Antonio Aradillas Comunicación e Iglesia

(Antonio Aradillas).-Pese a tan reiteradas declaraciones oficiales de que la comunicación tanto hacia dentro como hacia fuera de la Iglesia, -aún reconociéndose que es manifiestamente mejorable-, la realidad proclama que no puede presentarse como ejemplar, por lo que con urgencia apremiante precisa ser corregida y reformada en profundidad. La reflexión sobre un tema de tanta importancia es rigurosamente justificable desde cualquier perspectiva humana y divina.

La Iglesia es de por sí, y por definición teológica, Camino y Vida, meta alcanzable solo si es la Verdad la inspiradora de esta misión y ministerio. Sin el culto a la Verdad, escrita y descrita con letras mayúsculas, es imposible ser y constituirse, en Vida y Camino.

La Verdad es transparencia, claridad y luz, al alcance de fieles e infieles. La Verdad humaniza, a la vez que diviniza, a quienes se precien de cristianos. Sin la Verdad, siempre y en todo por delante, resulta inalcanzable obtener el aprobado de cristiano. Solo e inexcusablemente tal asignatura y estilo de vida, se aprenden y practican en compañía, y de la mano, de la Verdad. El "Día de la Verdad" debería ser festivo y de obligado cumplimiento en el calendario litúrgico.

Esto no obstante, y aún sobre la Verdad y su proclamación evangelizadora, da la impresión, de que es el misterio, arcano y secreto, lo que caracteriza a la Iglesia, y más a quienes jerárquicamente la representan, acaparan y actúan en su nombre. A la Iglesia-Iglesia le sobran misterios. El "superavit" de los mismos rebasa con creces, y falta de respeto a la condición humana, a los que definen a obras e instituciones de signos paralelos o similares, en los que el servicio a los más pobres y necesitados sea misión esencial, Un misterio de más, es una Verdad a medias, cuya importancia apenas si nos es dado desvelar.

De entre los principales responsables de la situación que padece la Verdad hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia, destacan sus gabinetes de prensa y sus portavoces. Y conste que aquí y ahora no me refiero a ninguno en concreto, sin poder dejar de reseñar los comportamientos de alguno o algunos quienes "en el nombre de Dios" y "por ser vos quien sois", sobrepasaron los linderos de la profesionalidad y hasta de la educación cívica y, por supuesto, religiosa.

Tal vez el fallo sea del sistema. Pero el hecho es -sigue siendo- que la mayoría de las llamadas ruedas de prensa convocadas por la Conferencia Episcopal, o por los obispos en sus respectivas demarcaciones diocesanas, no tienen parangón con las de otros organismos, políticos, sociales o de información general. Además de los sumisos y dóciles "Amén", apenas si se pronuncian otras palabras que no sean de alabanza o de agradecimiento, con el riesgo sempiterno de que a ciertas preguntas que sean dirigidas, se las catalogue como improcedentes o heréticas.

Otra conclusión a la que se llega con desoladora frecuencia, es la de que, en tales ruedas de prensa, se imparten pocas noticias. El silencio, la prudencia y "el bien de la Iglesia", es decir, el de la propia jerarquía, cubre de paramentos y sagrados celajes la mayoría de las preguntas, si se estima que estas no son "ortodoxas" en conformidad con lo que se predicó toda la vida en los inaccesibles cenáculos religiosos. La incoincidencia de lo "oficial" y de "lo que mandan los cánones" , con lo real y con lo que demanda el mismo pueblo de Dios, es frecuente -frecuentísima- en las ruedas de prensa, muchas de ellas definidas por el olor a incienso de los turiferarios de turno.

Destaca también en las referidas ruedas de prensa episcopales, la forzada unanimidad de los miembros que componen la Conferencia en la diversidad de Comisiones. La obsesión por la defensa de la unanimidad episcopal es misión y cruzada de carácter sagrado y como si el "Amén" tuviera que ser, siempre y en todo, "santo y seña", con inmisericorde exilio de cualquier discrepancia y pluralidad.

Comprendo que hoy por hoy, son muchas y graves -gravísimas- las noticias eclesiásticas que han de "administrar" los portavoces del Episcopado, convertido él, o parte del mismo, en degradante manadero de informaciones, a veces, nefandas. Pero que también y sobre todo, comprendan los señores obispos y sus portavoces, que hoy se sabe todo, o casi todo, por lo que expresar la Verdad, con humildad y humanidad, tal y como están las cosas, será todavía garantía de fiabilidad para la Iglesia.

Sin comunicación -evangelio- no es Iglesia la Iglesia. Tampoco lo es cuando tal comunicación es sesgada, interesada, a destiempo o, simple y llanamente, mendaz, que de todo hay, o puede haber, en la Viña del Señor. Comunicación es Comunión. Por lo que cualquier gestión en contra de la libertad de prensa, y más por parte de le jerarquía eclesiástica, como se vislumbra en la doctrina y en la praxis, constituiría un pecado grave y un estigma -motivo de deshonra- para el progreso integral de los miembros de cualquier institución, con prevalente inclusión de la eclesiástica.

No extrañaría que se convirtiera en pronta noticia la defección - huelga- del colectivo de profesionales de la información religiosa en las llamadas "ruedas de prensa", por falta de interés de las mismas, de aburrimiento, excesos de ritualismos y "Amén", de insulsez, y distancias y lejanías de los verdaderos problemas humanos y "divinos" que cortejan a los potenciales lectores u oyentes.

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