Cuaresma 2024: el Domingo de la Alegría Obligados a recuperar la alegría
Las dificultades económicas, la incertidumbre ante el futuro, el estrés, los coletazos de la pandemia y la sensación de que vivimos cada día en una sociedad más individualista y competitiva son las principales razones que sumen a los españoles en la tristeza
Los cristianos hemos puesto más el foco en el precio de nuestro rescate que en el propio rescate. Nos duele la Pasión sufrida por Jesús, pero se nos olvida con frecuencia la salvación que él nos obtuvo. Lloramos nuestros pecados, pero no nos alegra demasiado la victoria regalada
| Alvaro Tajadura. Director Adjunto del departamento de comunicación de la archidiócesis de Burgos
España está triste. Seis de cada diez ciudadanos se sienten «temerosos, preocupados, deprimidos o tristes». Así lo recoge el último informe «La situación de la salud mental en España», elaborado el año pasado por la fundación Mutua Madrileña y la Confederación Salud Mental España, y donde se alerta de una clara desatención de la salud mental en nuestro país. Las dificultades económicas, la incertidumbre ante el futuro, el estrés, los coletazos de la pandemia y la sensación de que vivimos cada día en una sociedad más individualista y competitiva son las principales razones que sumen a los españoles en la tristeza. El 40% de los encuestados en el informe aseguran que su estado emocional actual es «regular, malo o muy malo»; datos que se agudizan de forma significativa en las mujeres y de modo dramático en los jóvenes.
A nadie se le escapa que la sonrisa ha dejado de vestir nuestros rostros. Un hecho del que ni siquiera los mismos cristianos son ajenos. Nuestras reuniones han perdido el sabor; nuestras comunidades ni siquiera lo son; nuestras celebraciones son rutinarias y han perdido el sabor y la novedad. Nuestros templos están cada vez más vacíos y muchas veces oscuros. Parece que la melancolía y la depresión también se sientan cada día en los bancos de nuestras iglesias.
Resulta sorprendente que, en este contexto, en el ecuador de la Cuaresma, la propia liturgia nos exija hoy a la «alegría». Es un imperativo: «Regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis», dice la antífona de la entrada de la misa. Todo hoy es diferente: la casulla rosa sustituye a la morada; las flores pueden vestir los altares; la música puede ser hoy especialmente festiva. Y es que es así, saberse amados y salvados por Jesús es el motivo de nuestra felicidad. Algo que parece se nos olvida con frecuencia. Sobre todo de un tiempo a esta parte.
La devotio moderna fue una corriente espiritual nacida en la baja Edad Media en los Países Bajos y que pronto se extendió a toda Europa. En ella cobra especial protagonismo la emotividad, exaltando la humanidad de un Cristo que sufre en su Pasión y mueve a la compasión de los fieles que desean acompañarlo en su agonía. El dramatismo de las últimas horas de la vida de Jesús, su muerte y resurrección dieron lugar a una serie de manifestaciones culturales que han perdurado hasta nuestros días y que recorren las calles del país en emotivas procesiones al son de redobles de tambores y desgarradores toques de corneta. Todo con un objetivo: acompañar con el dolor a un Cristo doliente.
El dramatismo de las últimas horas de la vida de Jesús, su muerte y resurrección dieron lugar a una serie de manifestaciones culturales que han perdurado hasta nuestros días y que recorren las calles del país en emotivas procesiones al son de redobles de tambores y desgarradores toques de corneta. Todo con un objetivo: acompañar con el dolor a un Cristo doliente
Y así ha sido como los cristianos hemos puesto más el foco en el precio de nuestro rescate que en el propio rescate. Nos duele la Pasión sufrida por Jesús, pero se nos olvida con frecuencia la salvación que él nos obtuvo. Lloramos nuestros pecados, pero no nos alegra demasiado la victoria regalada. Y así, como denuncia el papa Francisco, «hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua» (Evangelii Gaudium, 6).
Muchos cristianos sienten angustia ante su propia salvación. Consideran que no tienen méritos suficientes para alcanzarla. Que han sido malos y quizás no tengan la buena «recompensa» que el pelagianismo ha metido en nuestras cabezas. Siguen pensando que todo depende de ellos. Es como si Juan, en el evangelio que leemos en la eucaristía de este domingo, dijese algo así como «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito»… para que todo dependa de ti. Y si todo depende de nosotros, no tiene sentido la Pascua que nos disponemos a celebrar. La acción salvadora obrada por Jesús no tendría cabida. Nosotros nos ponemos en su lugar. Despreciamos la victoria de Jesús buscando nuestras propias victorias personales. Nos convertimos en ‘un dios’ incapaz, fracasamos y tiramos la toalla. Por nuestras propias fuerzas no somos capaces de nada (cf. Jn 15, 5). Y la tristeza nos abruma.
De este modo, «la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado», denuncia el papa en su exhortación de la Alegría del Evangelio (n. 2). «Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor», decía Pablo VI (Gaudete in Domino, 22).
Nunca como ahora debemos renovar la alegría de sabernos salvados no por nuestras obras –«para que nadie pueda presumir»–, sino por la gratuidad de Dios obrada en Jesús. «Por gracia estáis salvados, mediante la fe», nos dirá hoy san Pablo. El bien que realicemos, las obras de misericordia practicadas, no serán siquiera fruto de nuestros esfuerzo, sino que también son un regalo de él, «que suscita en nosotros el querer y el obrar» (Flp 2, 13). Todo en nuestra vida depende de él, que siempre nos «primerea», como le gusta repetir a Francisco.
Es vital recuperar ese gusto de sabernos salvados. De cambiar nuestro traje de luto por un vestido de fiesta. De lucir la sonrisa como un verdadero camino de primer anuncio. De recuperar la verdadera «alegría» de evangelizar. De descubrir que Dios siempre es fiesta
Así la vida ser hará más dulce, más feliz. No nos entrarán deseos de orgullo, de autosuficiencia. «Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad» (Evangelii Gaudium, 8).
Por eso es vital recuperar ese gusto de sabernos salvados. De cambiar nuestro traje de luto por un vestido de fiesta. De lucir la sonrisa como un verdadero camino de primer anuncio. De recuperar la verdadera «alegría» de evangelizar. De descubrir que Dios siempre es fiesta.
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