Reflexiones tras la beatificación de Guadalupe Ortíz de Landázuri Aradillas: "Los santos están por las nubes. Son caros. Carísimos"
"El dinero a invertir en los beatos y en los santos es muy considerable"
"La expresión de que “hay que ser rico para oficialmente llegar a ser declarado santo”, no es tan blasfema como piensan algunos"
Con explícitas referencias a santos y a santas oficialmente beatificados o canonizados, hay que reconocer que unos y otras son muchos. A la vez, y en proporciones similares, tal reconocimiento coincide con el contenido de la expresión popular que sentencia que “ni están todos los que son, si son todos los que están”. La “fragilidad humana” , por mucho que se la quiera dignificar, no deja jamás de ser y actuar como fragilidad” y como “humana”. Tal condición de comenta aquí y ahora, de la siguiente manera:
Santos- santos canonizados, procedentes de familias, congregaciones, fundaciones o entidades de alto nivel económico y riquezas también en bienes materiales, son los que con ferviente, denodada y generosa frecuencia y estima, pueblan las páginas de los “Años Cristianos”, lo mismo en las Iglesias locales que en la universal. Sus nombres, cargos, apellidos y méritos se empadronaron en los casilleros con el rojo festivo de los calendarios litúrgicos, exornados además con las coronas –halos y aureolas celestiales- enaltecedoras de la santidad que ante propios y extraños manifiestann su ejemplaridad.
La simple lectura de sus “vidas y milagros” insta a los devotos a subscribir este aserto sin dudar de su veracidad. “Ex nóbili génere natus” –“mecido en noble cuna”- , o la condición “religiosa” de su pertenencia a alguna de las Órdenes, Congregaciones o movimientos piadosos ricos, fueron, y en parte, siguen siendo, referencias ineludibles en el estudio seguido por los procesos canónicos en dirección a la elevación a los altares, de determinados “siervos/as del Señor”.
Miles de euros (o dólares)
Y es que, echando bien las cuentas, y sin sobrepasarse en demasía, el dinero a invertir en los beatos y en los santos es muy considerable. Los santos están por las nubes. Son caros. Carísimos. “Non decet” aportar cifras concretas. –las legalmente reconocidas y las “otras”-, dada la prudencia y el misterio con que se llevan y administran las “cosas de la Iglesia y sus alrededores”. Pero conste que, desde que se inicia el proceso de cualquier “causa de los santos” en sus niveles parroquiales, diocesanos y romanos, hasta que sus nombres son proclamados con solemnidad pontificia cercana al dogma y ante multitud de devotos y testigos provenientes de tantos lugares del mundo católico, las cantidades en euros o en dólares son merecedoras de estudio y posiblemente de arrepentimiento y de penitencia. Los santos, por santos o santas que sean, jamás suplantarán en la Iglesia el protagonismo del “Santo” por excelencia, que no es otro sino “Nuestro Padre Dios”
Escribo estas consideraciones teológicamente tan elementales al filo de las solemnísimas celebraciones que en Madrid –en la ex -plaza de toros conocida como “Vista Alegre”- tuvieron lugar a finales del mes de mayo, con ocasión de la beatificación de una mujer, por más señas de nombre Guadalupe –“ejemplo para las investigadoras”-, miembro activo de uno de los movimientos piadosos de mayor relevancia hoy en la Iglesia, que además, y precisamente, no se ha distinguido hasta el presente por el reconocimiento oficial público del que son portadores los laicos, y menos, las mujeres.
Me queda por añadir tan solo que con el dinero empleado con tan desbordante generosidad en los procedimientos y celebraciones aludidas, se hubieran movilizado hasta conseguir su culminación gloriosa, el puñado de “Venerables” que en otras diócesis y congregaciones están a la espera de que sus devotos recojan con perseverancia, humildad, fe y paciencia las espigas de las limosnas de aquellos que conieron y reconocen sus méritos.
Tal y como lo hace en la actualidad, el dinero no debiera intervenir en las causas de los santos. Santidad y dinero son elementos antagónicos. Son irreconciliables. Dejo para otra ocasión aludir a la rentabilidad, también económica, con IVA o sin IVA- de determinados santos y santas “milagreros”, a favor de las obras pías de sus promotores y administradores. Así las cosas, y tomándola al pie de la letra, la expresión de que “hay que ser rico para oficialmente llegar a ser declarado santo”, no es tan blasfema como piensan algunos.