"¿Es que todavía no se le ocurrió a ningún obispo formularle al Papa tales peticiones?" Antonio Aradillas: "Curas casados y mujeres sacerdotes, tareas evangelizadoras"
"A multitud de pilas bautismales, templos e iglesias se les echa el cierre 'por falta de mano de obra'"
"Las mujeres, dentro y fuera de la Iglesia, poseen idéntica dignidad de ser imagen de Dios como el hombre-varón"
No sé hasta qué punto les conmoverán a los obispos, y a los celadores y responsables de la “perpetuidad” de la Iglesia, tantas informaciones documentadas como hoy se difunden acerca de que “los curas se acaban”. Es tristemente desolador, y está al alcance de cualquiera, comprobar cómo las vocaciones sacerdotales decrecen, que la edad avanza implacablemente en todos los sectores y, por tanto, también en el estamento eclesiástico, cuyos miembros han de atender pastoral y ministerialmente, por lo que a multitud de pilas bautismales, templos e iglesias se les echa el cierre, “por falta de mano de obra”.
Pueblos-pueblos, entidades religiosas, colegios, monasterios y conventos se quedan sin la eucaristía, entre razones tan elementales como la de que los sacerdotes no pueden dar más de sí, pese a sus buenas disposiciones y convencimientos dogmáticos, dado que sin eucaristía, no hay Iglesia, tal y como estudiaran y estudian.
De vez en vez surgen voces, también jerárquicas, que proclaman con realismo y estadísticas, la crudeza del problema, pero este sigue su curso y desarrollo implacable, fiados algunos de sus responsables en que “Dios proveerá” y en que también se registraron en la historia eclesiástica etapas y episodios similares…
Pero muy recientemente el contradictorio Cardenal Walter Kasper, presidente emérito del “Pontificio Consejo de la Promoción de la Unidad entre los Cristianos”, acaba de expresar con humildad, sensatez y evangelio, su criterio, con estas denunciadoras palabras: “Si los obispos pidieran al papa Francisco curas casados, este aceptaría tal petición”. El Cardenal se cuidó también de tranquilizar al personal adoctrinándolo de que “el celibato no es un dogma de fe, ni una práctica inalterable”, sino decisión simplemente disciplinar. (Algunos expertos en teología se afianzan en la idea de que, así las cosas, aunque se considerara “dogma”, sería pastoralmente legítimo su revisión y reforma).
Y el pueblo fiel, que padece anomalías religiosas tan graves y tan preocupantes, se formula, entre otras, estas preguntas:
¿Es que todavía no se le ocurrió a ningún obispo formularle al papa tal petición? ¿No lo hizo por temor, por no comprometerse y comprometerlo, o por no sentirse responsable de tal situación y haber vivido, y querer seguir viviendo “en el mejor de los mundos”? ¿No lo hicieron porque “les da lo mismo, o casi lo mismo”, porque no les dio tiempo a pensarlo, porque sus estudios universitarios o simplemente catequísticos, no les descubrieron otros panoramas, sin convencimiento de que la Eucaristía es el principio y fundamento -fuente y eje- de Nuestra Santa Madre la Iglesia? ¿En qué mundo eclesiástico vivimos?
El ángulo de las preguntas lo alzan algunos a la misma sede pontificia y, con devoción y respeto, se expresan de esta manera: ¿Pero es que el papa, y si además se llama Francisco, puede no estar al corriente de este problema? ¿Acaso cuenta con alguna razón desconocida por el resto de la cristiandad - y no de carácter bíblico ni dogmático-, para preferir que las cosas sigan como están? ¿Acaso sea el “santo temor a la Curia Romana” lo que le impida dar los pasos decisivos que él quisiera? ¿Es posible que temores como este podrían ser considerados “santos”?
Es obvio que, casados los sacerdotes, y consagradas las mujeres también como tales, a los obispos se les multiplicarían infinitamente los problemas administrativos, laborales y, por supuesto, económicos, de manera inenarrable, dejando a un lado los rituales o los ceremoniales…
De momento dejo sin subrayar otras preguntas relacionadas con las delatoras del citado Cardenal Kasper y me limito a animar al papa Francisco a que, creyendo como cree, en las misas, y en que las mujeres, dentro y fuera de la Iglesia, poseen idéntica dignidad de ser imagen de Dios como el hombre-varón, prescinda del Código de Derecho Canónico y de sus intérpretes, dedicándose estos de una santa vez a tareas evangelizadoras y se corrijan anomalías tan graves como las enunciadas en estas leves reflexiones…
Etiquetas