"Metz ha sido un teólogo despierto y original, inspirado e inspirador" Mariano Delgado: "Como 'correctivo judío', la teología de Metz es una de las aportaciones más importantes de la teología postconciliar"
"Metz decía que el mensaje del juicio final, una Buena Nueva para los pobres y las víctimas de la historia, a veces ha sido descafeinado por la Iglesia para disciplinar moralmente al pueblo, sin molestar las conciencias de los poderosos"
"Los títulos de sus libros definen la contundencia de su pensamiento: Fe en la historia y la sociedad, Más allá de la religión burguesa, Teología después de Auschwitz"
"Los grandes 'santos' de la historia saben que estamos llamados a pasar la prueba del amor, aunque no tengamos respuesta a todas las preguntas"
"Los grandes 'santos' de la historia saben que estamos llamados a pasar la prueba del amor, aunque no tengamos respuesta a todas las preguntas"
| Mariano Delgado*
El dos de diciembre, camino de sus 92 años de edad, el famoso teólogo alemán Johann Baptist Metz (*1928) pasó a mejor vida. Nos deja en herencia uno de los pensamientos teológicos más originales y fecundos del siglo XX.
Mi primera impresión
Cuando en el otoño de 1976 retomé mis estudios de teología en Innsbruck, después de haber cursado dos años de filosofía y uno de teología en España, me apunté a un seminario dirigido por Adolf Darlap sobre “Nuestra esperanza. Una profesión de fe en estos tiempos” (Unsere Hoffnung. Ein Bekenntnis zum Glauben in dieser Zeit). Así se llamaba el texto teológico central del Sínodo de los Obispos Alemanes en Wuerzburgo, finalizado en 1975.
Con el poco alemán que sabía entonces, el texto, redactado fundamentalmente por Metz, el padre de la Nueva Teología Política, que entonces se encontraba en su apogeo, me reveló una nueva forma de pensar y de expresar la teología. Decía que el nombre de Dios, su anhelo, se encuentra escondido en la historia del dolor y de la esperanza de la humanidad; que el mensaje del juicio final, una Buena Nueva para los pobres y las víctimas de la historia, a veces ha sido descafeinado por la Iglesia para disciplinar moralmente al pueblo, sin molestar las conciencias de los poderosos, a quienes habría que dirigirlo; que nuestra esperanza consiste en que Dios, el Señor de la Historia, enjugue las lágrimas de nuestros ojos y responda al “¿Por qué?” fundamental de la injusticia y el dolor de los inocentes; que tenemos que luchar porque los valores del Reino de Dios (justicia y paz, compasión y solidaridad, verdad y libertad) conformen las estructuras políticas y sociales de este mundo…
Bartolomé de las Casas habría sido un pionero de la “Mística de los ojos abiertos” frente al holocausto colonial
Con ello, el citado documento llovía para mí sobre mojado. Pues yo había llegado a Innsbruck después de haber devorado prácticamente en 1973 el libro Yo creo en la esperanza de José María Díez-Alegría que distinguía entre dos tipos de religión y de cristianismo: el cultualista-ritualista y el ético-profético. Este último, tan criticado por ciertos círculos eclesiales y políticos en la España de los últimos años del Franquismo y tan celebrado por los que después del documento de enero de 1973 “La Iglesia y la Comunidad política” esperábamos el cambio en la Iglesia y la sociedad, era el que yo encontré de nuevo en el documento de los obispos alemanes. Así que en mi primer trabajo de seminario en alemán intenté comparar el libro de Díez-Alegría con el documento episcopal, escrito por Metz.
Desde entonces me cautivaron su pensamiento y su lenguaje. Sí, también el lenguaje de Metz tenía para los teólogos de los años setenta un atractivo especial: se leía y escuchaba, se rumiaba y se repetía como fórmulas de pensamiento que traían aire fresco. Lo mismo pasó con su lenguaje posterior, aunque en menor medida. Metz era un estilista, un ensayista teológico, un artista del pensamiento y de la palabra. Junto a alguno de sus discípulos, como el dominico y colaborador Tiemo Rainer Peters, y al estilo de Walter Benjamin, repensaba y formulaba lo que quería decir, hasta que encontraba una fórmula que calaba como un eslogan publicitario, como se desprende de algunos de los títulos de sus libros: Antropocentrismo cristiano, Teología del mundo, Fe en la historia y la sociedad, Más allá de la religión burguesa, Teología después de Auschwitz, Compasión, La crisis de Dios, Mística de los ojos abiertos, o sus tesis a contracorriente sobre la apocalipsis, tan benjaminianas, tan judías, tan mesiánicas que nos recuerdan aquellos versos de Antonio Machado, al que Metz no conocía, pues él cita sólo algo parecido de Paul Celan (“Es tiempo de que sea tiempo”, es decir de que llegue el Mesías): “Yo amo a Jesús, que nos dijo / cielo y tierra pasarán. / Cuando cielo y tierra pasen / mi palabra quedará. / ¿Cuál fue Jesús tu palabra? / ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? / Todas tus palabras fueron / una palabra: velad.”
Su caballo de batalla
Su caballo de batalla era la memoria peligrosa de la historia del dolor, sobre todo del dolor del pueblo judío, mantener viva la cuestión de la teodicea y la teología negativa frente a las grandes cuestiones de la historia, donde la teología tiene que aprender a callarse, ser conscientes, también como “pueblo sencillo”, de que estamos llamados a ser “sujetos” en la Iglesia y la sociedad, inculcar a las iglesias aburguesadas del primer mundo los valores de una visión mesiánica de la historia, como hacían las teologías de la liberación en América Latina. Tuvo sus controversias con algunos colegas, sobe todo con Jürgen Moltmann, que compartía su teología mesiánica y política, pero que, a juicio de Metz, con El Dios crucificado había desarrollado una cristología y una teología de la cruz algo especulativas y alejadas del modo de sentir y pensar judíos, con un cierto patripasionismo (el dolor y la muerte de Dios) en la cruz, vista así como una sublimación salvífica de la historia del dolor en el mismo Dios Padre.
Distancia crítica
Con el tiempo, comencé a pensar por mí mismo y a liberarme de los eslóganes tan capciosos de la Nueva Teología Política de Metz. Cuanto más leía a los clásicos, o también a pioneros de la compasión “política” con el dolor ajeno, de la “Mística de los ojos abiertos” como nuestro Bartolomé de Las Casas a la sombra del holocausto colonial, mejor comprendía que Metz formulaba las cosas de otra manera, más al gusto de nuestro tiempo y del lenguaje de la Escuela de Francfort, pero que en definitiva no descubría el Nuevo Mundo, aunque resaltara sobre todo la actualidad de la teodicea y de la teología negativa después de Auschwitz. Comencé a valorar los aportes, pero también los límites del “correctivo judío” que representa la teología de Metz en nuestro tiempo.
¿Se puede reducir la teología a teodicea, al aspecto de la queja amarga en medio de la injusticia, del dolor y de la miseria, a echar de menos a Dios en el sábado santo de la historia, a una pregunta dirigida a Dios, que al final no responde? Como decía Thomas Pröpper, un colega de Metz en Muenster, la teología no debe sólo mantener viva la cuestión de la teodicea, sino también tener ésta en cuenta, sin dejar de animar a los cristianos a apostar frente al dolor por la perspectiva de que Dios es amor, cueste lo que cueste, como hacían por otra parte nuestros místicos: “¿Dónde te escondiste, amado?” son los primeros versos del Cántico espiritual de Juan de la Cruz. Los grandes “santos” de la historia saben que estamos llamados a pasar la prueba del amor, aunque no tengamos respuesta a todas las preguntas; y lo hacen con dejamiento, porque saben que no están solos con el peso de la historia. La teología política de Metz se ha puesto como meta exhortarnos a un cristianismo mesiánico, empático con el dolor ajeno: ¿No deberían ser el lugar privilegiado de su discurso sobre Dios las historias de los grandes santos, en lugar de las amargas quejas de Israel?
La impresión de un déficit cristológico que despierta la Nueva Teología Política de Metz desde sus inicios, se agranda en los últimos tiempos. Metz cita con frecuencia el memorial de Pascal, que habla del “Dios de Abrahán, Isaac y Jacob”, diciendo que es también el “Dios de Jesús”. Pero se olvida de que dicho memorial es una confesión cristológica de que ese Dios nos muestra su esencia precisamente en Jesús. Ciertamente, Auschwitz es una cesura que nos obliga a revisar nuestra relación con el judaísmo y la responsabilidad de la teología y la historia de la Iglesia en el antijudaísmo y antisemitismo. ¿Pero no debemos seguir sosteniendo que para los cristianos Jesucristo es la clave hermenéutica para la recepción de la Torá y los Profetas, es decir, del monoteísmo bíblico?
Un teólogo inspirado e inspirador
Metz ha sido un teólogo despierto y original, inspirado e inspirador. Un teólogo del que, como de su maestro Karl Rahner, del que Metz se distanció algo cuando conoció a Ernst Bloch y a la Escuela de Francfort, se puede aprender incluso cuando se le critica. Un teólogo ensayista como un filósofo que echa de menos a Dios ante los “Auschwitz” de la historia. Como “correctivo judío”, su teología es una de las aportaciones más importantes de la teología postconciliar. Pero contiene más diagnósticos que terapias, más preguntas que respuestas. Precisamente así despierta una inquietud intelectual productiva que puede llevarnos a nuevas fronteras.
Ahora que se nos ha ido, echaremos de menos sus muy calculadas provocaciones, su agudo pensamiento y sus geniales formulaciones. Pero también echaremos de menos el gran libro sobre La fe de los cristianos que prometió en los años setenta y que no llegó a escribir, porque prefirió permanecer en el estilo ensayista de pequeños y afilados artículos. Así, su obra no deja de tener un carácter fragmentario, fugaz, como las estrellas del mismo nombre o los relámpagos que por un momento nos alumbran, sin esclarecer la noche. No sé si se estudiará dentro de cien años, pues su teología tenía mucho de “contemporánea”, de reacción a las crisis de nuestro tiempo.
* Mariano Delgado es Decano de la Facultad de Teología de Friburgo.