos Fernando Gonzalo-Bilbao, el vicario general, y yo. Se hicieron copias y se enviaron a la prensa. Al día siguiente en el funeral supimos que en el último momento el obispo y algunos curas corrigieron y matizaron algunas expresiones suavizando el tono del texto. Esto ciertamente no gustó.”

Nadie sabe realmente cuál fue el papel que jugó el obispo, Monseñor Francisco Peralta, pero la gente le increpó y le culpabilizó entonces de la entrada de la policía en el templo. Ibisate sostiene más una tesis de inocencia del obispo y cree que aquellas actuaciones de la policía “ni fueron consultadas con el obispo ni contaron con su aprobación.”

Félix Placer, sacerdote y profesor de la Facultad de Teología de Vitoria, en una carta abierta que publicaron varios diarios vascos el 3 de marzo de 2006 recordaba el papel de la Iglesia Diocesana: “Como se dijo en el funeral por los obreros muertos- habían abierto sus puertas al pueblo que lo necesitaba para comunicarse a diario sus trabajos, sus luchas y sus angustias”, “aquellas iglesias quisieron ser un lugar de acogida y refugio al que acudir con todo derecho, hasta que la brutalidad de quienes no respetaron a nada ni a nadie, profanaron no solo unos templos sino sobre todo la vida de cinco personas solidarias cuya sangre tiñó de dolor, de ira  y de consternación las calles de nuestra ciudad.”

Placer, que firmó esta carta junto a otros miembros del colectivo Comunidades Cristianas Populares de Gasteiz, en la que se seguía diciendo: Ante aquella masacre (…) otro sector de la iglesia se vio acorralado por un Gobierno que apoyándose en el Concordato se arrogó la legitimidad de irrumpir en aquel templo abarrotado de gente, desalojarlo brutalmente y luego apalear y disparar contra miles de personas que intentaban defender como podían a los que abandonaban asfixiados el recinto eclesial.”

En el texto se recuerda la ovación que recibió la homilía pronunciada por el párroco de San Francisco en la que se denunció la actuación policial y “se exigió justicia en la clarificación de los hechos.”

El resto del texto es una adhesión a las demandas expresadas por los familiares de las víctimas desde la Asociación de Víctimas del 3 de marzo.

Imagen de la última misa celebrada en San Francisco 7

imagen de la última misa celebrada en San Francisco 

Otro veterano sacerdote testigo de aquellos acontecimientos fue Francisco Javier Burguera que recuerda: “Como formaba parte del equipo pastoral de San Francisco acudí como era lógico a la Asamblea. Estando allí y sabiendo que la policía ya estaba rodeando la iglesia salí un momento a pedir a la policía que dejaran de acosarnos y como empezaron a apuntar con sus armas regresé enseguida con miedo y la sensación de que eso no iba a terminar nada bien.”

Estos son solo algunos nombres de los muchos sacerdotes que vivieron al lado de la clase obrera aquellos años. Un gesto que la memoria no debe olvidar, que el memorial tiene la obligación de dejar reflejado. El 3 de marzo no solo fue una lucha obrera, no solo tuvo connotaciones políticas y sociales, fue, y no debería olvidarse ni obviarse en el memorial una lucha sustentada en el Evangelio para muchos, miembros del clero y laicos y laicas pertenecientes a organizaciones obreras católicas, a cristianos de base implicados en sindicatos o sólo en sus parroquias. Las reivindicaciones salariales y de justicia social estaban en sintonía con el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. Una Iglesia que ya era hospital de campaña antes de que lo acuñase el Papa Francisco, pero además era una Iglesia en salida, con los más necesitados del momento y esa ha sido una de las señas de identidad de la Iglesia en Vitoria. Si el memorial se reduce solo a unas reivindicaciones sociales y políticas, a una demanda de justicia a las víctimas, estará faltando a toda la verdad. Ya que dejamos perder la iglesia de San Francisco para dar paso al Memorial, que no perdamos la memoria de que aquello sucedió allí porque era una iglesia, y sucedió en la Iglesia porque el Evangelio les llevó a muchos a abrir las puertas del templo, un templo que podía haberse reconvertido en memorial sin perder su condición de parroquia. Pero no se ha sabido estar a la altura para liderar un proyecto como ese. Así que demos paso a la sociedad y que gestione el edificio haciendo justicia a toda la memoria. 

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Propuestas para incluir en la memoria del Memorial 3 de Marzo.

Creo que El Edificio de la que fuera parroquia de San Francisco ha de contener un espacio para recordar a la parroquia que fue, con toda su vida, con toda su actividad, recuperando archivos fotográficos y audiovisuales de lo que allí se ha celebrado, que fue mucho.

Todavía estamos a tiempo de recoger el testimonio vivo de algunos feligreses que vivieron en primera persona no solo aquel 3 de marzo desde las ventanas de sus casas, sino el resto de días de la parroquia de San Francisco. 

Así mismo El Memorial debería rendir un homenaje a otras parroquias que acogieron a la lucha obrera: Abetxuko, Belén, Buen Pastor, El Pilar, Los Ángeles, San Ignacio, San Mateo, … en poco o en mucho fueron varias las parroquias que acogieron asambleas y encuentros de trabajadores. Desde cada una de esas parroquias se puede hacer un trabajo retrospectivo que presentar y poner en común. 

También tendrían que figurar los nombres de los sacerdotes que, desde su opción por el Evangelio, dieron un paso al frente y se pusieron al lado de la clase obrera. De todos, hasta de los que eran calificados “de derechas” pero que no dudaron en salir a la puerta de su parroquia con su sotana y detener a las fuerzas de seguridad que querían seguir a los manifestantes dentro de la iglesia. También sería el espacio para recoger figuras como la de Periko Solabarría o el jesuíta David Armentia. 

El Memorial debería recoger el papel de las organizaciones católicas como la HOAC y la JOC, que acogieron en su seno a la izquierda y al sindicalismo prohibido.

Y, como es lógico, el Memorial debería recoger todos aquellos gestos, vinculados a la fe de un pueblo, que se

San Francisco ventanas

fueron teniendo desde ese 3 de marzo de 1976. El pequeño altar improvisado y donde con sangre se escribió la palabra justicia; el padrenuestro que se rezó a las puertas de San Francisco por parte de la comitiva camino del cementerio de Santa Isabel; el gesto intencionado de no reparar los destrozos que las balas hicieron en el edificio como primer gesto de memoria para las futuras generaciones; … y por supuesto la homilía en su texto original, la que se quiso pronunciar y fue censurada.

Si San Francisco ha de ser un memorial que haga justicia con la memoria y la verdad. 

Y una última sugerencia, que el nombre del memorial no solo recoja la fecha sino el lugar de los hechos: “Memorial San Francisco 3 de Marzo”.

otros artículos publicados sobre el 3 de marzo

https://www.religiondigital.org/non_solum_sed_etiam-_el_blog_de_txenti/3demarzo_7_2643405640.html

https://www.religiondigital.org/non_solum_sed_etiam-_el_blog_de_txenti/Marzo-odio_7_1771692818.html 

https://www.religiondigital.org/non_solum_sed_etiam-_el_blog_de_txenti/Unidad-Pastoral-celebra-eclesial-vitoriano_7_2209649021.html

https://www.religiondigital.org/non_solum_sed_etiam-_el_blog_de_txenti/San-Francisco-Asis-recuperase-parroquia_7_2209649020.html

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