Los obispos, ante la investidura de Pedro Sánchez Antonio Aradillas: "La Iglesia española no sabe perder"
El nacional-catolicismo personal, y el de nuestros padres, no tiene fácil substitución. Perdura y perdurará, entre otras poderosas razones, porque así nos lo enseñaron “en el nombre de Dios”
Hay obispos en su diversidad de grados y estamentos, que con insalvables dificultades podrán ser y ejercer de demócratas, ni presidir la “Iglesia en salida” por la que pugna el papa Francisco, y menos pastorearla en sus diócesis
La Iglesia, y más la jerárquica, y aún más en España, no es de por sí nada perdedora. No sabe perder. O, si pierde, lo hace con dificultad y después de apurar, comprimir y estrujar hasta sus penúltimas consecuencias, argumentos divinos y humanos. No es humilde. Con eso de haber tomado la mayoría de sus miembros más cualificados al pie de la letra lo de la infalibilidad pontificia “y ya está”, es explicable que le cueste “Dios y ayuda” cambiar de opinión y procedimientos, aún cuando precisamente el término “cambio” , es decir, “penitencia”, es elemento esencial en su teología y estructura.
Hacía tiempo que se veía venir y en no pocos ámbitos. Las establecidas relaciones Iglesia-Estado estaban como pendientes de un hilo frágil, muy frágil, aunque fuera de oro, y además “concordadas” y con caracteres de fiabilidad y pactos internacionales. Algunas incoincidencias se acallaban más o menos diplomáticamente y los enfrentamientos se subrogaban con discreción patriótica y “religiosa”, con habilidad y donosura, y normalmente en beneficio del pueblo, de la Iglesia, y en evitación de “escándalos” y conservación de un puñado de votos “cuando fuera menester”.
Pero las formas y los formulismos iniciaron ya caminos de rupturas y a las proclamaciones antigubernamentales del cardenal Cañizares organizando preces y procesiones de “¡rezad y salvad a España¡”, se han adherido las del cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal, con la respuesta oficial requerida por parte del Gobierno, de que el Estado español, y por la Constitución mayoritariamente votada - y a la que se recurre cuando nos interesa- es de por sí a- confesional.
Y que conste que apenas si estamos ya en los comienzos. Por menos de nada, los signos “religiosos”, y los fundamentalismos, se echan a peregrinar con los turiferarios al frente, sin temor a las dificultades penitenciales que tengan que surgir, por distante que esté, o se presienta estar, el Pórtico de la Gloria”, dado que la “perdonanza” es cierta y segura para los itinerantes y para los dispuestos a testificar la fe, aún con el martirio.
El nacional-catolicismo personal, y el de nuestros padres, no tiene fácil substitución. Perdura y perdurará, entre otras poderosas razones, porque así nos lo enseñaron “en el nombre de Dios” , y porque sus catecismos fueron redactados al dictado del “Nihil Obstat” de la censura oficial y eclesiástica, sin teología y con poco evangelio, y este impreso, que también exigía el debido “Imprimatur”.
Quiera Dios que la sensatez, los evangelios, la gracia divina, el amor a la Iglesia, el respeto a las leyes, la devoción pía y devota a la democracia, la exoneración de la compra-venta de privilegios de unos y otros, … ayuden a despejar los caminos de la inteligencia y del discernimiento en beneficio del pueblo, y más si este es pueblo de Dios, pobre, desfavorecido y necesitado.
Obispos, curas y no pocos laicos y “”laicas” precisamos hoy en España , con urgencia y denodadamente, no solo uno, sino muchos y profundos cambios, también y por lo que respecta a las relaciones Iglesia-Estado. Los concordatos, por sí solos, y por mucha y buena intención que defina a las partes “contratantes”, son poco menos que papeles mojados…
Hay obispos en su diversidad de grados y estamentos, que con insalvables dificultades podrán ser y ejercer de demócratas, ni presidir la “Iglesia en salida” por la que pugna el papa Francisco, y menos pastorearla en sus diócesis, hoy ya en vísperas de despedirse de la ascética del “Amén” porque sí , y con afanes legítimamente teológicos de participar activamente en la tarea pastoral en calidad de laicos y al margen de ociosas disquisiciones de si la mujer podrá ser y ejercer de sacerdote…
Hay no pocos obispos educados en la fe anti y ante Vaticano II, que aunque no hayan cumplido la edad de la jubilación canónica por exigencias de sus DNI respectivos, debieran presentar su dimisión cuanto antes por incapacidad o incompetencia para seguir el ritmo de la religiosidad que demandan los nuevos tiempos y los evangelios…
¡Hay que saber perder, siempre y cuando quien gane sea el pueblo-pueblo, en libertad y con la conciencia tranquila…!