Sanchez Monje preside el aniversario de la Dedicación de la Catedral a la Asunción El origen de Santander se gestó entre la Iglesia y la Monarquía
“Los primeros intentos de crear la Diócesis de Santander los encontramos a partir de 1567, con la pretensión de creación de una Diócesis montañesa, segregada de Burgos, que llevaría aparejada la conversión de la vieja Abadía en Catedral y de la Villa en Ciudad"
"el gran opositor a la segregación del territorio cántabro fue en todo momento el Cabildo de la Catedral de Burgos"
"el 12 de Diciembre de ese año 1754 el Santo Padre publicaba la bula “Romanus Pontifex”, por medio de la cual Santander se erigía en cabeza de Obispado, con jurisdicción sobre 457 parroquias y 150.000 fieles"
"el 12 de Diciembre de ese año 1754 el Santo Padre publicaba la bula “Romanus Pontifex”, por medio de la cual Santander se erigía en cabeza de Obispado, con jurisdicción sobre 457 parroquias y 150.000 fieles"
| Vicente Luis García Corres (Txenti)
El pasado sábado, el obispo de Santander, Manuel Sanchez Monje, presidió la celebración de los quince años de la Dedicación a la Virgen de la Asunción de la Iglesia Catedral, que llevó a cabo en el 2005 monseñor José Vilaplana. Pero el 12 de diciembre es una fecha que está ligada no solo a la Catedral, sino a la propia historia de Santander como Diócesis, como ciudad, como región y hoy Comunidad Autónoma.
Respecto de la Catedral fue un 12 de diciembre de 1754, mediante la Bula, “Romanus Pontifex”, que promulgó el Papa Benedicto XIV, cuando oficialmente se crea la Diócesis de Santander, y a consecuencia de ello la, hasta entonces Colegiata, se convierte en Catedral.
Pero la historia de la Catedral y su trascendencia para la ciudad y el territorio de Cantabria se remonta al siglo XVI. Uno de los que más conocen la larga travesía de esta historia en la que “la partida” se jugaba entre eclesiásticos y monarcas, es el profesor Francisco Gutierrez Díaz, miembro del Centro de Estudios Montañeses, quien nos hace un sucinto relato de lo que en realidad duró unos doscientos años.
Todo empieza con Felipe II
“Los primeros intentos de crear la Diócesis de Santander los encontramos a partir de 1567, con la pretensión de creación de una Diócesis montañesa, segregada de Burgos, que llevaría aparejada la conversión de la vieja Abadía en Catedral y de la Villa en Ciudad. Tal proyecto parte del propio rey Felipe II, quien cursa la petición a Roma, al parecer preocupado por la conservación de la fe en unos puertos continuamente visitados por navegantes procedentes de países donde el protestantismo se ha implantado y que son poblaciones en las que no existe ni una autoridad eclesial vigilante ni Clero suficiente en número ni en formación como para contrarrestar tal influjo.”
“La preocupación del rey Felipe II por el cuidado espiritual de los santanderinos, y montañeses en general, se vio en parte remediada con la llegada a la Villa de la Compañía de Jesús. Los jesuitas fundaron su colegio santanderino en 1595, gracias al mecenazgo de la noble dama castellana Dña. Magdalena de Ulloa, que había criado a D. Juan de Austria, y lograron establecerse además en el mismo corazón de la Villa, en la Plaza, codeándose con el Consistorio y con la familia Riva-Herrera. En honor de los religiosos que llegaron, hay que decir que los cinco dieron su vida heroicamente poco después, en los días de la terrible peste que trajo el buque holandés “Rodamundo”, por auxiliar a los contagiados; Además, es importante recordar que gastaron para aliviar los sufrimientos de los santanderinos más de 2.000 ducados que traían para la fundación y se empeñaron en otros 800.”
“Recordemos que Sanander dependía de Burgos. Y naturalmente, el gran opositor a la segregación del territorio cántabro fue en todo momento el Cabildo de la Catedral de Burgos, reacio a perder un amplio territorio que generaba rentas sustanciosas a dicha iglesia y que estaba dando la batalla en toda regla por defender lo que era suyo desde tiempo inmemorial.”
Felipe IV se queda en un buen gesto pero con pocos efectos reales.
“Entre los muchos personajes que fueron interviniendo en esta demanda de la Diócesis de Santander mención especial haría a D. Roque de Mendiolea, canónigo tesorero de la Colegiata; nos encontramos en el año 1633, y para entonces el nuevo arzobispo de Burgos, D. Fernando de Andrade y Sotomayor, se había adherido explícitamente a la tesis de la separación. D. Roque trabajó de firme en Madrid, donde decidió quedarse ocupado en la tarea aún después de que el Cabildo le suprimiera su salario; así podía escribir a éste y a la Villa comunicándoles que: “Su Majestad el Rey (se refiere a Felipe IV) ha hecho merced a nuestra iglesia de erigirla en Catedral y darla Obispo que la gobierne, cosa tan deseada en Santander de muchos tiempos atrás”. La noticia causó en la población un impacto tremendo, desatándose el gozo popular en festejos y celebraciones. No se pensó que faltaba la segunda parte para que esa condición fuese efectiva, que Roma se mostrara conforme y despachara las bulas correspondientes, lo que no ocurrió. El mismo D. Roque de Mendiolea murió en Madrid el 30 de Marzo de 1.640 con la amargura de ver frustradas unas ilusiones que habían llegado a ser confirmadas por el propio monarca. Diez años después se reavivará con notable intensidad el asunto de la Diócesis de Santander, hasta llegar a ser acariciada la seguridad de su logro como algo inminente. Era lógico, pues el 8 de Enero de 1650 llegaba, de improviso, desde la Corte la comunicación de que el rey Felipe IV confirmaba su posición de 1636, concediendo ahora a la Colegial el título de Catedral y a la Villa el de Ciudad, y ahora venía el matiz, desde el instante en que quedara vacante la sede arzobispal de Burgos.
Pero ni por estas, ya que el Rey se vió obligado a condicionar estas concesiones por la presión ejercida por uno de los grandes opositores a la segregación el arzobispo de Burgos D. Francisco Manso de Zúñiga. Y en 1653, el rey Felipe IV intentó una jugada maestra y designó Abad a un sobrino del prelado burgalés, llamado D. Pedro Manso de Zúñiga, a quien se dio el título de “Obispo de Auren”, lo que permitió al monarca comunicar el nombramiento a la Villa y al Cabildo especificando que, si de momento no podía darle Obispado, le enviaba un Obispo para que la presidiera. A pesar de que fue recibido con frialdad por los santanderinos -quienes creían que su Abad solo sería un delegado de su tío y, por tanto, un “adversario”, y que, como era ya habitual, no residiría en la población y se desentendería de sus asuntos- pronto hubieron de comprobar, incluso los más críticos, las grandes virtudes e intenso celo de este eclesiástico, quien promovió con auténtico fervor las pretensiones de Santander, de cuyas reivindicaciones se puso a la cabeza, siendo, en compensación, querido hasta la veneración por sus súbditos.
Pero la generosidad de Felipe IV para con los santanderinos y gentes de la montaña no quedó ahí: El propio monarca, comoquiera que los burgaleses alegaban en contra de los intereses de la Montaña la pobreza de sus iglesias, concedió un donativo de 5.000 ducados para tres finalidades, a repartir en partes iguales: gastos de erección del Obispado, necesidades urgentes de la futura Catedral y restauración de los templos más pobres de la región.”
Fernando VI, a la tercera la vencida.
“Con la muerte de Felipe IV se perdía una gran baza, y, aunque el asunto ya había llegado a Roma el papa Clemente IX le daría carpetazo con un Breve confirmatorio. Habría que esperar a Fernando VI y a un hecho decisivo. En 1747, el jesuita cántabro Francisco de Rábago fue nombrado confesor del rey Fernando VI. De inmediato inició dicho señor los contactos con los canónigos de la Abadía santanderina y litigó cuanto fue preciso contra los poderosos opositores de Burgos y Santillana. La Colegiata de Santillana quiso hacer valer sus derechos y antigüedad con la idea de optar quizá a recibir ella los títulos que se demandaban para Santander.
Fernando VI hizo mostrar su apoyo a la causa santanderina como sus antecesores y volvió a hacer llegar sus demandas y argumentos a Roma.
En 1754, el Papa Benedicto XIV examinó personalmente la causa iniciada en 1567 y encontrando las pretensiones de separación no solo justas sino totalmente necesarias para el bien espiritual de las tierras de las Cuatro Villas, advirtió al Cabildo burgalés de que tales intereses no podían moralmente posponerse a otros de tipo material, por muy legales que fueran. Tan serias resultaron sus admoniciones que hasta los abades de Santillana y Covarrubias se avinieron a contribuir a la nueva Diócesis. Por fin, el 12 de Diciembre de ese año 1754 el Santo Padre publicaba la bula “Romanus Pontifex”, por medio de la cual Santander se erigía en cabeza de Obispado, con jurisdicción sobre 457 parroquias y 150.000 fieles.
Y para completar la alegría de los santanderinos el día 9 de Enero de 1755 el rey Fernando VI concedió a la vieja Villa el título de Ciudad, cumpliendo así no solo la costumbre sino la promesa hecha desde la monarquía dos siglos antes. ”
Santander, otros doscientos años para definirse
“Los límites del Obispado eran muy diferentes a los actuales, ya que la divisoria se situó en la línea de cumbres de la Cordillera, de tal forma que aquellos lugares del arzobispado burgalés cuyos ríos vertieran sus aguas al Cantábrico serían para la naciente Diócesis, mientras que los que tuvieran corrientes fluviales hacia el Mediterráneo o el Atlántico permanecerían en el dominio de Burgos. Así, quedaron para Santander todas las Asturias de Santillana desde Peñamellera y Ribadedeva (hoy corresponden a Oviedo) hasta Trasmiera, el área de Castro Urdiales y las Encartaciones del Señorío de Vizcaya (sirviendo de frontera por el este la ría de Bilbao), así como el Valle de Mena. Se mantenían fuera Liébana (tradicionalmente vinculada al Obispado de León), Polaciones, Campoo-Valderredible y la comarca de Espinosa de los Monteros, de siempre afín a Cantabria. Durante los siglos XIX y XX se han ido modificando los límites, adaptándose a los de la actual región y Comunidad Autónoma: en 1851 se crea la sede episcopal de Vitoria y a ella quedan asignados todos los territorios del señorío de Vizcaya que poseía Santander; a fines del XIX pasan a jurisdicción de Oviedo Peñamellera y Ribadedeva, que territorialmente eran asturianas desde 1833; por fin, en 1955 ingresan en la Diócesis cántabra Tresviso, Liébana, Polaciones, Campoo, Valderredible, Valdeprado y Valdeolea; extrañamente, se pierde desde entonces Villaverde de Trucíos pero se mantiene, hasta hoy, el burgalés Valle de Mena.”
La Colegiata Catedral
Asentada sobre una loma que domina la bahía de Santander, y donde siguen apareciendo vestigios arqueológicos de los primeros asentamientos humanos y militares del lugar, se levantó sobre los cimientos de una antigua fortaleza la Colegiata de la Villa. Tras su protagonismo en toda la historia de la creación de la Diócesis, y ya como Catedral el edificio ha vivido diversas vicisitudes.
Con los años, la catedral es restaurada y embellecida mediante unas obras que mediaron entre julio de 1889 y marzo de 1890, años en que era obispo de Santander, Mons. Vicente Santiago Sánchez de Castro (1884-1920)
Con posterioridad, en la contienda civil de 1936, el templo sufrió numerosos daños y, cinco años después, el 15 febrero 1941, el incendio de la ciudad, afectó el edificio hasta el punto de que se derrumbó parcialmente, quedando intactos el claustro, la sacristía y la iglesia baja o del Cristo, y de la propia Catedral subsistieron las naves y capillas laterales e incluso algún tramo de la central.
Reconstruida y ampliada la catedral mediante el llamado programa estatal, “Regiones Devastadas”, es entregada oficialmente a Mons. José Eguino y Trecu (1929-1961) el 23 de agosto de 1953.
El 8 de diciembre de este mismo año el templo se abre de nuevo al culto, coincidiendo, la fecha, con la inauguración de un “Año Mariano” universal convocado por el Papa Pío XII, con motivo del I Centenario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de María.
Más tarde, y ya en diciembre de 1989, debido al deterioro que se acusa en su edificio, la Catedral es de nuevo cerrada, y así permanece hasta el 19 de marzo de 1993.
En esta ocasión se aprovecharon las obras para adaptarla mejor a las normas litúrgicas marcadas por la Constitución “Sacrosanctum Concilium” del Concilio Vaticano II (1962-1965).
El 12 de diciembre de 2005, a los cincuenta años de su reconstrucción y ampliación, y a los doce de su última restauración, Mons. José Vilaplana procedió a su Dedicación a la advocación de la Asunción de María.
Desde esa fecha, cada 12 de diciembre, la comunidad diocesana celebra este aniversario de la “Dedicación de la Iglesia Catedral”, y lo conmemora vinculado a otro aniversario, el de la creación de la Diócesis de Santander, un 12 de diciembre de 1754.
Funciones de la catedral
Entre todas las iglesias de una diócesis, la Catedral representa el signo de la unidad y el lugar desde el cual, el obispo, sucesor de los apóstoles, predica la palabra de Dios, preside los sagrados misterios y divulga las directrices para ayudar al pueblo cristiano.
Los dos elementos que definen a una catedral son la cátedra episcopal, que es el asiento donde se sitúa el prelado y que representa al obispo como el garante de la fe de la Iglesia, y el altar.
En este último elemento sagrado, se concentra la mediación jerárquica y la mediación sacramental, que son las dos mediaciones que estructuran la comunión entre Dios y los hombres. Participar del altar donde celebra el obispo, concelebrar con él en su altar, es la forma más expresiva de reafirmar y confirmar la comunión eclesial.
Non solum sed etiam
Gracias a mi buen amigo, Iñigo Ben, delegado de medios de Santander, y a D. Francisco Gutierrez, gran conocedor de la historia de la Diócesis, he ampliado la información de esta celebración de la Catedral de Santander, y de paso, conocer algo de la historia de la misma.
Cuando leía los argumentos, a favor y en contra, de la desanexión de Santander y la zona de la Montaña del Arzobispado de Burgos, no he podido evitar recordar el texto de “Mi Cristo roto” del P. Cue. La escena en la que el cura y el anticuario regatean por un Cristo de marfil. El anticuario destacando la figura del Cristo y el cura degradando al Cristo para sacar mejor precio. En este caso era la monarquía preocupada por la salud espiritual del pueblo y el cabildo de Burgos preocupado por la economía, y los dineros que se podían escapar si se creaba una Diócesis independiente. El rey poniendo “de su bolsillo” pasta para garantizar una buena atención espiritual a la Villa de Santander y las localidades de la Montaña, y los clérigos del Cabildo arzobispal esgrimiendo derechos históricos que garantizase “la pela”.
Está claro que el apego a lo terrenal te aleja de lo espiritual, ayer, ahora y siempre.
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