"La 'hermenéutica de la evangelización' es la clave para entender el Concilio" Mariano Delgado: "¿Qué pasó con el 'nuevo Pentecostés' que Juan XXIII quería con el Vaticano II?"
"El Concilio se esfuerza por presentar el plan de salvación de Dios con la humanidad de la manera más clara y atractiva posible, en un lenguaje cuasi místico de amoroso cuidado de Dios por el mundo y bajo el signo de una Iglesia samaritana y misericordiosa que desea seguir al Buen Pastor"
"Es notable en el Concilio de Jerusalén no sólo la audacia de Pablo al exigir cambios radicales a favor de la evangelización, sino también el hecho de que Pedro junto a la responsabilidad por la unidad muestra su capacidad de ser un mentor o tutor del cambio"
"¿Qué pensarán de nosotros a finales del presente siglo? ¿No nos reprocharán no haber dado en la reforma de la Iglesia el salto hacia adelante, pendiente, como decía el Cardenal Martini, desde hace más de doscientos años?"
"¿Qué pensarán de nosotros a finales del presente siglo? ¿No nos reprocharán no haber dado en la reforma de la Iglesia el salto hacia adelante, pendiente, como decía el Cardenal Martini, desde hace más de doscientos años?"
| Mariano Delgado, Decano de la Facultad de Teología de Friburgo
Con el Concilio Vaticano II, Juan XXIII vinculaba –casi en el lenguaje de Joaquín de Fiore– la esperanza de un "salto hacia adelante" (un balzo innanzi) y un "nuevo Pentecostés", en el que los cristianos como "Iglesia de los pobres" comenzaríamos a "entender mejor el Evangelio".
El Concilio se esfuerza por presentar el plan de salvación de Dios con la humanidad de la manera más clara y atractiva posible, en un lenguaje cuasi místico de amoroso cuidado de Dios por el mundo y bajo el signo de una Iglesia samaritana y misericordiosa que desea seguir al Buen Pastor. Y declara solemnemente: "No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido" (Gaudium et Spes 3).
Desde hace algunos decenios los teólogos buscan una hermenéutica adecuada del Concilio: ¿Continuidad frente a discontinuidad o ruptura o más bien una "hermenéutica de la reforma" (Benedicto XVI) con continuidad en los principios fundamentales y pequeñas discontinuidades a diferentes niveles en relación con cuestiones secundarias?
Yo veo en la "hermenéutica de la evangelización" la clave para entender el Concilio. Porque la evangelización es la razón de ser de la Iglesia, que se considera "misionera por naturaleza" (Ad gentes 2). Con esto quiero decir que la Iglesia, por el bien de la evangelización, es decir, para que pueda portar a través de la historia la "antorcha de la fe" (fiaccola), de la que también hablaba Juan XXIII en su discurso inaugural Gaudet mater Ecclesia del 11 de octubre de 1962, e invitar de manera convincente a todos los pueblos y personas a acoger el "Evangelio del Reino" (Mt 24,14), debería tener el valor de asumir mayores discontinuidades: un "salto adelante" y un "nuevo Pentecostés".
Para ello, basta con mirar el "primer" Concilio de la historia de la Iglesia (Hechos 15:1-35). La decisión tomada allí de abrir la iglesia a los no judíos, renunciando a partes "importantes" del judaísmo como la circuncisión y con una nueva comprensión del pueblo de Dios, que considera a los gentiles "descendencia de Abraham, herederos según la promesa" (Gal 3, 29) : ¿Es una "hermenéutica de la reforma" con continuidad en los principios y pequeñas discontinuidades en lo accesorio, o es más bien la expresión de una "hermenéutica de la evangelización" que ante los signos de los tiempos se siente libre –también en cuestiones muy importantes– para tomar decisiones que favorezcan la dinámica de la evangelización en favor de las innovaciones necesarias, aunque esto pueda significar "abolición de tradiciones y rupturas en la continuidad de la historia de la salvación" (Karl Rahner)? Es notable en el Concilio de Jerusalén no sólo la audacia de Pablo al exigir cambios radicales a favor de la evangelización, sino también el hecho de que Pedro junto a la responsabilidad por la unidad muestra su capacidad de ser un mentor o tutor del cambio.
Con su invitación a recuperar la "alegría" de la evangelización en Evangelii gaudium (2013), el Papa Francisco recuerda implícitamente el Gaudet del discurso de apertura del "papa buono". En Francisco encontramos un lenguaje y una visión similar de la misión de la Iglesia en el mundo de hoy. En su homilía durante la Santa Misa en su domicilio de Santa Marta el 6 de julio de 2013, Francisco dejó claro que entendía su ministerio de una manera "petrina y paulina".
Recordó las palabras de Jesús sobre los odres nuevos necesarios para el vino nuevo (Mt 9:17), antes de referirse al Concilio de Jerusalén con estas palabras: "En la vida cristiana, como en la vida de la Iglesia, hay estructuras que se desmoronan. Es necesario que se renueven. La Iglesia siempre ha estado atenta al diálogo con las culturas y ha buscado renovarse para responder a las diferentes exigencias que le imponen el lugar, el tiempo y las personas. Es un trabajo que la Iglesia siempre ha hecho, desde el primer momento. Recordemos el primer debate teológico: Para ser cristiano, ¿se deben seguir todos los mandamientos religiosos judíos, o no? No, dijeron que no".
Desde el principio, la Iglesia enseñó que "no debemos temer la novedad del Evangelio, no debemos temer la renovación que el Espíritu Santo obra en nosotros, no debemos temer la renovación de las estructuras. La Iglesia es libre. El Espíritu Santo la está guiando". Con un pensamiento del doctor mistico San Juan de la Cruz, Francisco nos invita en Evangelii gaudium (11) al descubrimiento contemplativo perenne de los tesoros escondidos en Cristo (Col 2, 3): "Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro".
¿Qué pasa con los teólogos y los obispos? ¿Rezamos quizá demasiado poco cuando descubrimos tan pocas cosas nuevas para nuestro tiempo, mientras el mundo nos interpela, la Iglesia y la teología pierden credibilidad y la evangelización se torna así más ardua? ¿Qué pensarán de nosotros a finales del presente siglo? ¿No nos reprocharán no haber dado en la reforma de la Iglesia el salto hacia adelante, pendiente, como decía el Cardenal Martini, desde hace más de doscientos años?
Detrás de estas citas se encuentra el problema esencial de la reforma de la Iglesia y la hermenéutica del Concilio: ¿Entendemos la historia de la Iglesia como el mero desarrollo material de la sustancia o el tesoro de los orígenes, de modo que los nuevos caminos sólo son posibles en continuidad con la tradición y sólo con pequeñas discontinuidades en lo accesorio? ¿O es la Iglesia también libre de iniciar nuevas tradiciones frente a los signos de los tiempos, porque con la fuerza del Espíritu podemos sacar cosas nuevas de los tesoros escondidos en Cristo en favor de la evangelización?