Antonio Aradillas Secretos de confesión
A nadie, docto e indocto, clerical o anticlerical, les resultaba explicable que, tal y como “cantan” gregorianamente los datos, las estadísticas y las experiencias propias y ajenas, las “cosas” siguieran igual, resignadas las víctimas al olvido y hasta a la condenación en esta vida y hasta en la otra
Con limpieza, sensatez y singular audacia, el papa Francisco acaba de “meterse en un lío” canónico, pero redentor como todos los suyos, al haber decidido “eliminar el secreto pontificio en casos de pederastia de abusos a menores” , cometidos por sacerdotes. El titular de algunos medios de comunicación de “Se les terminó a los curas el carnaval del secreto o de la oscuridad” proclamó, a las claras aún en medios eclesiales, la dimensión del problema y la negativa incidencia del mismo en el pueblo de Dios.
Y es que a nadie, docto e indocto, clerical o anticlerical, les resultaba explicable que, tal y como “cantan” gregorianamente los datos, las estadísticas y las experiencias propias y ajenas, las “cosas” siguieran igual, resignadas las víctimas al olvido y hasta a la condenación en esta vida y hasta en la otra. Mientras tanto, por acción u omisión, sus victimadores seguían luciendo capelos cardenalicios, ornamentos sagrados o hábitos talares propios del estamento clerical , “cofradías de degenerados”, algunos “en el nombre de Dios”., al amparo de catequesis “tradicionales” , contra la la doctrina y vivencia del santo evangelio.
Cualquiera de las bíblicas “plagas de Egipto” hubiera causado efectos menos devastadores que las noticias documentadas existentes en los ámbitos eclesiásticos y además, y sobre todo a la sombra protectora de “secretos “ con categoría e inmunidad de “pontificios”. Precisamente por su condición de “secretos” y de “pontificios”, sus representantes supremos y camarillas correspondientes, habrían de conocer y valorar el contenido de miles de folios con su específico olor a podredumbre, como recientemente describió un obispo español.
¿Y así se puede dar por terminada y resuelta tan desdichada, inhumana y anti- cristiana cuestión canónica, “canonizada” en la Iglesia durante tiempos tan largos y escandalosos?. Se trata de una decisión personal “franciscana” que define los perfiles del actual Obispo de Roma, que está en todo –casi todo- y a quien por encima de todo y de todos, evangélicamente le interesa la Iglesia y más la de los pobres –pobres, a muchos de los cuales ni siquiera se les podía reconocer su condición de “víctimas”, es decir, de mártires, sino todo lo contrario.
¿Pero acaso esta determinación anti-secreto tiene alguna relación con el llamado “secreto- sigilo, sacramental de la confesión- penitencia?.
Por supuesto que el tema es distinto, pero como todo en la Iglesia, también en sus planteamiento sacramentales, sería procedente no dejar pasar esta ocasión para reflexionar también acerca de este secreto –sigilo, y sobre el mismo sacramento como tal. (Un nuevo reto que les sugiero afrontar a los ínclitos e internacionalmente conocidos y reconocidos blogueros de RD. para su planteamiento y soluciones posibles)
Desde mi “nuda” –desnuda- condición de periodista, me limito a relatar algunas de las dudas del pueblo fiel en relación con la confesión y sus confusiones. De entre tantos interrogantes, pongo el acento en estos:
¿Desde cuando, cómo y por qué se impuso la confesión en la Iglesia? ¿Cuándo los confesonarios hicieron su aparición en sus instalaciones? ¿Por qué y para qué, si el perdonador siempre y por definición, es solo Dios y su mediador se llama Jesús, es decir, el Salvador”? ¿Qué es eso de la “ofensa a Dios”? ¿Qué tuvieron que ver los monjes de Egipto, y después los irlandeses, para que la confesiones se impusieran en la Europa continental allá por el siglo VII? ¿A qué respondió la formulación tan contundente del reciente mandato pontifical del 29 de junio del 2019, re-declarando que el “secreto-sigilo sacramental es sagrado e inviolable por derecho divino”, con la aportación del argumento de que “el sacerdote conoce los pecados y actúa “in persona Christi”, a tenor de la consabida formulación literal del teólogo santo Tomás, de Aquino, quien por cierto, en otra ocasión, también apadrinó la frase de que “la mujer es inferior al hombre en virtud y dignidad”? ¿A qué se debió históricamente la insistencia del referido decreto reciente, de que tal “secreto sacramental no pueda ser dispensado por ninguna autoridad en la tierra, tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil, precisamente en unos tiempos en los que apenas si la “confessio oralis” tiene vigencia?
Buena, pero tal vez inhóspita -aunque indispensable, tarea la de los expertos en teología, para ilustrar a los fieles -y a los tanto- devotos lectores de RD., para que al menos lleguen a la conclusión de que nos hacen falta otros cánones y tal vez, hasta otras interpretaciones teológicas, sobrando micrófonos en los confesonarios. Hoy, “por fas o por nefas”, no hay nada oculto. Todo se sabe, esté o no “prohibido aún por derecho divino”