El Papa Francisco destaca el camino de santidad del marianista vitoriano Vicente López de Uralde Lazcano Vitoria suma un nuevo candidato a la santidad
Mediante un decreto papal hecho público esta mañana, este sacerdote alavés fallecido en 1990 ha sido declarado Venerable, paso previo a ser subido a los altares.
| Vicente Luis García Corres (Txenti)
El Papa Francisco ha promulgado en la mañana de este jueves una serie de nuevos decretos referidos a las Causas de los Santos en los que declara Venerables a seis Siervos de Dios, entre ellos uno alavés. Con ello, destaca el camino de santidad de este cura vitoriano.
Se trata de Vicente López de Uralde Lazcano, nacido un 22 de enero del año 1894 en Vitoria. De familia muy humilde, su padre era carpintero y su madre costurera. Desde pequeño siempre tuvo claro que su vocación era ser sacerdote, gracias en parte a su formación en el Colegio de la Compañía de María, hoy conocido popularmente como Marianistas. En 1905 ingresó en el postulantado que la Compañía de María tenía en la localidad de Escoriaza para cinco años más tarde ser admitido en el Noviciado de los Hermanos Marianistas situado en la capital alavesa. El 24 de agosto de 1917, con 23 años, realizó sus votos perpetuos como religioso marianista en una celebración presidida por el entonces Obispo de Vitoria, D. Leopoldo Elijo Garay. Sus primeros pasos dentro de la Compañía de María fueron como profesor en Marianistas a la vez que estudiaba Filosofía y Letras, licenciándose en 1921. Apasionado por el estudio y su vocación, continuó su formación sacerdotal trasladándose de Vitoria al seminario internacional de los Marianistas situado en Suiza, siendo ordenado sacerdote el 29 de marzo de 1925 en la localidad suiza de Fribourg.
A su regreso a España en 1928 fue destinado a Cádiz, ciudad en la que permanecerá 62 años, hasta su fallecimiento en el año 1990 y donde llegó a ser el confesor de miles de gaditanos, tomando desde un principio una fuerte fama de santidad por su bondad, su abnegación y su sencillez.
Según las crónicas de sus superiores y de muchas personas que a lo largo de su vida le trataron, Vicente López de Uralde destacó por “una vida de oración, por su constante humildad y por la gran fecundidad de su sacerdocio, donde destacó especialmente por el sacramento de la reconciliación”. Según su expediente, el superior en los Marianistas le describe como “sacerdote sencillo, alegre y modesto, que goza de una simpatía universal gracias a las cualidades de su corazón. Siempre recibe amablemente a cualquiera que lo aborde. No hace distinción de personas y su palabra alegre y jovial
disipa todo malentendido entre otras personas. Es el lazo de unión de los caracteres más opuestos y en comunidad es elemento de unión, fervor y alegría donde su humor es, tal vez, la nota dominante de su bella alma”.
Estos rasgos sobresalientes del padre Vicente hicieron de él un constructor de comunidad y un solicitadísimo confesor, pasando largas horas en el confesionario donde era distinguido por su acogida, por su escucha y por saber transmitir la misericordia, “revestido de Buen Pastor, nunca de juez”, como destacaba un sacerdote al poco de fallecer. En la ciudad de Cádiz, donde vivió sus últimos años, era muy conocido y querido, recibiendo muchos homenajes como fue ser nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad y Medalla de Oro de Cádiz.
Falleció el 15 de septiembre de 1990 a los 96 años de edad. Dos años después se publicó su biografía agotándose a los pocos días su primera edición. Tras su muerte, la Santa Sede abrió su proceso de beatificación siendo nombrado Siervo de Dios en 2010. Esta mañana el Papa Francisco lo ha proclamado Venerable, paso previo para que pueda recibir culto público en las iglesias como beato y posteriormente santo, reconociendo así las “virtudes heroicas al haber tenido una vida conforme al Evangelio” tal y como dicta el pontificio Dicasterio para la Causa de los Santos.
Non solum sed etiam
Al Papa Francisco le gusta hablar de los santos de la puerta de al lado, y este tocayo mío bien puede responder a ese perfil de santidad que no pasa necesariamente por el martirio ni los grandes padecimientos, sino que más bien lo que destaca es su día a día. Y es que además de la vía exprese de la santidad que es el martirio por causas de la fe, o la autovía del dolor y la enfermedad llevada de forma heroica y con cristiana resignación, también hay otra vía, una parcelaria más transitada quizá de lo que pensemos y por la que caminan las personas que destacan por su anonimato en vida. De este buen hombre destacan su forma de acoger a las personas; en el confesionario no juzgaba, consolaba. Pero tiene que tener su mérito cuando estas personas no se prodigan ni es lo común de los mortales. Le deseo un buen camino hacia la santidad a mi tocayo, y que desde el cielo nos acompañe como bien sabía hacer aquí en la tierra.
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