"Ha sido monje y hombre de mundo, a la vez" "El Padre Clemente era un hombre diferente, con luz propia"
"El padre Clemente ha dejado una huella honda en la formación de mi carácter. Él me enseñó con su mirada más que con sus palabras"
"Ha buscado la paz en el claustro y la amistad allí donde la hubiera porque la amistad no se deja enclaustrar"
"Era un hombre que miraba siempre a la persona antes que al personaje. Como él mismo no se cansaba de repetir: 'también éste es un hijo de Dios'"
"Si algo de paz acierto a comunicar entre los que me conocen un poco, que sepan éstos por dónde ha venido hasta mi corazón tanta dicha"
"Era un hombre que miraba siempre a la persona antes que al personaje. Como él mismo no se cansaba de repetir: 'también éste es un hijo de Dios'"
"Si algo de paz acierto a comunicar entre los que me conocen un poco, que sepan éstos por dónde ha venido hasta mi corazón tanta dicha"
Al atardecer ha muerto el padre Clemente. Se encontraba a su lado en ese momento Carmen, su hermana entrañable. Él dirigió sus pasos, a temprana edad como era común por entonces, al seminario primero y al monasterio después. Fue monje y, andando el tiempo, abad. Ella se hizo enfermera. Casada, tuvo su propia familia hasta que enviudó, joven aun, al perder de pronto al amor de su vida.
Ha sido la primera en llamarme para comunicarme la noticia. A las mujeres les importan de verdad ciertas cosas que, a los hombres, parecen importarnos menos. Entre ellas, los sentimientos de afecto. El padre Clemente ha dejado una huella honda en la formación de mi carácter. Él me enseñó con su mirada más que con sus palabras. Con él he adquirido el hábito de sonreír cada vez que me encuentro con alguien, propio o extraño. Y, con la sonrisa hacia el exterior, hacia los demás, ha llegado, sin esfuerzo, la sonrisa desde el interior, desde aquel lugar donde, según San Agustín, habita la verdad.
El Padre Clemente ha sido monje y hombre de mundo, a la vez. Ha buscado la paz en el claustro y la amistad allí donde la hubiera porque la amistad no se deja enclaustrar. No ha sido fácil para él cohonestar el amor a la vida monástica con el amor a todas las vidas que el mundo puede ofrecer. Pero él intentó vivir la suya acogiendo la de los demás. Era un hombre que miraba siempre a la persona antes que al personaje. Como él mismo no se cansaba de repetir: "también éste es un hijo de Dios".
Yo me di cuenta perfectamente el día en que le conocí: estaba ante un hombre diferente, con luz propia. Luego han sido muchos años caminando juntos y solos por el campo en las tardes de asueto monacal. Han sido muchas conversaciones a través de las cuales he entrevisto el mundo mirado de otra manera. Donde todos lo veíamos negro él lo veía blanco. A veces nos parecía que lo hacía por llevarnos la contraria.
Clemente, como ser humano que era, desaparecía, de pronto, en el laberinto de sus propias contradicciones. Pero, después de todo, creo que él me ha hecho ser, en parte, tal como soy. Si algo de paz acierto a comunicar entre los que me conocen un poco, que sepan éstos por dónde ha venido hasta mi corazón tanta dicha.
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