Una leyenda para las Misiones Diocesanas Vascas.
Monseñor Víctor Garaygordobil cumple 100 años.
Es el último superviviente del ochote que llevara a cabo lo que hoy puede calificarse como gesta de la Iglesia. Formaba parte de aquel primer grupo de sacerdotes vascos que partían para Ecuador y, con ello abrían la puerta para que la Santa Sede encomendase tierras de misión a las Diócesis.
D. Víctor, o Bittor nació (17-10-1915) en el caserío Amaitermin (Abadiño). Se ordenó sacerdote el 27 de junio de 1943 y recibió la ordenación episcopal en la catedral de Babahoyo (Ecuador), el 30 de enero de 1964. Durante la guerra civil fue camillero en ciudades como Santander, Oviedo, Teruel, Lérida y Cuenca. En cuanto terminó la guerra volvió a casa e ingresó en el seminario de Vitoria. Una vez ordenado le trasladaron a la parroquia de San Pedro, de Deusto. Estuvo allí durante dos años y posteriormente, tras ejercer de formador en el Seminario de Vitoria, en octubre de 1948 fue a Ecuador como misionero.
Permaneció en tierra de misión durante 34 años. Su opción preferencial por los pobres marcó su tarea en Ecuador. Ha destacado siempre por su carácter humilde y es por esto que aceptó su nombramiento como obispo siempre y cuando lo fuera “como miembro del grupo misionero vasco”. En 1982, cuando D. Víctor consideró que el grupo de misiones de las tres diócesis vascas no le necesitaba presentó su renuncia a Juan Pablo II. Una vez en Bizkaia, solicitó al obispo D. Luis María Larrea que le encomendara tareas pastorales. Afincado en la casa del santuario de Urkiola, corazón misionero de las tres diócesis vascas, vive y participa siempre que le es posible en la vida del santuario y en las actividades misioneras que se desarrollan en su entorno. Hasta hace diez años él resumía su actividad diciendo “me encargo de oficiar las misas, traer agua, atender la casa y llevar las cuentas.”
D. Víctor participó en el Concilio Vaticano II (una de sus imágenes más conocidas es en la que se le ve con la txapela entrando en la Basílica de San Pedro). Fue uno de los firmantes del “Pacto de las Catacumbas”: El día 16 de noviembre de 1965, cuando estaba terminando el Concilio Vaticano II, algunos obispos, animados por Helder Câmara, celebraron una misa en las Catacumbas de Santa Domitila e hicieron el Pacto de las Catacumbas de la Iglesia sierva y pobre. Proponían para sí mismos ideales de pobreza y sencillez, dejando sus palacios y viviendo en simples casas o apartamentos. Participó de la Asamblea de Medellín, se codeó con lo más granado de la teología de la liberación. El sacerdote y periodista Manuel de Unciti escribía sobre D. Víctor hace años: “«Vio a las masas de medio mundo sin Evangelio o con poco Evangelio y se decidió a ser misionero en Los Ríos. Vio las tremendas dependencias que aherrojaban a los pobres y optó por comprometerse a fondo con la teología de la liberación. Vio que la unión hace la fuerza y, durante el Concilio, se juntó al grupo de obispos que demandaban una Iglesia pobre al servicio preferente de los pobres.”
En el encuentro misionero del 1 de mayo del pasado año, en Urkiola, se le rindió homenaje por sus 70 años de sacerdocio y 50 de obispo. Este 17 de octubre Misiones Diocesanas Vascas se volcará con D. Víctor con una eucaristía y una comida fraterna, y presentará una publicación que recoge su vida y su legado misionero.
Palabras de D. Víctor.
Recientemente en una conversación informal D. Bittor manifestó su entusiasmo con la figura del Papa Francisco, y dijo: “Francisco está dando mucha esperanza a la Iglesia”
Rescato parte de una entrevista que le realicé en 1998 con motivo del 50 Aniversario de las Misiones Diocesanas Vascas.
¿Qué fue lo más destacado de los orígenes de las Misiones Diocesanas Vascas?
- El haber conseguido algo que se había estado persiguiendo desde hace años. Vimos la posibilidad de encauzar las vocaciones misioneras de la diócesis por un camino que no existía hasta entonces. Hasta entonces todos los misioneros vascos habían marchado a través de órdenes religiosas o institutos misioneros; ahora se podía ser misionero sin dejar de ser diocesano, eso era realmente lo novedoso.
¿Cuál fue la primera impresión al llegar a Los Ríos?
- La poca información sobre Ecuador de que dispusimos antes de marchar resultó además ser inexacta. Ni resultó ser un pueblo abandonado religiosamente ni el clima y las condiciones eran tan extremos como las habían descrito. Por eso la primera impresión fue de sorpresa.
¿Les frustró la idea de no encontrarse un pueblo pagano al que cristianizar?
- Bueno no era tierra de infieles, pero el cristianismo tampoco estaba arraigado en las costumbres y la cultura del pueblo. Recuerdo que la asistencia a los actos religiosos en la primera Navidad nos desbordó, algunos pidiendo bautismo, confesión e incluso matrimonio, algo que resultaba raro en aquellas tierras.
- ¿Su nombramiento como obispo de la Prelatura de Los Ríos fue un respaldo de Roma a los misioneros vascos?
- En nuestro tiempo creíamos que sí, hoy no sé si creería lo mismo. No obstante mi nombramiento de obispo vino dado por el respaldo de los obispos Ecuatorianos ya que, desde la muerte de Mons. Astudillo en 1957, yo había sido nombrado Administrador Apostólico pasando a ejercer las funciones de obispo pero sin serlo. Por ello, y ante la inminencia del Concilio les pareció injusto que en esa situación no pudiese acudir a Roma como lo podían hacer los obispos. Además cuando me propusieron ser obispo en el Grupo Vasco pensábamos que todavía no era oportuno que fuese un nacional.
- ¿Eso no es paternalismo?
- Sí, quizá por eso hoy no hubiese opinado lo mismo. De hecho cuando se hizo la consulta para elegir al nuevo obispo parecía que la idea que existía entre nosotros era que fuese un nativo, porque ese es el camino, no es solo evangelizar, es establecer la Iglesia nativa, y esta no se establece sin clero nativo ni obispo nativo.
- ¿Qué le dice: Medellín del 68?
- En Medellín tuvo lugar la reunión de obispos latinoamericanos que marcó profundamente la pastoral en Latinoamérica. Fue un encuentro muy polémico hasta el punto de que Roma quiso controlar los temas y los ponentes. Al final los temas fueron respetados, y con respecto a los ponentes desde Roma se designó otro ponente sobre el mismo tema que pudiese equilibrar la balanza ideológica. En las conclusiones surgieron propuestas como la de ordenar sacerdotes a hombres casados.
- ¿Se puede afirmar que la Teología de la Liberación nace en Medellín?
- Yo creo que sí. Nosotros no aceptábamos el marxismo, aceptábamos una herramienta de trabajo, que sea "made in Roma" o made in Rusia"es irrelevante, si nos sirve. No la aceptamos con su contenido ideológico sino más bien con su contenido experimental. Lo que Medellín aportó fundamentalmente fue esa opción preferencial por los pobres.
¿Cuál sería la principal denuncia que se hace desde la Teología de la Liberación?
- Los mártires producidos no por los comunistas ni por los paganos, sino por los llamados católicos que detentan el poder político y económico.
Es el último superviviente del ochote que llevara a cabo lo que hoy puede calificarse como gesta de la Iglesia. Formaba parte de aquel primer grupo de sacerdotes vascos que partían para Ecuador y, con ello abrían la puerta para que la Santa Sede encomendase tierras de misión a las Diócesis.
D. Víctor, o Bittor nació (17-10-1915) en el caserío Amaitermin (Abadiño). Se ordenó sacerdote el 27 de junio de 1943 y recibió la ordenación episcopal en la catedral de Babahoyo (Ecuador), el 30 de enero de 1964. Durante la guerra civil fue camillero en ciudades como Santander, Oviedo, Teruel, Lérida y Cuenca. En cuanto terminó la guerra volvió a casa e ingresó en el seminario de Vitoria. Una vez ordenado le trasladaron a la parroquia de San Pedro, de Deusto. Estuvo allí durante dos años y posteriormente, tras ejercer de formador en el Seminario de Vitoria, en octubre de 1948 fue a Ecuador como misionero.
Permaneció en tierra de misión durante 34 años. Su opción preferencial por los pobres marcó su tarea en Ecuador. Ha destacado siempre por su carácter humilde y es por esto que aceptó su nombramiento como obispo siempre y cuando lo fuera “como miembro del grupo misionero vasco”. En 1982, cuando D. Víctor consideró que el grupo de misiones de las tres diócesis vascas no le necesitaba presentó su renuncia a Juan Pablo II. Una vez en Bizkaia, solicitó al obispo D. Luis María Larrea que le encomendara tareas pastorales. Afincado en la casa del santuario de Urkiola, corazón misionero de las tres diócesis vascas, vive y participa siempre que le es posible en la vida del santuario y en las actividades misioneras que se desarrollan en su entorno. Hasta hace diez años él resumía su actividad diciendo “me encargo de oficiar las misas, traer agua, atender la casa y llevar las cuentas.”
D. Víctor participó en el Concilio Vaticano II (una de sus imágenes más conocidas es en la que se le ve con la txapela entrando en la Basílica de San Pedro). Fue uno de los firmantes del “Pacto de las Catacumbas”: El día 16 de noviembre de 1965, cuando estaba terminando el Concilio Vaticano II, algunos obispos, animados por Helder Câmara, celebraron una misa en las Catacumbas de Santa Domitila e hicieron el Pacto de las Catacumbas de la Iglesia sierva y pobre. Proponían para sí mismos ideales de pobreza y sencillez, dejando sus palacios y viviendo en simples casas o apartamentos. Participó de la Asamblea de Medellín, se codeó con lo más granado de la teología de la liberación. El sacerdote y periodista Manuel de Unciti escribía sobre D. Víctor hace años: “«Vio a las masas de medio mundo sin Evangelio o con poco Evangelio y se decidió a ser misionero en Los Ríos. Vio las tremendas dependencias que aherrojaban a los pobres y optó por comprometerse a fondo con la teología de la liberación. Vio que la unión hace la fuerza y, durante el Concilio, se juntó al grupo de obispos que demandaban una Iglesia pobre al servicio preferente de los pobres.”
En el encuentro misionero del 1 de mayo del pasado año, en Urkiola, se le rindió homenaje por sus 70 años de sacerdocio y 50 de obispo. Este 17 de octubre Misiones Diocesanas Vascas se volcará con D. Víctor con una eucaristía y una comida fraterna, y presentará una publicación que recoge su vida y su legado misionero.
Palabras de D. Víctor.
Recientemente en una conversación informal D. Bittor manifestó su entusiasmo con la figura del Papa Francisco, y dijo: “Francisco está dando mucha esperanza a la Iglesia”
Rescato parte de una entrevista que le realicé en 1998 con motivo del 50 Aniversario de las Misiones Diocesanas Vascas.
¿Qué fue lo más destacado de los orígenes de las Misiones Diocesanas Vascas?
- El haber conseguido algo que se había estado persiguiendo desde hace años. Vimos la posibilidad de encauzar las vocaciones misioneras de la diócesis por un camino que no existía hasta entonces. Hasta entonces todos los misioneros vascos habían marchado a través de órdenes religiosas o institutos misioneros; ahora se podía ser misionero sin dejar de ser diocesano, eso era realmente lo novedoso.
¿Cuál fue la primera impresión al llegar a Los Ríos?
- La poca información sobre Ecuador de que dispusimos antes de marchar resultó además ser inexacta. Ni resultó ser un pueblo abandonado religiosamente ni el clima y las condiciones eran tan extremos como las habían descrito. Por eso la primera impresión fue de sorpresa.
¿Les frustró la idea de no encontrarse un pueblo pagano al que cristianizar?
- Bueno no era tierra de infieles, pero el cristianismo tampoco estaba arraigado en las costumbres y la cultura del pueblo. Recuerdo que la asistencia a los actos religiosos en la primera Navidad nos desbordó, algunos pidiendo bautismo, confesión e incluso matrimonio, algo que resultaba raro en aquellas tierras.
- ¿Su nombramiento como obispo de la Prelatura de Los Ríos fue un respaldo de Roma a los misioneros vascos?
- En nuestro tiempo creíamos que sí, hoy no sé si creería lo mismo. No obstante mi nombramiento de obispo vino dado por el respaldo de los obispos Ecuatorianos ya que, desde la muerte de Mons. Astudillo en 1957, yo había sido nombrado Administrador Apostólico pasando a ejercer las funciones de obispo pero sin serlo. Por ello, y ante la inminencia del Concilio les pareció injusto que en esa situación no pudiese acudir a Roma como lo podían hacer los obispos. Además cuando me propusieron ser obispo en el Grupo Vasco pensábamos que todavía no era oportuno que fuese un nacional.
- ¿Eso no es paternalismo?
- Sí, quizá por eso hoy no hubiese opinado lo mismo. De hecho cuando se hizo la consulta para elegir al nuevo obispo parecía que la idea que existía entre nosotros era que fuese un nativo, porque ese es el camino, no es solo evangelizar, es establecer la Iglesia nativa, y esta no se establece sin clero nativo ni obispo nativo.
- ¿Qué le dice: Medellín del 68?
- En Medellín tuvo lugar la reunión de obispos latinoamericanos que marcó profundamente la pastoral en Latinoamérica. Fue un encuentro muy polémico hasta el punto de que Roma quiso controlar los temas y los ponentes. Al final los temas fueron respetados, y con respecto a los ponentes desde Roma se designó otro ponente sobre el mismo tema que pudiese equilibrar la balanza ideológica. En las conclusiones surgieron propuestas como la de ordenar sacerdotes a hombres casados.
- ¿Se puede afirmar que la Teología de la Liberación nace en Medellín?
- Yo creo que sí. Nosotros no aceptábamos el marxismo, aceptábamos una herramienta de trabajo, que sea "made in Roma" o made in Rusia"es irrelevante, si nos sirve. No la aceptamos con su contenido ideológico sino más bien con su contenido experimental. Lo que Medellín aportó fundamentalmente fue esa opción preferencial por los pobres.
¿Cuál sería la principal denuncia que se hace desde la Teología de la Liberación?
- Los mártires producidos no por los comunistas ni por los paganos, sino por los llamados católicos que detentan el poder político y económico.