Recuerdo del P. Manel Gasch Hurios a su querido amigo, el obispo Toni Vadell Abad de Montserrat: "Todos nos sentimos un poco huérfanos con tu muerte, tan temprana, tan antes de tiempo"
"La gratuidad marcó el inicio de nuestra amistad. La gratuidad y esa sensibilidad tan atenta que tenías"
"Sé que orabas intensamente; si no, no me explicaría nada de lo que has sido. Como he dicho al principio, lo que más agradezco a Dios de tu vida es tu pasión por la vocación de sacerdote"
"¡Has sido un optimista incorregible! ¡Ojalá éste sea uno de tus legados para todos nosotros!"
"Cuando te hicieron obispo, pensé que dejarías de ser Toni. Que "obispo Toni" era muy informal. Y no. Has continuado siendo el obispo Toni, para mí y para todos"
"¡Has sido un optimista incorregible! ¡Ojalá éste sea uno de tus legados para todos nosotros!"
"Cuando te hicieron obispo, pensé que dejarías de ser Toni. Que "obispo Toni" era muy informal. Y no. Has continuado siendo el obispo Toni, para mí y para todos"
| P. Manel Gasch Hurios
Llega la noticia de tu muerte, Toni, esta mañana del 12 de febrero. No por esperada, es menos impresionante. Todas estas semanas pensaba en escribir algo sobre nuestra amistad, incluso había sacado de mi archivo personal las quince cartas que nos enviamos entre 1997 y 2002, pero me negaba a escribir nada mientras todavía estuvieras aquí. No sé si estas palabras van a servir de algo, pero he sentido el impulso de decirlas.
La gratuidad marcó el inicio de nuestra amistad. La gratuidad y esa sensibilidad tan atenta que tenías. ¡Cuántas veces en Montserrat, los monjes más jóvenes indicamos las páginas de los libros a los huéspedes en las oraciones de maitines y completas! Lo hacemos sin darle ninguna importancia. Qué sorpresa pues cuándo, después de una breve estancia tuya y de Mn. Nadal Bernat en abril de 1997 para acompañar la profesión solemne del monje mallorquín Antoni Pou, me enviaste una carta diciéndome literalmente: quería enviarte cuatro líneas para agradecerte la atención de indicarme la página los días que vinimos a rezar con vosotros.
Con la carta había un ciurell, un silbato en forma de figura de un caballero montado a caballo, pintado de blanco con puntitos verdes y rojos. Ahora lo tengo delante, mientras escribo esto. Aquella primera carta de un seminarista de Mallorca a punto de ordenarse de diácono a un novicio de Montserrat ya lo adelantaba casi todo. La amistad basada en compartir dos vidas muy distintas pero unidas por el amor a Jesucristo, tu amor por la oración que te hacía sentir bien en Montserrat y, sobre todo, el testimonio de tu entusiasmo, de tu amor inquebrantable por la vocación presbiteral .
¡Cuántas cosas compartidas aquellos años!: tus ordenaciones, mis profesiones, lo que nos preocupaba de Mallorca y de Montserrat, de la Iglesia, la impagable sensación de un amigo que escucha, que comprende y que calla. He encontrado aquella postal tuya desde Taizé en 1998, diciéndome inocentemente: “¡tal vez lo conoces”! Luego vinieron tus visitas a Barcelona, alguna vez solo en casa de mis padres, otras veces con algún grupo regresando del propio Taizé. Y ya mucho después, mis tres o cuatro visitas a Mallorca, siempre bien acogido por ti y por otros amigos presbíteros mallorquines, en el seminario, en tu casa en Llucmajor, en Lluc, viéndote hacer de presbítero, pudiendo escuchar a la gente después de una celebración: “¡Es que Toni es fantástico!”
Las mutuas responsabilidades hicieron que nos dejáramos de escribir, pero siempre nos tuvimos presentes, hasta ese 19 de junio del 2017 cuando recibí un whatsapp diciendo que venías de obispo auxiliar a Barcelona, mi ciudad, y tuve que responder: pero ¿es él? ¿Toni Vadell? Ha sido un último regalo del Señor tenerte mucho más cerca estos últimos años: que vinieras a Montserrat con el obispo Sergi a preparar los ejercicios de ordenación episcopal, que os dejarais acoger, que vinieras a hablar a los escolanes y a los antiguos escolanes, que me recibieras en tu despacho antes de la elección y me dijeras que siempre era necesario obedecer la voluntad de Dios, y tantos y tantos momentos fuertes de confianza, que sé que has tenido conmigo como con tanta otra gente. Todos nos sentimos un poco huérfanos con esa muerte, tan temprana, tan antes de tiempo.
Sé que orabas intensamente; si no, no me explicaría nada de lo que has sido. Como he dicho al principio, lo que más agradezco a Dios de tu vida es tu pasión por la vocación de sacerdote. Desde un simple comentario que me hiciste en medio de una conversación: ¡Qué grande es que a la hora del patio se te acerque un joven y te pida para confesarse!, hasta la conversación ya muchos años después de la ordenación, compartiendo la experiencia del ministerio y concordando que de todo lo que ser presbíteros nos daba, nos quedábamos con la celebración de la eucaristía. Y eso lo decías tú que amabas a la gente hasta ver posibilidades pastorales donde otros sólo veían desiertos.
Recuerdo mi última ida a Mallorca, en la que pude compartir con bastantes presbíteros y, como suele ocurrir en nuestro ambiente, todo era secularización, envejecimiento del clero y problemas. Al final de mi estancia, realizando tus equilibrios habituales con la agenda, me llevaste a comer con tu familia y los dejaste para que tuviéramos un rato solos. Allí donde todo el mundo veía secularización, tú salías diciendo: ¡Hay tanta fe!, al pesimismo general, optimismo radical, hasta el punto de que pensé: ¿este vive en el mismo sitio que los demás?. Yo, lo confieso, hubiera sido de los pesimistas, por eso era aire fresco escuchar tu testimonio diciendo que esto va adelante y nada lo detiene. Ya más recientemente, el tuyo: ¡Me encanta Barcelona!. Está llena de posibilidades. Espero quedarme! Has sido un optimista incorregible! ¡Ojalá éste sea uno de tus legados para todos nosotros!
Cuando te hicieron obispo, pensé que dejarías de ser Toni. Que "obispo Toni" era muy informal. Y no. Has continuado siendo el obispo Toni, para mí y para todos. Después de mi elección como abad de Montserrat, ya consciente de tu enfermedad, que era pública, pensé que Dios te guardaría y me dejaría hacer este camino con tu ayuda y amistad, presente y física. Era el sentimiento que teníamos los dos, cuando en la beatificación de los mártires capuchinos en Manresa, el último seis de noviembre, nos sentábamos de lado llevando los dos la mitra y reíamos de las bromas que Dios hace con nuestras vidas.
¿Y ahora qué? ¿Nos quejaremos de que Dios te haya llamado a los 49 años? Sí. ¿Pensaremos todo lo que habrías podido hacer? Sí. ¿Nos diremos: porqué él? También. ¿Pero cómo no aceptaremos, a pesar del dolor y la tristeza, ese final que tú aceptaste como una última posibilidad para seguir confesando el amor de Dios y viviendo la enfermedad como una oportunidad espiritual? Así lo contaste a nuestra comunidad de monjes de Montserrat este último octubre, cuando te pedí que compartieras algo y tú me dijiste con tu sencillez: si te parece bien compartiré cómo vivo la enfermedad. Y nos impresionaste mucho a todos.
Esta mañana, cuando he sabido que habías muerto, he salido al jardín, he ido a la ermita de Sant Iscle, donde sé que habías rezado en tus retiros en Montserrat, he visto una salida de sol impresionante, en la que las nubes se abrían y se veían los rayos de sol que desde el cielo iluminaban la tierra y he pensado que el cielo se abría para comunicarnos algo, no sé qué, pero tú estabas presente. Como con todos los que amamos, la esperanza de encontrarte en la vida eterna, nos empuja a emprender, aquí en la tierra, su camino. Ayúdanos, porque la comunión continúa, quizás incluso más profunda.
Como decías al final de tus últimos mensajes: ¡Gracias, Toni, por tanto!