"Este país, el pequeño y el grande, le deben a las personas como el obispo Uriarte un recuerdo profundo y agradecido" José Ignacio Calleja: "Uriarte puso la empatía y la equidad por delante del cargo personal y el encargo institucional"
"Me gustaría que mucha más gente, mucha más de la que imagino, meditara un momento que la vida en común se sujeta en ciudadanos ejemplares"
"Transpiran bondad, escuchan con bondad, valoran con bondad y discrepan con bondad. Es algo muy especial que acompaña a estas personas y que con naturalidad regalan a su entorno sin que les debamos nada a cambio"
"Los obispos como Uriarte tienen el don de hallar a la gente donde les esperan, por más que no dejen de animarnos a corregir el rumbo si preciso fuese"
"Los obispos como Uriarte tienen el don de hallar a la gente donde les esperan, por más que no dejen de animarnos a corregir el rumbo si preciso fuese"
| José Ignacio Calleja
Pensaba esta tarde a quién le va a importar lo que un cura diga del obispo Uriarte recién fallecido. Pensaba a quién le va a importar en una sociedad abrumada de noticias que según nacen ya están muertas. Además, qué va a decir un cura de un obispo en su final; se sobreentiende que hará una alabanza tan exagerada como la mayoría de las que se repiten en la muerte de los notables. Y, sin embargo, me resisto a guardar silencio, me resisto aunque el hecho solo nos importara a unos pocos; no creo que sea el caso, pero sería igual.
Me gustaría que mucha más gente, mucha más de la que imagino, meditara un momento que la vida en común se sujeta en ciudadanos ejemplares. Alguna vez leí que no necesitamos vanguardias de militantes que lo saben todo de antemano y por los demás, sino de minorías ejemplares que dejan un rastro de verdad y bondad en su entorno, y por el boca a boca, generan una ola de dignidad que a nadie deja indiferente. No solo es que hayan escrito algunos libros valiosos, hayan tenido conferencias clarificadoras, los hayamos visto en entrevistas que te hacen pensar los nudos de la vida en su sentido, sino que han sido buenos.
Transpiran bondad, escuchan con bondad, valoran con bondad y discrepan con bondad. Es algo muy especial que acompaña a estas personas y que con naturalidad regalan a su entorno sin que les debamos nada a cambio. Todo esto que así, poetizado, resuena bello, según creo, ha emanado del alma intelectual y moral de este ser humano de tanta categoría como sencillez. Y es que categoría humana y sencillez, firmeza de carácter y bondad de espíritu van de la mano como el mar y la arena, como el río y sus meandros. Se cultiva, supongo, y se nace, supongo, pero este era nuestro hombre, el obispo Uriarte.
Me alegra mucho, muchísimo, que podamos decir esto de un ser humano ordenado obispo de la iglesia católica, en estos tiempos de desazón extrema sobre qué hemos permitido en silencio contra tantos inocentes y qué vamos a hacer para ofrecer la fe con renovada convicción y total respeto en nuestras sociedades. Esa desconfianza es legítima, pero intentarlo de nuevo es algo extraordinario. No quiero exagerar y defender ahora que este obispo supiera aquí y para todos por dónde debemos seguir en los nuevos tiempos de la iglesia católica. No digo esto, por más que mucho y bueno puede aportarnos su legado personal, pero pongo el acento en que sus actitudes de escucha, bondad, reflexión y comunión han de sernos imprescindibles para encontrarnos en la dirección en que se no espera. Ni siquiera he dicho en la correcta, sino en la que se nos espera.
Los obispos como Uriarte tienen el don de hallar a la gente donde les esperan, por más que no dejen de animarnos a corregir el rumbo si preciso fuese. Este el don de los que gobiernan bien en la iglesia y en el mundo; es decir, no construyen muros, no dividen en amigos y enemigos, dentro y fuera, míos y ajenos, valiosos y prescindibles. No, no es así, precisamente porque gobiernan quieren ser minorías ejemplares que no aspiran a vencer, sino a convencer.
En todos los lugares del mundo, en la familia y la escuela, en la iglesia y en el estado, en la empresa y en la universidad, los hombres y mujeres como el obispo Uriarte tejen nudos de afecto, sentido, solidaridad y justicia. No son perfectos, son simplemente seres humanos tocados por los dioses para reflejar mejor que los demás las virtudes y actitudes que nos acercan a los humanos, personas y pueblos; pero ese reflejo no les viene regalado, sino también cultivado y sufrido. Son escultores de su persona para regalarnos vida buena a todos los que les rodeamos. Por eso despiertan amor y no miedo.
Mueren como los demás, ahí está el caso, envejecen como los demás, es ley de vida, han tenido sus momentos de incertidumbre y duda como los demás, pero tienen el signo de haber puesto la empatía y la equidad por delante del cargo personal y el encargo institucional, y eso los ha salvado un poco más que al común y, con ellos, nos han salvado un poco a todos; por ellos hemos aprendido que la bondad de algunos trae más a la paz que todas las militancias políticas, más a la justicia que todos los arrebatos de los fanáticos, más al espíritu que todas las liturgias convenidas al margen del mundo y su vivir.
Este país, el pequeño y el grande, le deben a las personas como el obispo Uriarte un recuerdo profundo y agradecido, y él les da a las víctimas un último abrazo de amor por si alguna vez no se hizo entender, y a los victimarios una mano sincera de que el camino de los ideales políticos nunca puede prevalecer sobre la vida y la dignidad de nadie. Algo así me gustaría decir del obispo Uriarte, agradecido.
Etiquetas