"En pueblos diezmados por la guerra, la hambruna y epidemias como la peste, la gripe o el ébola" Jesús Díaz Herrera, laico misionero vicenciano: "Misioneros y misioneras se han batido el cobre con la muerte en tierras de misión"
"Sin más monasterio que la casa del pobre, las Hijas de la Caridad parten de la oración al acto conectando palabras y obras, con misericordia, pero sin paternalismos"
"Urge poner en valor nuestra obra y unas vidas religiosas que pasan por este mundo confinadas con tantos enfermos abandonados a su suerte"
"Tenemos una riqueza que políticamente no se puede arrebatar"
"Tenemos una riqueza que políticamente no se puede arrebatar"
| Jesús Díaz Herrera
Tuve que regresar diez días antes de lo previsto por el convenio firmado entre la Universidad Pontificia de Comillas y el Politécnico de Nacuxa (Mozambique) debido al inminente cierre de fronteras y del espacio aéreo. La comunidad internacional ha tratado así de mitigar la inevitable propagación del COVID-19. Llevaba apenas una semana en España cuando escuché al Papa Francisco, en su misa de siete en Santa Marta, orar por las Hijas de la Caridad que gestionan desde hace un siglo el dispensario del Vaticano en atención a los pobres. Sus palabras llevan más de un mes ocupando mis pensamientos, y mi corazón:
Hoy, fiesta de la Encarnación del Señor, las Hermanas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que sirven en el dispensario de Santa Marta, están aquí en la Misa, renovando sus votos junto con sus hermanas en todas partes del mundo. Quisiera ofrecer la Misa de hoy por ellas, por la Congregación que siempre trabaja con los enfermos, los más pobres, como lo ha hecho aquí durante 98 años, y por todas las Religiosas que están trabajando en este momento cuidando a los enfermos y también arriesgando la vida y dando la vida (Papa Francisco, 25-03-2020).
Desde su fundación oficial en 1625, los seguidores de Jesucristo y continuadores de la obra de San Vicente, miembros de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, constituidas en el año 1633, difunden con su carisma un discurso abanderado de los pobres, en cuya atención encuentran el más preciado camino de santidad.
Misioneros – y misioneras – que se han batido el cobre sin prisa pero sin pausa con la muerte en tierras de misión. Han ofrecido su vida para que otros la tengan en abundancia en el seno de pueblos diezmados por la guerra, la hambruna y epidemias como la peste, la gripe, el ébola o la del odio, que es la peor. Cuatro siglos más tarde los encontramos en las mismas periferias; nada nuevo bajo el sol. Sin más monasterio que la casa del pobre, las Hijas de la Caridad parten de la oración al acto conectando palabras y obras, con misericordia, pero sin paternalismos al auxilio de los más necesitados. El pobre es una persona que sufre; es un hombre, una mujer o un niño atrapado por unas condiciones sociales y económicas injustas. Los vicencianos estamos llamados a inmiscuirnos en estas condiciones y a trabajar desde su realidad para liberarnos conjuntamente, como hermanos, de las miserias materiales y de las del alma… que nos desgarran por dentro.
En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, guardar silencio no sirve ante los ataques sistemáticos a nuestra Iglesia, la de todos. Urge poner en valor nuestra obra y unas vidas religiosas que pasan por este mundo confinadas con tantos enfermos abandonados a su suerte; parias de los que nadie se acuerda. Viven como lo hicieron antes, como lo seguirán haciendo cuando todo esto pase y nos guardemos los aplausos en los bolsillos con las manos manchadas de arcoiris y eufemismos en la boca para no hablar de los muertos. Esos, los que se fueron al Padre, se habrán dado cuenta ya de que lo importante no es si la Iglesia paga el IBI o si en mi declaración de la renta tengo derecho a destinar mi aportación a sus obras sociales, lo importante es saber por qué no lo hace y dónde destina su riqueza, sobre todo la espiritual – humildemente lo digo –, cuyas rentas individuales impiden al Estado obtener el monopolio de la ética y de la moral por más humanistas que se nos quieran presentar sus querubines.
"Sor Margarita Naseau, a quien San Vicente consideró como primera Hija de la Caridad, murió contagiada de peste por acostar en su cama a una muchacha enferma"
Tenemos una riqueza que políticamente no se puede arrebatar. Estamos llamados a mostrar los frutos de estas obras de caridad que desde la Fe crean y recrean con amor infinito un mundo mejor, donde los pobres de siempre puedan cambiar su situación y convertirse, Dios mediante, en testimonio de esperanza para los recién llegados al averno, sorprendidos tal vez por verse sumidos en un desamparo que siempre sobrevoló sus cabezas.
Si hace años que hablamos de “los nuevos pobres” como aquellos que trabajan, tienen estudios y cierto nivel cultural, pero que no han podido salir de treinta y tres con unos salarios irrisorios en comparación con el dispendio económico que el día a día les exige, hoy día tenemos que saber que muchos de nosotros perderemos incluso esos trabajos que medianamente nos sustentan. El virus COVID-19 no solo ha supuesto una crisis sanitaria y una tragedia humana sin parangón en la historia reciente de nuestro país, también se ha convertido en la semilla de un polvorín social porque ya no solo los sin techo necesitan ayuda para comer, qué vergüenza…
Sor Margarita Naseau, a quien San Vicente consideró como primera Hija de la Caridad, murió contagiada de peste por acostar en su cama a una muchacha enferma. Dicen que murió contenta porque entendía que había obrado conforme a la voluntad de Dios. No tenemos intención de inmolarnos, pero su testimonio nos invita a abrazar la calamidad entendiendo que todas las crisis pueden ser una oportunidad, argumento muy manido, pero no por ello menos cierto. Tenemos hoy más que nunca una oportunidad inmejorable para construir el futuro haciendo memoria del pasado y fortalecer nuestro relato cristiano con hechos que no levantan la voz, pero que resultan atronadores. Tenemos la oportunidad de denunciar un necesario cambio sistémico y predicar con el ejemplo para poner al descubierto el gran pecado estructural que hace reinar en el mundo la injusticia. Y esto debemos hacerlo a pecho descubierto, sin miedo a contagiarnos del espíritu, porque la pandemia pasará, pero el verbo no pasará. Nuestro carisma lleva cuatro siglos creciendo. No tengamos miedo a entregar nuestra vida para que se propague, como ya lo hicieron, lo hacen y seguirán haciendo nuestras queridas hermanas, Hijas de la Caridad.