"¿Por dónde comenzar? Desde los márgenes, para poder abrazar a todos" Humanidad Sinodal: El camino es reconocernos hermanos
"La categoría sinodalidad es propia del lenguaje eclesiástico, pero en ello radica la sugerente propuesta de ampliar su alcance a la humanidad entera"
"La Iglesia es sinodal o no es, el hombre camina en común o se deshumaniza"
"De aquí la necesidad de una educación para la sinodalidad, que la haga surgir al nivel consciente como riqueza de humanidad y capacidad de relacionalidad"
"De aquí la necesidad de una educación para la sinodalidad, que la haga surgir al nivel consciente como riqueza de humanidad y capacidad de relacionalidad"
| Patricio Lynch, misionero argentino en Honduras
En este tiempo de guerras, sociedades polarizadas, resurgimiento de nacionalismos extremos e integrismos religiosos, urge aseverar la afirmación del sueño de Dios revelado en Jesucristo y asumido como misión de la Iglesia: caminar hacia y como una humanidad fraterna que con atrevimiento adjetivo de sinodal.
La categoría sinodalidad es propia del lenguaje eclesiástico, pero en ello radica la sugerente propuesta de ampliar su alcance a la humanidad entera. El secretario general del Sínodo de Obispos, Monseñor Mario Grech dice al respecto que, «de hecho, a pesar de ser un término que pertenece al léxico eclesiástico, la sinodalidad puede convertirse en una propuesta real hecha a la sociedad civil» El Papa Francisco completa la justificación: «Nuestra mirada se extiende también a la humanidad. Una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones (cf. Is. 11,12)» (cf. EG 186-192)
El término «sínodo» es un compuesto resultante de las dos palabras griegas sýn (conjuntamente, en común) y hodós (camino) y sinodalidad se lo comprende como el común estar en camino del Pueblo de Dios. La sinodalidad es un elemento constitutivo de la Iglesia y análogamente se puede concluir que también es un elemento constitutivo de la persona humana.
La Iglesia es sinodal o no es, el hombre camina en común o se deshumaniza. Si el rostro de la Iglesia para el tercer milenio es una Iglesia Sinodal, es evidente que la condición de posibilidad para que se dé un colectivo sinodal es un sujeto sinodal, cuya riqueza antropológica se propone bajo la enseñanza del Papa.
Se camina junto a otros o no se es plenamente humano. Antropológicamente somos una realidad compleja y plurivalente, constitutivamente somos seres-en-relación, y pueden acontecer tanto el amor como el odio, el encuentro como el desencuentro, en definitiva, procesos humanizantes o formas de relación destructivas. El egoísmo, el narcisismo y la autoreferencialidad son caminos posibles pero valorados como inauténticos y/o perversiones de lo antropológico que conllevan procesos deshumanizantes.
De aquí la necesidad de una educación para la sinodalidad, que la haga surgir al nivel consciente como riqueza de humanidad y capacidad de relacionalidad. La Iglesia enseña que el hombre es un ser social (cf. GS 12). Sociabilidad y personalidad no pueden ser entendidos antinómicamente. La persona tiene absoluta necesidad de la vida social, es constitutivamente social. El ser humano no puede llegar a su plenitud personal sin los vínculos. La humanidad sinodal impide cosificar al otro como objeto. El otro como tal, es un tú que debe ser reivindicado y valorado en su alteridad.
Asimismo, la sinodalidad requiere una espiritualidad comunitaria. La Subsecretaria de la Secretaría General del Sínodo de Obispos, Nathalie Becquart sostiene la importancia del «nosotros» para que favorezca salir de los reductivos personalismos que no ayudan al caminar en común. Dice así:
En resumen, se podría decir que la sinodalidad nos ayuda a pasar del «yo» al «nosotros». Pero un «nosotros» que integra a todos los «yo», en singular, a partir de un proceso inclusivo. Es un «nosotros» en el que cada «yo» es un actor. La sinodalidad significa, pues, redescubrir la prioridad del «nosotros» eclesial para servir al bien común, tomando conciencia de que «la vida es un camino comunitario donde las tareas y las responsabilidades se dividen y se comparten en función del bien común» (QA 20)
Mario Grech enfatiza que el estilo cristiano es un modo de habitar el mundo, un modo específico que se inspira en el ejemplo ofrecido por Jesús e imitado por sus discípulos a lo largo de la historia de la Iglesia. Una Iglesia en kénosis, en anonadamiento. Como Iglesia surge el imperativo evangélico de servir a la humanidad aprendiendo del Maestro quien se abajó, se anonadó y se puso a servir. «Imiten al Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mt. 20:28) A este respecto el Papa comprende que en la Iglesia es necesario que alguno «se abaje» para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.
Quizás el alguno debería extenderse al todo eclesial, que el Pueblo de Dios se abaje para ser instrumento y facilitador de un modo de caminar juntos en la historia de los pueblos. Esta época de crisis y de noche es también nuestra salida, el camino a emprender, la realidad a asumir para como cristianos redimir. Denunciar aquello que limita al ser humano ya que el anuncio del Evangelio mira la plenitud humana. Como dice el poeta Hölderlin, «allí donde está el peligro, está lo salvo y lo que salva». La humanidad herida por la división e inautenticidad necesita la presencia sanadora del cuerpo místico de Cristo centrado en el servicio y en el valor de estar juntos de una manera «amantiva» que integra una mirada contemplativa y amorosa, más que en una postura apologética que se ubica en una defensa del propio grupo e identidad.
La perspectiva creyente comprende la absoluta necesidad del otro, del amor al prójimo para ser fiel a Dios. La sinodalidad es el Pueblo de Dios que camina por la historia guiado por el Espíritu para transformar la humanidad en una sola familia que camine junto en la diversidad de razas, credos y culturas Es don, legado, sueño compartido y tarea que compromete e interpela. En el amor solo podemos hacer posible la fraternidad, el dialogo y la amistad social. El camino es reconocernos hermanos. La fraternidad y la amistad social exigen una decisión valiente capaz de transformar el tiempo presente. Aunque sea aportar medio palmo, pero sin ese palmo estaremos siempre más y más lejos del sueño de Dios, una humanidad filial y fraterna.
Por eso el Papa «callejero» impulsa a la dinámica de éxodo que supone la fe cristiana. Es tiempo propicio para salir de las seguridades anquilosadas, de actitudes apologéticas, de posturas eclesiales bélicas hacia las culturas. Dios toma la iniciativa siempre en el amor (cfr. 1 Jn. 4,10) y la misión es una respuesta a éste. Cristianos aventurados en el «primereo» del amor. Necesitamos hacer un éxodo que nos haga salir de los cerrojos de los Templos hacia las calles postmodernas, en particular orientados privilegiadamente hacia aquellos que viven desplazados, marginados y excluidos. «Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!» (FT 8)
Resuena fuertemente el grito de Jesús en la cruz: «que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn. 17:21-22) La Iglesia tiene el imperativo evangélico de ser signo de humanidad sinodal, caminando juntos, con nadie afuera, unidos como el Padre y el Hijo.
¿Por dónde comenzar? Desde los márgenes, para poder abrazar a todos. Personas religiosas o no, pero abiertas a un futuro más humano, buscando desde diversos ángulos los posibles caminos para que nadie quede fuera, inventando alternativas en las que nadie pretenda salvarse aisladamente y, muchos menos, a costa de los demás o dejando fuera a los demás, sobre todo cuando se trata de los más «desfavorecidos». Esta es la grande misión de la Iglesia. La sinodalidad entonces es decisiva para la humanización y posibilitadora de crecimiento de las culturas.
Acompañemos al Papa Francisco, pidiendo a Dios poder realizar una migración con sabor a Pascua (paso). Migrar del singular yo al plural nosotros, de una mentalidad dualista a una mentalidad unitiva, de la actitud de levantar muros a tener el coraje de construir puentes, de una compasión selectiva por los cercanos y conocidos a una compasión totalizante y englobante, de un corazón estrecho a un corazón en expansión. En definitiva, a caminar como católicos, sí, universales, construyendo un hogar para todos, sin excluir a nadie. Más temprano o en el atardecer de la vida (como dice el poeta) todos atravesaremos fronteras y seguiremos migrando, esta vez, hacia la patria eterna donde final y plenamente seremos una humanidad sinodal.
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