Independencia y doctrina católica Obispos catalanes mudos
(Antonio Aradillas).- Es posible que, tal y como acontece con tantos otros términos o palabras, el diccionario de la RAE nos ayude a centrar el tema de modo y manera aproximadamente exacta y más en relación con uno de los problemas que definen en la actualidad, con apasionamiento y urgencia, la convivencia en España. Por supuesto que de su importancia también, y de modo eminente, participa la Iglesia.
"Se dice que alguien es, o está, mudo cuando está privado de hablar y ha de guardar silencio". "Hablar es emitir palabras para darse a entender", a la vez que "tratar, pactar o concertar". "Enmudecer" parece incluir cierta intencionalidad de "imposición, por respeto o por miedo".
Los obispos, catalanes en este caso, y desde sus instancias superiores, con inclusión de la Conferencia Episcopal Tarraconense, pronunciaron libremente su palabra, con referencias al independentismo, hasta llegar algunos, como en el caso del indocto y reiterativo titular de Solsona, a mostrarse partidario fervorosamente partidario de este sistema, alegando argumentos "divinos y humanos", aunque poco, o nada, pastorales.
La Iglesia, en sus representantes jerárquicos -obispos, sacerdotes, religiosos, noviciados, seminarios y frailes-, una vez más se hizo presente en la proclamación y defensa de la idea de "Dios", junto a la de la "patria", justificando modos y medios para su defensa, guarda y fortificación. La deificación desproporcionada, contraria a la razón, y hasta martirial, de esta última, llegó, y llega, a encajar en el ordenamiento "religioso", y también eclesial. Con los testimonios que capitalizó la ETA durante tantos y tan crueles años y muertes, es -sería- suficiente para su olvido y arrepentimiento cívico y cristiano.
Los malos ejemplos, "patrióticos" además de inmorales, y con sobrenombres y apellidos "democráticos", en los que durante estos días se nos ha educado en la católica España, encarnados en los representantes oficiales del pueblo, siguen demandando en proporciones gigantes y autorizadas, que la voz del episcopado y el testimonio de todos y cada uno de sus miembros se haga activamente presente, con criterios de evangelio.
Por citar un ejemplo, la reiterada constatación de llegar a prescindir de la ley, y adaptar, interpretar y promulgar esta en conformidad con los intereses personales, de partidos o de grupos, es fuente perversa de inmoralidades, ante las que "la callada por respuesta" jamás podrá ser signo-sacramento de comportamientos religiosos, y menos por parte de los señores obispos.
La ley es, de por sí, garantía, tutela y protección de los pobres. El hecho, o al menos, la aspiración, de que "la ley es igual para todos", es argumento de solidez y solidaridad, que construye y mantiene la convivencia tanto cívica como religiosa.
Predicar, apostar y defender la ley, y más si esta se escribe con las letras mayúsculas de la Constitución y del Estatuto, es artículo de fe tan elementalmente cristiano, como cívico y convivencial. Sin ley -humana y divina a la vez, por su origen y procedencia democrática-,vida y con-vivencia carecen de presente y también de futuro.
¡Por favor, señores obispos -tarraconenses o no-, aprovechen la oportunidad que les brindan las noticias con denominación de origen "Cataluña", para definir y explicitar la doctrina cristiana, así como para definirse a sí mismos, tanto personal como colegialmente. El pueblo "fiel" -votantes o no-, demandan que sus decisiones sean iluminadas por la palabra y el ejemplo de los miembros de la jerarquía eclesiástica.
El Papa Francisco no hubiera desaprovechado esta ocasión para hacer presente la voz del evangelio, con oportunidad, valentía, respeto y sin temores ociosos o interesados, a que ella -la voz- se prestara a interpretaciones torcidas, aviesas o malintencionadas.
No pocos mudos, o enmudecidos, fueron amorosos sujetos de portentosos milagros efectuados por Jesús, y de cuya consoladora y ejemplar referencia dan fe los santos evangelios. "Obispos" y "mudos" -catalanes o no- serían seres extraños en la idea y el programa de la Iglesia.