"Al nacer, el primer grito que damos…" Yo no creo en una humanidad sin dolor

Dolor y humanidad
Dolor y humanidad

"Recientemente supe que pusieron el nombre del hombre que me atropelló al centro de salud del pueblo donde nací"

"Un accidente que me dejó en silla de ruedas hasta el día de hoy. Lo que aquella noche ocurrió él lo sabía y yo lo sé, y ya no importa: sólo puedo desearle una buena partida"

"Pero quisiera aprovechar esta ocasión para hablar sobre el dolor … El dolor que, como una lámpara en la noche, nutre nuestras vocaciones ofreciendo una tenue luz en la oscuridad de un nihilismo que promete secarlo todo"

Recientemente supe que pusieron el nombre del hombre que me atropelló al centro de salud del pueblo donde nací. Un accidente que me dejó en silla de ruedas hasta el día de hoy. Lo que aquella noche ocurrió él lo sabía y yo lo sé, y ya no importa: sólo puedo desearle una buena partida. Solo me queda rezar por él. Pero quisiera aprovechar esta ocasión para hablar sobre el dolor.

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Al nacer el primer grito que damos, como un primer diálogo con el mundo, es un berrido doloroso. Un primer tímido dolor, como tímida es entonces la vida. Y con esa primera palabra, aún sin signo, nos introducimos en una conversación que permanece desde el inicio de los tiempos. Desde el inicio de los tiempos humanos ¿Acaso hay otros? Y en esa conversación, que se inicia con dolor, la vida pasa entre dolores. Y estos nos dan peso, gravedad, tantas veces sentido, y, de formas en las que nuestra razón no nos puede seguir, destino.

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Hoy está muy de moda hablar de la posibilidad de vencer para siempre a la muerte. Tema este antiguo e inquietante, pero que con los transhumanismos ha vuelto con la fuerza que da la posibilidad de lo ideal apuntando a lo real. Lo ideal nutrido de una cantidad indecente de millones para que en el futuro unos pocos intenten el hito “milagroso” de superar a la muerte, y, sobre todo, de superar al dolor. El posthumanismo es un humanismo sin dolor.

"El dolor, como una lámpara en la noche, nutre nuestras vocaciones ofreciendo una tenue luz en la oscuridad de un nihilismo que promete secarlo todo"

Yo quisiera aprovechar este bonito homenaje, a quien fuese médico en el Centro de Salud de Es Castell durante tantos años, para darle las gracias. Ya lo hice en persona, dieciocho años después del accidente. Fui a verle a su consulta. Sin que él me esperase. Y le dije, en otras palabras, palabras que no sería capaz de recordar con exactitud ahora mismo, palabras de dolor y gracia: gracias, gracias porque todo este dolor me ha hecho ver la vida de una manera más profunda, más rica, ha añadido vida a la vida. Quiero aprovechar este homenaje para darle las gracias, en esta despedida, gracias de nuevo. Porque yo no creo en una humanidad sin dolor.

El dolor, como una lámpara en la noche, nutre nuestras vocaciones ofreciendo una tenue luz en la oscuridad de un nihilismo que promete secarlo todo. Vivirlo, asumirlo, resistirlo, negarse a superarlo a toda costa, pues la vivencia vale cada instante su peso en oro. En la convalecencia se nutren las raíces mismas del pensar, del contemplar, y de aquellas experiencias que nos regalan el creer. Mirar al mundo heridos, mirarlo desde la plenitud de la vida, que, si se vive intensa, duele.

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Y la paraplejia, fruto de tan desafortunado y afortunado encuentro, vivir con la mitad del cuerpo paralizado, es en cuanto al dolor paradójica vivencia en extremo: no siento, pero en esa debilidad siento con fuerza, no hay sensibilidad, pero sí un residuo iluminador de dolor. Y una profunda alegría por vivir esa convalecencia de los dolores del cuerpo y del alma. Dolores que me han llevado a creer, a pensar y a contemplar la vida como quizá no hubiese podido hacerlo sin esa dolorosa gracia de semejante accidente.

No creo en el karma, ni creo en retribuciones cósmicas. Quizá sea por ignorancia. Considero que el destino de las personas escapa a nuestro control racional. Pero da que pensar que el hombre que, por un desafortunado y afortunado accidente, me dejó en silla de ruedas padeciese sus últimos momentos de vida con una enfermedad tan dura como la ELA. Quiera o no quiera yo, en el dolor de la parálisis nos encontramos. En el dolor de la parálisis, paradójico dolor, nos unimos en un mismo destino. Una misma finitud. O si lo prefieren, una misma cruz. Gracias por tanto dolor, por tanta dificultad, por tanta vida. 

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