Una vida de pasión: Francesc Llop, campanero "El campanario se convierte en el punto de diálogo entre el cielo y la tierra"

Francesc Llop
Francesc Llop Víctor Gutiérrez

Forma parte de un movimiento de campaneros que trata de recuperar el valor social de las campanas, y que curiosamente ha nacido desde la voluntad laica, no clerical

"El campanario es como una aguja en alto por cuyo hueco pasa un hilo que une el cielo con la tierra. Las campanas son ese hilo que unen lo alto con lo bajo, en las dos direcciones"

La UNESCO acaba de reconocer los toques manuales de campanas de España e Italia como patrimonio mundial

La pasión por las campanas le llevó a dedicar toda su vida a ellas. Francesc Llop y Bayo (Valencia, 1951) es campanero y antropólogo, una combinación que no es baladí pues, como explica él mismo, «la de campanero es una profesión ligada a la antropología, a tratar de descubrir al otro». Forma parte de un movimiento de campaneros que trata de recuperar el valor social de las campanas, y que curiosamente ha nacido desde la voluntad laica, no clerical.

«Tocar las campanas a mano es participar en las emociones de la comunidad», dice Llop, que ha aprendido el oficio de campanero tanto desde el plano teórico como desde el práctico. Por eso rechaza la mecanización y electrificación de los campanarios, y trabaja para que «la gente sienta que las campanas no son un ruido que molesta, sino una voz que viene de la antigüedad y que te religa con las comunidades pasadas, presentes y futuras».

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Llop
Llop Damián Torres / Las Provincias

Y se lanza a hablar de esa ‘voz’ tan especial: “Las campanas no son un ruido que molesta, sino una voz que viene del pasado y que te religa con las comunidades pasadas, presentes y futuras. Por decirlo de alguna manera, el campanario es como una aguja en alto por cuyo hueco pasa un hilo que une el cielo con la tierra. Las campanas son ese hilo que unen lo alto con lo bajo, en las dos direcciones. En ocasiones la oración pide (desde abajo pedimos a arriba), pero muchas campanas antiguas castellanas dicen que son la voz del ángel que nos llama. Es decir, la voz que baja. Así que las campanas son las dos cosas al mismo tiempo. El campanario se convierte en el punto de diálogo entre el cielo y la tierra. Y los campaneros somos gente que nos expresamos no tanto hablando, sino a través de ese esfuerzo diferenciado”.

En busca de esa voz tan peculiar, Llop ha realizado numerosos registros de campanas, entre ellos el Inventario de campanas de las Catedrales de España por encargo del Ministerio de Cultura. Ha hecho y ha seguido propuestas de restauración en muchísimas torres de campanas, especialmente en las catedrales de València, El Pilar de Zaragoza, Sevilla, Pamplona, Huesca, Murcia o Santiago de Compostela entre otras.

Así explica él mismo el nacimiento de su pasión por las campanas:

“Descubrí las campanas por casualidad, a los 16 años, de manos de mi padre, Francesc de Paula Llop Lluch que era un inquieto erudito local que se interesaba por todas las facetas culturales de la ciudad de València, y un día nos llevó a los tres hermanos a ver los campaneros de San Nicolás. Quedé fascinado. Las campanas tienen eso: son tan potentes, tan intensas, y no hablo de sonido sino de sensaciones, de emociones, que no puedes quedarte impasible a su lado; o te quedas enganchado o huyes para siempre. Y yo quedé unido a ellas para toda mi vida”.

Llegó a conocer a los viejos campaneros, gente pobre y humilde, pero que sabían de memoria la liturgia y amaban a las campanas, pero tuvieron que abandonar su profesión-pasión por la aparición de los motores.  Un momento que Llop también vivió:  “Los motores se anunciaban como una ‘liberación’, en realidad fue una pérdida cultural enorme: miles de toques diferentes se perdieron irremisiblemente, pues nadie los tenía en cuenta. Cuando digo miles, me refiero a miles de formas. Cada lugar tocaba a su manera, un poco para diferenciarse de la parroquia o del pueblo vecino, pero al mismo tiempo con rasgos comunes que identificaban a cada obispado. Y los toques construían el tiempo comunitario mejor que los relojes, al menos hasta los primeros años sesenta del siglo veinte”.

Llop
Llop Mari Carmen Alvaro Muñoz

Y Llop enumera los numerosos toques: a misa, a los tres ángelus que definían la jornada, a laudes por la mañana, y a vísperas por la tarde y a tantas otras cosas.

¿Esa afición-pasión le acompañó toda la vida?

Llop estudió en Madrid, donde compaginaba su trabajo de mecánico de Telefónica con sus estudios de antropología social y, ya entonces, documentó con su esposa, Mari Carmen Álvaro Muñoz, a cincuenta campaneros de Aragón, con los primeros aparatos de vídeo que llegaron a España.

Aquellos campaneros aragoneses le sirvieron para elaborar su tesis doctoral en la Universidad Complutense.“Pensaba que seguiría de mecánico hasta el final de mis días laborales, investigando y tocando por aquí y por allá. Sin embargo, a la semana de defender mi tesis, me llamaron de la Generalitat Valenciana que necesitaban un doctor antropólogo para cubrir una plaza de etnólogo, que fue por cierto el primero de todas las comunidades autónomas. Y a los pocos días de volver a València, me llamaron del Ajuntament que querían que montase el toque manual del Corpus, que es fiesta organizada y pagada por la Ciudad, en la catedral, que estaba motorizada desde hacía más de veinte años”.

Y en esa aventura siguió con penas y alegrías. “Un punto importante de nuestra historia fue la Expo de Sevilla, donde se llevaron seis campanas góticas valencianas que estaban expuestas en el Pavelló de la Comunitat Valenciana, y se tocaban cuatro veces al día. Eso supuso que, al sacar las campanas de contexto, la gente las miró de otra manera, y ya no hablaban de toques sino de conciertos y no de campaneros sino de artistas. Sin embargo, nosotros apenas hacemos conciertos, sino toques, que marcan el paso del año litúrgico de la catedral”.

Algunos años más tarde, el ministerio de Cultura le encargó  el inventario de las campanas de las catedrales de España. “Incluimos 95 templos y unas 1.200 campanas, que estudiamos también, una a una, mi esposa y yo a lo largo de muchos meses”.

Llop también ha dado numerosos cursos de introducción a las campanas en todo el mundo y, además, colaboró en la restauración de grandes campanarios, como los de las catedrales de Sevilla, Pamplona, Murcia, Santiago de Compostela, Huesca, el Pilar de Zaragoza, y, por supuesto, Valencia.

Llop
Llop

Campaneros por pasión

En las catedrales y en las grandes parroquias había campaneros profesionales y remunerados. Hoy, en la mayoría de los sitios, se toca por “afición”, es decir, por pasión. Los campaneros actuales son generalmente “gente muy joven que descubre y se apasiona por las campanas”.

Para Llop, tocar campanas, investigar y divulgar es una especie de misión que implica su vida entera. “Dedico diariamente ocho o diez horas a las campanas, tanto en la página web que dirijo como escribiendo, divulgando, incluso tocando. Esto supone que sin la ayuda y la paciencia de la familia no sería posible”.

Por eso, está muy preocupado por el presente y el futuro de los campaneros. Y eso que la UNESCO acaba de reconocer los toques manuales de campanas de España e Italia como patrimonio mundial. Pero, a su juicio, ese reconocimiento  “ha hecho mucho más mal que bien, porque muchos suben, dan cuatro mamporrazos y creen que por eso ya son patrimonio mundial. Y sin embargo ser campanero es un oficio responsable, que transmite las emociones, las creencias, los dolores y las penas de la comunidad. Tocar campanas no es un deporte ni un hobby.  Es un alto servicio a la comunidad, silencioso y a menudo olvidado”.

Campana
Campana

La voz de la comunidad

“Los campaneros ingleses, que tocan manualmente desde siempre y que se organizaron en sociedades de campaneros desde hace más de cuatro siglos, dicen que las campanas deben tocarse manualmente, porque son la voz de la comunidad. Si no hay nadie para tocarlas, mejor que queden en silencio: un motor, por muy elaborado que sea, nunca transmitirá aquello que las manos amorosas de campaneros quieren y saben expresar. La Iglesia debería recuperar ese doble valor: la participación de personas de su comunidad en sus toques, la conservación de esas diferencias locales que tanto nos enriquecen. Para mí, aún hoy, después de subir a cientos de campanarios, cuando llego a una torre de toque manual, todavía descubro maneras de sonar que me sorprenden”.

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