Mucha liturgia y poca Biblia En la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
Vivimos de lleno en esta semana, y más concretamente este viernes, la fiesta dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, día especialmente dedicado a consagraciones y a bendiciones
El paso de lo “religioso” y litúrgico, de las ceremonias a la realidad de la vida, es absolutamente imprescindible y urgente. Es afirmación dogmática, y “con el corazón en la mano”
…”y vio Dios que el mundo era bueno…” De las entrañas de nuestro padre- madre Dios brotó con noble espontaneidad y acierto el suspiro de satisfacción por el reconociendo de que toda su obra creada en la infinitud de los tiempos -los siete días bíblicos- , era perfecta y al servicio de los seres humanos, a la vez que para su adoración. Y tal frase es veraz y refiere todo lo que se describirá en la Sagrada Escritura.
Sí, el mundo, la obra de Dios por antonomasia, es bueno. Hasta en castellano, tal término –el mundo- además de referirse al “conjunto de todo lo creado o existente en el universo”, quiere decir y expresa la idea de “limpio, aseado, ausente de mancha o suciedad”, por aquello de que precisamente “inmundo” explicita la idea de “repugnante y asqueroso”.
Y es que el mundo, por mundo, obra de Dios, es bueno de por sí, aunque en cristiano, alejado de las realidades que se dicen temporales relativas al cuerpo, se le apuntaran “el demonio y la carne”, conformando una atroz expresión trinitaria, antirreligiosa. El mundo, por mundo, es, y seguirá siendo bueno, al margen de adoctrinamientos pueriles, carentes de Biblia, de teología y de “palabra de Dios”.
Como bueno que es, el mundo no precisa de la cantidad de consagraciones y bendiciones, hisopos, inciensos y aspersiones de agua bendita con que actúan los ministros de Dios en días y lugares concretos. El mundo como tal, desde su más lejano y misterioso orto, está bendito y consagrado, por lo que ritos y ceremonias litúrgicas o para- litúrgicas estarán de más, o significarán algo distinto a lo que refieren las literaturas y los signos religiosos pletóricos de piedad y de letanías.
Vivimos de lleno en esta semana, y más concretamente este viernes, la fiesta dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, día especialmente dedicado a consagraciones y a bendiciones. Merced a una piadosa tradición, el mismo Jesús se le apareció al jesuita padre Bernardo de Hoyos, allá por el año 1773, asegurándole que “reinaré en España más que en todo el resto del mundo.” Como entonces, e imperialmente, España, era “Españas”, por pertenecer a sus reyes gran parte del continente americano, la promesa “divina” adquirió dimensiones ciertamente espectaculares, sorprendentes e inauditas, teniendo en cuenta, o no, los compromisos político-sociales y religiosos que tales palabras auguraban.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se españolizó de manera brillante en la “madre patria” y en las tierras que habrían de formar posteriormente los países hispano-americanos, con lo que los monumentos y las imágenes coronaron lugares de privilegio y prestigio geográfico y arquitectónico, con declaraciones sublimes de consagración de sus tierras, de quienes moraban en ellas y de quienes habrían de hacerlo “por los siglos de los siglos” y “pese a quien pese”.
Lugar excepcional de referencia religiosa –fue –y siendo- el Cerro de los Ángeles, a un puñado de kilómetros de Madrid, en las cercanías del pueblo de Pinto, junto a Valdemoro, que se correspondería con el “punctum” de la Hispania romana, eje y centro geográfico de la que también se llamaría Península Ibérica.
El colosal monumento e imagen se erigieron en este lugar, junto a una ermita dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, del siglo XIV, y en cuyo complejo se halla el convento de clausura de monjas carmelitas.
Pertenecen a la historia episodios tan gloriosos como los de la solemnísima bendición del monumento y la consagración de España, efectuada por el Nuncio de SS., en presencia de las más altas autoridades “civiles, militares y religiosas” de España, cardenales, arzobispos, obispos y “prelados domésticos” y multitud de laicos, con la lectura de un “telegrama enviado por el papa Benedicto XV”.
El conocido como “el piadoso” rey Alfonso XIII leyó la fórmula de la consagración, con especial mención para que “España siguiera siendo el pueblo de tu heredad y predilección, con leyes, ciencias y letras inspiradas en los santos evangelios”, totalmente ajeno a que prestamente ni la misma monarquía habría de mantenerse en España y el Cerro de los Ángeles pasaría a ser conocido y reconocido como el “Cerro rojo”…
El mundo es bueno de por sí, en la mente y en el plan de Dios, su creador, contando además con la actividad de quienes lo habitan, crean y re-crean. Necesita de bendiciones, pero no solo rituales. Estas jamás suplirán el esfuerzo personal y el colectivo, con el compromiso predicado y vivido en los santos evangelios. El paso de lo “religioso” y litúrgico, de las ceremonias a la realidad de la vida, es absolutamente imprescindible y urgente. Es afirmación dogmática, y “con el corazón en la mano”.
De todas formas, hay que reconocer que, ni artística ni evangelizadoramente, se tuvo buena suerte en la elección de la iconografía acaramelada y dulzona de las imágenes del Sagrado Corazón, ni tampoco en sus cantos, como el del “Corazón santo/, tú reinarás/, tú, nuestro encanto/ siempre serás”.