"La cola de la capilla ardiente de Benedicto XVI iba dando vueltas para que cupiese más gente" Un Papa querido
"Es interesante escuchar a sacerdotes mayores contar cómo cuando Pío XII tomó decidió reformar el ayuno eucarístico y reducirlo a su mínima expresión muchos se escandalizaron y le acusaron de revolucionario. Y sobre Juan XXIII y Pablo VI, sin duda no coincidían los sentimientos de los cristianos de todas las sensibilidades, que mucho hicieron sufrir a Papa Montini los que desde un lado y otro no se recataban en criticarlo"
"Algunos le quisieron más cuando gobernaba y entendieron menos cuando renunció y quisieron ver oscuras conspiraciones porque no les cuadraba ese gesto, y otros por el contrario lo apreciaron más precisamente cuando tuvo la libertad de espíritu y la humildad de dar el paso de la renuncia"
| Alberto Royo Mejía, relator del Dicasterio para las Causas De los Santos (Roma)
Desde las ventanas de nuestro dicasterio que dan a la plaza de San Pedro -no es el caso de la mía, que da a un estrecho callejón- hemos visto cómo esta mañana se iba llenando poco a poco la plaza de San Pedro y la cola para entrar a la capilla ardiente de Benedicto XVI iba dando vueltas para que cupiese más gente en la plaza.
El comentario de los compañeros de trabajo era más o menos éste: “Es que la gente lo quería mucho”. Y me preguntaba yo si no sería una redundancia hablar de un Papa querido por la gente porque parece que es algo normal, que es lógico que sea así. Y cuando se habla de la gente nos referimos sobre todo a los cristianos, pero no solamente, también a otros muchos. Y tampoco hablamos de un cariño como al que muchos están acostumbrados, es algo diferente, ni mejor ni peor, simplemente diferente, con unos ingredientes -fe o por lo menos de búsqueda sincera de Dios, amor a la Iglesia o por lo menos al bien que hace la Iglesia y visión sobrenatural o por lo menos apertura a la trascendencia- que lo definen.
Quizás es ciertamente una redundancia en los tiempos más recientes porque sin duda los últimos Papas han sido queridos, muy queridos. Pedir lo mismo para todos los Papas de la historia sería pedir demasiado, son muchos siglos en los que ha habido de todo, desde lo sublime a lo pésimo, pero sin duda el cariño de la gente lo hemos visto en los pontífices del siglo XX y en estos comienzos del siglo XXI, hasta hoy mismo con el Papa Francisco. Recuerdo un día del mes de agosto, en plenas vacaciones veraniegas, cuando yo tenía 12 años y vi por primera vez llorar a mi madre, y me dijeron que era porque había fallecido Pablo VI. Entonces un pude entender porqué lloraba, con el tiempo lo entendí, también porque poco después vi la tristeza de muchos por un Papa que había durado poco más de un mes y, muchos años después, por otro que había tenido un pontificado de los más largos de la historia y se había recorrido el mundo entero.
Recuerdo un día del mes de agosto, en plenas vacaciones veraniegas, cuando yo tenía 12 años y vi por primera vez llorar a mi madre, y me dijeron que era porque había fallecido Pablo VI. Entonces un pude entender porqué lloraba, con el tiempo lo entendí, también porque poco después vi la tristeza de muchos por un Papa que había durado poco más de un mes y, muchos años después, por otro que había tenido un pontificado de los más largos de la historia y se había recorrido el mundo entero
Ahora, mirando hacia atrás, te das cuenta que si bien es verdad que los Papas han sido queridos, no lo han sido por todos ni en todo momento, ni siquiera en todo lugar. Es imposible que lo que hace un Papa, su estilo, sus decisiones, sus escritos, gusten a todos por igual. Es interesante escuchar a sacerdotes mayores contar cómo cuando Pío XII tomó decidió reformar el ayuno eucarístico y reducirlo a su mínima expresión muchos se escandalizaron y le acusaron de revolucionario. Y sobre Juan XXIII y Pablo VI, sin duda no coincidían los sentimientos de los cristianos de todas las sensibilidades, que mucho hicieron sufrir a Papa Montini los que desde un lado y otro no se recataban en criticarlo. La historia, que se suele repetir, también se ha repetido y se sigue repitiendo con sus sucesores (al primer Juan Pablo no le dio tiempo a experimentar que no es posible agradar a todos), pero ciertamente si miramos con perspectiva podemos decir que todos han sido Papas muy queridos.
En el caso de Benedicto XVI, siempre me llamó la atención lo que una vez explicó con toda sencillez, esto es que cuando en la capilla Sixtina en el recuento de votos su nombre se repetía cada vez más, sintió como una guillotina encima de su cuello, significando con ello que el pontificado no se le presentaba como un plato apetecible. Y sin embargo, se propuso dar, según sus capacidades, la mejor respuesta posible a esa llamada que le llegaba del Señor y creo sinceramente que lo hizo, de corazón. Solamente eso era ya suficiente para que el pueblo de Dios lo quisiera, pero cada uno a su modo. Algunos le quisieron más cuando gobernaba y entendieron menos cuando renunció y quisieron ver oscuras conspiraciones porque no les cuadraba ese gesto, y otros por el contrario lo apreciaron más precisamente cuando tuvo la libertad de espíritu y la humildad de dar el paso de la renuncia.
Unos le recordarán más por la sabiduría teológica de sus escritos, sus homilías y sus catequesis, otros por su valentía en empezar a combatir frontalmente algunos males de la Iglesia que escandalizaban al mundo entero, otros por su bondad de corazón que se transmitía en sus viajes y encuentros con la gente, otros por su silencio escondido en los últimos años,… el caso es que en un momento o en otro son muchos los que han apreciado la grandeza de este hombre que solamente se consideraba un humilde trabajador en la viña del Señor.
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