Antonio Aradillas Adiós a los canónigos
(Antonio Aradillas).-Da la malhadada impresión de que los tiempos de tan severas restricciones en los que nos encontramos, no llamaron todavía eficazmente a las puertas de la Iglesia, para tomar ascética y mística posesión de sus espacios más representativos. Aunque la Iglesia es, y proclama vivir, en actitud "penitencial" -reconversión permanente y profunda-, como institución, organización y formación, instando a ello a sus miembros, con calificada mención para los jerárquicos, es imprescindible la reforma de interiores y exteriores al servicio de testimonios verazmente evangélicos y evangelizadores.
Como símbolo, expresión, alegoría y figura, traigo aquí a colación el estamento de los canónigos - Cabildo catedralicio-, cuya sola evocación y nombre, tanto populares, como académicos, es ya, y de por sí, un tratado de fastuosidad, pompa, presunción y jactancia, irreverente y clerófobo. Con tales prenotandos y supuestos, fueron y son hoy elegidos sus miembros "dedocráticamente".
Tal certidumbre es lo que, en parte y con buenas dosis de estupor y asombro, sea explicación para muchos el dato de que colectivo tan representativo eclesiástico, no haya movido con efectividad los resortes de sus influencias y poder cívico, social y académico, para hacer desaparecer del diccionario de la RAE acepciones tales de "canónigo" como "empleo de poco trabajo y bastante rendimiento", con explícita alusión a "prebenda", "renta anexa a un oficio eclesiástico", "oficio o empleo muy ventajoso", con las consiguientes derivaciones, por citar un ejemplo, a "canóniga", o "siesta que se duerme antes de comer".
Para muchos resulta un misterio , y para otros una actitud triste y humildosa, de aprobación realista y veraz, que en cada reedición del diccionario de la RAE, levanten gritos de protesta y de revisión de determinadas acepciones, y del uso legítimo y legal académico, grupos étnicos o profesionales, mientras que en la literatura escrita y descrita tan prevalente y significativamente por hombres de la Iglesia, nadie haya efectuado ninguna "sentada" de reprobación, desautorización y reproche, y más en la tan clericalizada sociedad todavía dominante.
De reflexión similar es merecedor el término "cabildo" -"comunidad de eclesiásticos capitulares de una iglesia o miembros de ciertas cofradías"-, con su enfervorizado y tenaz verbo "cabildear", que significa "gestionar con maña para ganar voluntades, en un cuerpo colegiado o corporación", y el resonante dicho, palabra o "palabro" de "cabildada", o "resolución atropellada e imprudente de una comunidad o cabildo". La literatura hispánica conjuga y declina los términos relacionados con "cabildos" y "canónigos" de forma y manera incuestionablemente anticlericales y anti religiosas. También lo hace así la historia. Acerca de la jurídica, me limitaré a trascribir el juicio que de algunos de los estatutos - reglamentos capitulares han formulado los expertos, apodándolos " un puñado de leyes moribundas", sin tener todavía claridad y constancia de si, por ejemplo, la "puerta santa" de la catedral de Santiago de Compostela habrá de derribarse, o no, con ocasión de la proclamación del nuevo "Año Jubilar Santo de la Misericordia", idea del bendito Papa Francisco.
Es una falacia, un timo y una irreverencia aseverar que el fin, y la misión, principal de los canónigos, y de su institución como tal, sea el culto. Por mucho rigor con el que este sea atendido en las catedrales, su reseña a la luz del evangelio y de la liturgia viva y verdadera, permanece inédita para los fieles, cuya presencia suele brillar por su ausencia, a no ser en solemnidades especiales que tienen más contenido social, cívico y hasta político, que religioso. El riesgo de que el culto se desvíe, o se quede en mitad del camino, y se proyecte hacia la figura del obispo, -"culto a la persona"-, es capítulo a tener rigurosamente en cuenta, con toda clase de razonamientos y actitudes.
Otra falacia es justificar la institución canonical por la capacidad acreditada de sus miembros de asesoramiento al obispo. El obispo, hoy por hoy, no precisa, ni en la teoría ni en la práctica, de adjuntos o consejeros. Elegidos -nombrados- los canónigos, precisamente por él - el obispo-, a su medida y en premio o promesa, es baladí y superficial dudar de la "infalibilidad· episcopal, que según algunos, comparte, y hasta llega a ser, reflejo de la "pontificia".
Pese a tan desolador panorama diocesano curial, los más optimistas, por convicciones pastorales y litúrgicas, alientan la esperanza de que el carisma de la renovación y protesta pueda encenderse en algunos cabildos catedralicios y su noticia pronto sea referencia. La "desmedievalización" de los canónigos en sus "ornamentos", titulitis, "dignidades", ministerios, oficios y "carrerismos", es tan precisa como deseable, aún por parte de sus apologistas, convencidos algunos de su capacitación, en el nombre de Dios, para defensa de la Iglesia colegial, al servicio del pueblo y en contra del victimismo al que el diccionario de la RAE los ha condenado... Y que conste que el problema principal no es el del vulgar y abyecto dinero. Es el de la "dignidad", del "honor u honores" y de la preeminencia. Eso de "Muy Ilustre Sr." pesa y significa todavía mucho en no pocas diócesis y estamentos...