"Para mí, el vacío que deja es enorme. Viví con él más de veinte años" Jaime Vázquez, sobre Antonio Vázquez: "En el fondo somos ángeles, aunque a veces no nos demos cuenta"
Muere a los 93 años Antonio Vázquez Fernández, sacerdote mercedario, catedrático emérito de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, fundador de la Psicología de la Religión en España
| Jaime Vázquez Allegue
Muere a los 93 años Antonio Vázquez Fernández, sacerdote mercedario, catedrático emérito de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca, fundador de la Psicología de la Religión en España.
Otros han dicho antes -con más rigor que yo- la pérdida que ha producido la muerte del mercedario Antonio Vázquez: La pérdida en el mundo de la Psicología española, para la que fue fundador de la Psicología de la Religión. La pérdida en el mundo de la Universidad, para decenas de generaciones de psicólogos y teólogos en formación. La pérdida para la Iglesia española, en la que fue asesor constante en casos relacionados con religiosidad popular o la motivación social del fenómeno religioso. La pérdida para la Vida Religiosa, para la que fue maestro de acompañamiento espiritual y asesor de discernimiento vocacional. La pérdida para la Orden de la Merced, para la que fue maestro ejemplar, consejero permanente, formador indiscutible. Estoy seguro de que resulta imposible describir todo lo que este religioso ha aportado a lo largo de su vida.
Para mí, el vacío que deja es enorme.
Viví con él más de veinte años. Primero lo tuve como profesor en la Universidad y superior en la comunidad mercedaria de Salamanca. Dos cargos que supo transformar de forma magistral convirtiendo al profesor en maestro y al superior en hermano. Luego me tocó a mi ser su superior y pude descubrir que tenía en él al mayor apoyo que podía encontrar
. Juntos y en comunidad vivimos incontables alegrías y pocas tristezas porque el Padre Antonio había descubierto el arte de ver el lado bueno de las cosas y la visión positiva de la realidad. Solía decir que hasta las desgracias más grandes tienen algo bueno. Por eso su sonrisa era admirable (sonreía cuando le decía que reía como la Mosa Lisa). Por eso guardaba en su cabeza una libreta de chistes que alegraban la comida más anodina (que hacían reír de lo malos que eran). Por eso sus palabras nunca contaban con un reproche sino que eran una mirada perturbadora de asentimiento y apoyo cómplice (siempre disponible, en su diccionario no cabía una negativa).
Antonio Vázquez fue un hombre de diálogo, cargado con la bondad que había heredado de su madre, gallega de Chavaga (Monforte-Lugo) y la prudencia que había aprendido de la psicología de su maestro Jung y su gran colega y amigo Antoine Vergote en París. Todavía recuerdo las palabras que me dijo cuando celebramos la publicación de uno de sus últimos libros, Tolerancia. ¿Debilidad o fortaleza?: “Los gallegos tenemos más facilidad para entender que lo que parece una debilidad es, en realidad, una fortaleza ¿No te parece?”. A su lado aprendimos a desarrollar la experiencia religiosa de manera profunda; desde la soledad sonora, que decía su hermano y poeta Lois; desde la contemplación firme de un elefante hasta el zumbido molesto de una mosca. Recuerdo sus lecciones improvisadas de etología y cómo enseñaba lo que los humanos podemos aprender del comportamiento animal.
Con Antonio a tu lado aprendías sin darte cuenta, su pensamiento se fundaba en la capacidad natural de aprender pensando. Estaba convencido de que todos tenemos muchos genios en nuestro interior que estamos obligados a descubrir y sacar a la luz.
Sostenía que el objetivo último de la fe era reconocer que en el fondo somos ángeles, aunque a veces no nos demos cuenta, y que la vida consistía en ir descubriéndolo para, al final, llegar a formar parte de los coros celestiales. Por eso coleccionaba ángeles, por eso fue un ángel en la vida de las miles de personas que lo hemos conocido. Por eso regalaba un angelito cada vez que tenía oportunidad. Porque, en el fondo, sabía que ser un ángel te permitía estar al lado de Ella, de María de la Merced, el gran amor de su vida.