Carta abierta a los obispos sobre la clase de Religión La clase de Religión debería ser el estudio del Hecho Religioso

Según lo proyectado, parece que el Gobierno aprobará "en semanas" la ley que dejará a la Religión sin alternativa y sin evaluar. Y, claro, los obispos están que trinan, y con razón. Y los profesores de Religión temen por sus puestos de trabajo. Ante este panorama tengo que manifestar, una vez más, mi opinión, que no es mía solamente, sino que muchos teólogos, pastoralistas, e incluso (me consta) que políticos de las corrientes que están actualmente en el Gobierno, opinan lo mismo.

Ante todo una afirmación, señores obispos: la clase de religión no es ni debe ser un modo de evangelización, ni directa ni camuflada. Para eso están, gracias a Dios, las catequesis de las parroquias y el objetivo primordial de todos los Grupos y Movimientos apostólicos de todas las orientaciones humanas y espirituales actuales en la Iglesia.

Pero sí es y debe ser un instrumento de cultura religiosa. Y razono mi propuesta. Estamos cada día más en una sociedad pluricultural y plurirreligiosa. En esta sociedad actual y futura, al igual que en todas las sociedades actuales del mundo, antiguas y futuras, el hecho religioso está y estará siempre presente. Es, por tanto, bueno culturalmente que los niños y jóvenes valoren esta realidad, vean las distintas manifestaciones religiosas existentes, sus orígenes, sus manifestaciones, sus contenidos, etc, etc.

El estudio del hecho religioso tiene suficiente entidad para crear una asignatura, que sería obligatoria para todos los alumnos, ya que el hecho religioso ha estado presente en todas las culturas y en todas las naciones a lo largo de la historia; y que por tanto, ha condicionado e influido, con sus luces y con sus sombras, en la marcha de los pueblos.

El conocer, por tanto, todos estos avatares históricos, con sus causas y consecuencias, constituye materia cultural suficiente para una asignatura. La historia de ninguna nación o pueblo es comprensible sin analizar sus ideas, sus costumbres religiosas y su influencia en las manifestaciones culturales de todas las formas del arte y del pensamiento. El desconocer todos estos contenidos, como sucede con frecuencia en muchos críticos laicistas, influye en el analfabetismo también cultural.

Todo esto que afirmo, lo digo por experiencia: he sido profesor de religión en la antigua Escuela de Magisterio y en dos Institutos de enseñanzas medias durante 23 años, y en mi trabajo profesional he ayudado a mis alumnos a comprender mejor lo esencial de la fe cristiana y la tarea de la Iglesia, cosa nada fácil muchas veces, pero no a crear comunidades cristianas ni a hacer ejercicios de vivencia cristiana.

Queda el problema de los actuales profesores de Religión y Moral Católica. Que se dialogue con los dirigentes del Estado para darles una salida digna. Ellos por ahora son los más capacitados para impartir esa asignatura del Hecho Religioso que proponemos. Y para el futuro, que se arbitren los modos de acceder a estos puestos en igualdad de condiciones que tienen los demás profesores, concertando también los contenidos de esa asignatura.

Señores obispos, no tengan miedo. Den un paso adelante y hagan al Gobierno esta propuesta que les ofrezco. No se arrepentirán. A la descristianización de España no se ha llegado porque no haya habido clase de religión, sino también por otros motivos, que ustedes pueden y deben analizar. Tienen expertos competentes que lo saben hacer. Ha habido otras causas eclesiales, no solo jerárquicas, que también han contribuido a esta desbandada de cristianos.

Convénzase, no estamos en tiempos de cristiandad. Lo ha dicho también el Papa Francisco. Y la regeneración cristiana no va a venir por la clase de Religión, sino por la creación de grupos o comunidades de talla humana donde los fieles que deseen vivir y profundizar en su fe, caminen en un mundo cada vez más descristianizado con el acompañamiento insustituible de otros cristianos, sacerdotes o laicos más maduros en la fe. Igualmente ayudará eficazmente el testimonio de libertad, justicia y amor que demos todos los que nos llamamos cristianos, incluidos los que dirigen la Iglesia.