"Leer la poesía del obispo de los pobres, un santo en la tierra, para mí es como rezar dos veces" Padre Ángel: "Casaldáliga me contó que le tuvieron que dejar una sotana para verse con Juan Pablo II"
"La primera vez que vi a Pedro Casaldáliga fue en Roma hace más de 20 años, junto con Enrique Miret Magdalena. Recuerdo que llegaba al Vaticano sin ropa apropiada para ver al Papa"
"Cuando terminó de hablar, antes de despedirnos, me hice una foto con él. La conservo en el despacho y en la iglesia de San Antón, pero la verdad es que la llevo conmigo siempre porque me quedó grabada en la retina"
"Casaldáliga para mí es un héroe. Es uno de esos hombres-cristo auténticos, de los que creen en Dios pero sobre todo en los hombres; que se ha jugado su propia vida varias veces por defender los derechos de los más desfavorecidos y por estar al lado de los que le necesitan y evitar que los terratenientes les arrebatasen sus pequeños trozos de tierra, lo único que tenían allí, en medio de la selva"
"Casaldáliga para mí es un héroe. Es uno de esos hombres-cristo auténticos, de los que creen en Dios pero sobre todo en los hombres; que se ha jugado su propia vida varias veces por defender los derechos de los más desfavorecidos y por estar al lado de los que le necesitan y evitar que los terratenientes les arrebatasen sus pequeños trozos de tierra, lo único que tenían allí, en medio de la selva"
| Padre Ángel García, presidente de Mensajeros de la Paz
La primera vez que vi a Pedro Casaldáliga fue en Roma hace más de 20 años, junto con Enrique Miret Magdalena. Pedro nos contó que venía en visita pastoral a ver al papa Juan Pablo II porque le preocupaba la difícil situación que vivía con el Pontífice debido a falta de entendimiento que mantenía con la Santa Sede por su manera de afrontar su misión en Brasil. Recuerdo que llegaba al Vaticano sin ropa apropiada para ver al Papa: sin traje ni sotana. La única pieza que llevaba puesta y que representaba su posición en Brasil era un anillo hecho con un hilo negro. Ese fino cordel nos hablaba a todos de los poderes que él mantenía en su diócesis. Nos contó que finalmente tuvieron que dejarle una sotana para ver a Juan Pablo II y nos relató con detalles la charla, de casi dos horas, que había mantenido con él, quien le recriminó su forma de entender la práctica de su evangelización.
Allí estaba aquel obispo, delante de mí, relatándome su experiencia: un hombre delgado, santo, con una mirada profunda, que sabía y hablaba de Dios. Me impresionó mucho porque era como ver a un Cristo viviente. Cuando terminó de hablar, antes de despedirnos, me hice una foto con él. La conservo en el despacho y en la iglesia de San Antón, pero la verdad es que la llevo conmigo siempre porque me quedó grabada en la retina. Después de aquella visita al Vaticano, Pedro Casaldáliga no volvió nunca más a España, ni regresó a su pueblo natal de Balsareny, en Barcelona.
Por aquel entonces, Pedro era obispo de Sâo Felix do Araguaia y su diócesis una de las más extensas del país, aunque su peculiaridad no era la de ser la más grande sino la de estar poblada en su mayoría por los indígenas más pobres de Brasil. Casaldáliga para mí es un héroe. Es uno de esos hombres-cristo auténticos, de los que creen en Dios pero sobre todo en los hombres; que se ha jugado su propia vida varias veces por defender los derechos de los más desfavorecidos y por estar al lado de los que le necesitan y evitar que los terratenientes les arrebatasen sus pequeños trozos de tierra, lo único que tenían allí, en medio de la selva. Pedro no sólo ha evangelizado a aquellas personas con el bautismo y la doctrina cristiana, además les ha otorgado la dignidad de ser hombres.
Los terratenientes y algunos políticos de Brasil han intentado varias veces expulsarle pero él ha aguantado como un héroe. Atentaron varias veces contra su vida e incluso asesinaron a uno de sus compañeros al confundirle con él. Pero allí siguió, haciendo lo que él pensaba que debía hacer.
El mayor valor de Casaldáliga para mí es su testimonio, que es el de un cura, el de un obispo que vive como un pobre, por y para los pobres, y que se ha jugado la vida por ellos sin importarle la propia. Este testimonio vivo es el que debe emocionarnos a cada uno de nosotros. Pedro Casaldáliga es un santo en la tierra. No sé si le canonizarán el día que marche de este mundo, pero sin duda es un ejemplo de vida para mí y le seguiría a cualquier parte. Verle, tocarle y estar con él es como una bendición del Señor. Nunca me imaginé cómo podrían ser los Santos, pero si me los imagino, pienso en Pedro.
Hace menos de un año decidí ir a visitarle a Brasil porque no quería que se fuera para el otro mundo sin despedirle, sin bendecirle y sin que me bendijera. Estuve con él unos días en su casa, allá en la selva, aislado de todo, en una vivienda muy pobre a la que llegamos después de pasar muchas peripecias en aviones, barcas y largas caminatas.
Aquí está el palacio de Pedro Casaldáliga, pensé cuando llegué allí. Un obispo que debería quizá vivir en una casa de su congregación o incluso aquí en España y que sin embargo ha elegido este lugar que es su hogar y al que no renuncia ni siquiera para ir al médico. Encontré allí a un hombre con muchos problemas de movilidad y de habla, aunque lo poco que nos dijo lo entendimos perfectamente: “Estos son mis amigos, tratadlos bien”. Le escuché decir que prefiere incluso morir allí antes de abandonar lo que ha sido toda su vida. Fue emocionantísimo tener delante a un santo en una silla de ruedas, con una manta sobre las piernas, que de vez en cuando nos miraba y nos recitaba de memoria episodios del Evangelio. Visitamos también su capilla, redonda y austera, donde le vi ponerse la estola a pesar de sus achaques y del Parkinson que padece y decir la misa con una lucidez asombrosa.
"Fue emocionantísimo tener delante a un santo en una silla de ruedas, con una manta sobre las piernas, que de vez en cuando nos miraba y nos recitaba de memoria episodios del Evangelio"
A Pedro le llaman el Obispo de los Pobres porque ha estado siempre a su lado, incluso arriesgando su propia vida por defender las suyas. Por eso creo que la Iglesia oficial no supo tratarle como se merecía, quizá porque no acertaron a entenderle. Recuerdo que en una reunión con varios nuncios se dirigió a uno de ellos y le espetó a la cara: “Usted será nuncio y diplomático porque luce el anillo papal, pero usted no es un pastor. Y yo a usted le respetaré siempre que sea un pastor”. Oír estas frases de los labios de un obispo como él, que decía las verdades sin tapujos, sin importarle las consecuencias, que arrastraba a la gente y que hoy día todavía la arrastra... me impresiona. Casaldáliga forma parte de la galería de santos de a pie que luce en la iglesia de San Antón de Madrid y que he tenido la delicia y la fortuna de conocer.
Creo que Pedro se siente feliz, que ha cumplido el mandato que tenía asignado, que consiguió hacer lo que él quería y como él creía. Me consta que ha hecho feliz a muchísimas personas y lo ha conseguido predicando siempre con el ejemplo. Su familia son sus pobres, las personas que le han rodeado siempre. Le quedan sobrinos en España, a los que llevó a Roma en aquel amargo encuentro con el Papa Juan Pablo II, a quien le solicitó que les diera la primera comunión. También ellos se preocupan y le cuidan.
Casaldáliga ha escrito mucha poesía y leerla para mí es como rezar dos veces. Me enamoran sus palabras por la espiritualidad que atesoran. Por eso me gustaría terminar con unas palabras del propio obispo de los Pobres: “A Dios le gusta ser transparente. A Dios le gusta salir al encuentro de nuestro propio corazón, en un tú-a-tú amoroso y lúcido. Los derechos de los humanos son los intereses de Dios en última instancia. Imágenes suyas somos como personas, imágenes individuales; imágenes colectivas suyas, como pueblos. De la opción por los pobres, pues, quedan los pobres y queda el Dios liberador de los pobres. Quedan los pobres y Dios”.