Testimonios culturales, pertenecen al pueblo, y no a sus obispos Catedrales: Leyendas, historia y arte

Gárgola Notre Dame
Gárgola Notre Dame

"Resulta soberanamente teológica la conclusión de que la palabra se convierta en 'Palabra de Dios' más cuando sea y se adjetive su posesión en quienes la prediquen o repartan que cuando llegue a quienes sean sus destinatarios"

"La historia de las ciudades está escrita en sus catedrales; Bodas, bautizos, acontecimientos felices o infelices, perduran dentro de ellas"

"Idéntica importancia tienen las leyendas. La veracidad de su influencia es inimaginable y hasta decisiva. Y es que la verdad “religiosa” es esencialmente 'parábola'"

"Aún las mismas prostitutas, 'hermanitas de pecar' que diría don Francisco de Quevedo, disponían de capillas propias y Hermandes, patroneadas normalmente por María, la chica de Magdala"

"Las catedrales son también, y especialmente, academias y escuelas de arte. La posibilidad que brindan las catedrales para educarse en él es impagable"

"La Iglesia -catedrales y templos- es rica. Nada de pobre. Es de pura lógica y teología contribuir a que cuanto antes sea el Evangelio y no la Liturgia, lo que haga catedral a las catedrales, e Iglesia a la Iglesia"

Resulta soberanamente teológica la conclusión de que la palabra se convierta en “Palabra de Dios” más cuando sea y se adjetive su posesión en quienes la prediquen o repartan que cuando llegue a quienes sean sus destinatarios. A estas alturas de la formación-información filosófica y más religiosa, poner en entredicho o formularse esta duda, sería claramente incongruente.

Esto equivale a decir que las catedrales como tales lugares sagrados en los que se hallan las cátedras desde las que los obispos adoctrinan oficialmente al pueblo, distribuyendo las enseñanzas extraídas de los santos evangelios, son y pertenecen al pueblo-pueblo, con todas sus consecuencias. El de las inmatriculaciones es capítulo aparte, del que la Teología y la Pastoral entienden muy poco, y además expuesta su interpretación a usos y abusos radicalmente contingentes, lo mismo con carácter político como institucionalmente ·religioso”, en función de circunstancias de lugar y de tiempo.

Por lo tanto, doy por supuesto y por aproximadamente cercano a la realidad sagrada, que la catedral -las catedrales- son del pueblo-pueblo. No son de los señores obispos, por muy activos que se sigan haciendo presentes en sus cenotafios -sepulcros, y en las obras que en su pontificado se iniciaron o se completaron. Las catedrales tampoco son de los reyes, señores feudales, validos o potentados cristianos que colaboraron en la construcción y conservación de sus muros, en calidad de guarda y custodia de las reliquias y relicarios. Todo esto, avalado con la firme esperanza de que sus restos mortales y los de los suyos resucitarían con mayor seguridad, presteza y gloriosamente si reposan lo más cercanamente posible al altar, de alguna manera “financiado” con su propio peculio.

El pueblo-pueblo fue el verdadero artífice y currante de sus catedrales y templos, tanto con sus aportaciones, como con el sudor de sus frentes, poniendo a disposición de los maestros y encargados de obras, sus bienes materiales, sus esfuerzos y los de los suyos. Desde las canteras de las que se extraían las piedras, labradas o por labra, hasta el lugar de la colocación en los espacios elegidos para la edificación, el pueblo-pueblo se hizo cargo de su traslado, como si se tratara de piezas sagradas , por así exigirlo su condición de templo de Dios , que en su día llegaría a ser “cátedra” de sus “continuadores” los obispos ,”rigiendo” sus respectivas diócesis, en fiel concordancia con el Evangelio.

Por cierto, que la fe –“la que mueve montañas”- es única o principal razón que explica que durante un par de siglos, se extrajeran de las canteras hispanas tales cantidades de piedras, que llegaron a superar, en parte, las que necesitaron los egipcios para construir sus templos, en un par de milenios…

De una o de otra manera, la historia de las ciudades está escrita en sus catedrales. Episodios importantes, o no tanto, vividos por sus habitantes, dejaron a perpetuidad sus huellas en los archivos, que eran los únicos lugares destinados para su conservación, guardia y custodia. Bodas, bautizos, acontecimientos felices o infelices, perduran dentro de las catedrales y sus claustros, con legitimidad y veracidad, aunque con las dolorosas excepciones e los tiempos de guerras fratricidas y de las otras.

Pila bautismal. Catedral de León
Pila bautismal. Catedral de León

Los cambios culturales, económicos, sociales y, por supuesto, los religiosos, se expresan en multitud de datos y detalles, a la perfección y a la vista de todos, creyentes o no. No existe nada historiable en las ciudades y alrededores que no requiera y demande la visita a los templos catedralicios para su constatación documentada y certera. Las catedrales son piezas claves en la elección y ejecución de multitud de tesis doctorales en pluralidad deasignaturas y especialidades.

Idéntica importancia y relieve definen a los templos catedralicios por lo que respecta al conocimiento y reconocimiento de lugares y zonas en las que ubican y avecinan sus habitantes cuanto se relaciona con las leyendas. Estas -las leyendas- son portadoras tan fieles de los elementos que hoy configuran la faz de los pueblos y ciudades, de modo similar a como lo hace la historia. Si además la leyenda se cataloga entre las “religiosas”, se enmarcan en las catedrales y de alguna manera se encarnan en obispos, canónigos, clérigos, Cofradías y Hermandades, milagros y milagrerías, la veracidad de la influencia legendaria es inimaginable y hasta decisiva.

Y es que la verdad “religiosa” es esencialmente “parábola. Y lo es más aún cuando se predica y se difunde en el pueblo a modo de enseñanza, y con el único y predilecto afán de evangelizarlo, en conformidad y como Jesús lo hizo y lo sigue haciendo con sus ejemplos y adoctrinamientos.

Cada imagen de un santo o santa, cada advocación de la Virgen y de Jesús, así como las capillas, altares, reliquias y relicarios, con reverencial mención para los de los “santos especialistas” en determinadas clases de milagros y milagrerías, ejercieron y ejercen en pueblos y ciudades influencias muy notorias, lo mismo cívicas que “religiosas”, previa la correspondiente promoción “turística”. El concepto religioso de gremio y de comunidad está bien patente en las catedrales, en las que en algunas de ellas aún las mismas prostitutas –“hermanitas de pecar” que diría don Francisco de Quevedo- disponían de capillas propias y Hermandes, patroneadas normalmente por María, la chica de Magdala.

Las catedrales son también, y especialmente, academias y escuelas de arte. La riqueza de joyas y joyeles es incalculable. Y no solo por el valor material con el que sea posible tasarlas, sino con el espiritual y el del agradecimiento personal, familiar y del grupo o colectivo que las justificaran.

La posibilidad que brindan las catedrales para educarse en el arte, y aprovechar tal andadura para la formación integral no solo en la fe, sino en la convivencia vecinal, es impagable, por muy cuestionada que legítimamente esté la cantidad de dinero “extra” que hay que entregar a la adquisición del bono para la entrada al templo y a los museos.

La Iglesia -catedrales y templos- es rica. Nada de pobre. Tal afirmación les permite a determinados clérigos que no tienen otra cosa que decir, limitarse a negarlo, pese a ser no pocos de ellos, los primeros en tener que lamentarlo y, en ocasiones, hasta que vivirlo en sus propias carnes.

La catedral con sus obispos y corte canonical, es hoy por hoy la institución más ostentosa que hace gala de su poderío y fastuosidades en proporciones mayores, en el elenco de las que configuran y se mantienen en el organigrama de la convivencia entre los mortales.

Es -será- de pura lógica y teología -sentido común y artículo de fe- contribuir a que cuanto antes sea el Evangelio y no la Liturgia, lo que haga catedral a las catedrales, e Iglesia a la Iglesia, AMÉN.

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