Hugo Machín Fajardo La "caca" de la que habla Francisco es consecuencia de no erradicar la causa
(Hugo Machín Fajardo).- A propósito de las más recientes declaraciones del pontífice sobre los casos de pedofilia y encubrimiento en la Iglesia católica
Cada tanto Bergoglio (el papa Francisco) introduce un vocablo diferente para referirse a los delitos eclesiásticos. Vergüenza, horror, pecado, escándalo... En Irlanda, otrora el país europeo más católico, intentó consolar a quienes fueran abusados por sacerdotes diciéndoles que lo que les había ocurrido era "caca".
Quizás en "Villa Freud" de Buenos Aires tengan explicaciones para esta definición, pero este delito continuado y globalizado es más serio.
La solución a esta metástasis social la conocen los responsables de esos menores: ir a la causa. Ya veremos cómo.
Antes, asumamos que la pedofilia eclesiástica cuenta con un sistema implementado de arriba a abajo para abusar sexualmente de menores.
Se diferencia de los abusos sexuales que habitualmente presenta la crónica policial en que depreda sin aparente violencia y sin homicidio posterior.
Se parece al abuso intrafamiliar en que utiliza los mismos mecanismos para seducir niños: ascendencia sobre la víctima lograda con base al dominio mental y el afecto.
En El Diario, de La Paz, Elio Pacheco Colque ofrece datos que pueden aplicarse al resto de nuestros países: en más del 60% de los casos de abuso infantil denunciados, el agresor generalmente es un familiar o una persona conocida de la víctima. En el 90% de los casos, los agresores son varones y en más del 60% mayores de edad.
No digo que todos los sacerdotes son abusadores, ni que todos los padres o familiares lo son. Es una minoría. Pero la peculiaridad de la Iglesia católica es haber ideado un sistema de encubrimiento regulado por el Derecho canónico para perpetuar el abuso a través de los siglos.
La Convención de los Derechos de la Infancia de 1989 contiene varias disposiciones que exigen la integridad mental y física de los menores y previenen contra la manipulación que fácilmente puede realizarse en quienes carecen todavía de un criterio propio.
"En todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas (...) una consideración primordial a que se atenderá será el interés superior del niño" (art.3).
"Los Estados partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño" (art.12).
"El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo" (art.13).
"El ejercicio de tal derecho podrá estar sujeto a ciertas restricciones, que serán únicamente las que la ley prevea y sean necesarias (...) Para la protección de la seguridad nacional o el orden público o para proteger la salud o la moral públicas".
"Ningún niño será objeto de injerencias arbitrarias o ilegales en su vida privada" (art.16).
Los Estados democráticos, las organizaciones como Unicef, el Vaticano -desde Jorge M. Bergoglio hacia abajo- los jefes de las religiones protestantes y judías, conocen estos derechos de la infancia. Los conocen, pero no los cumplen o no los exigen cumplir.
Las cifras de niños abusados deben ubicarse en centenares de miles en los siglos XX y XXI. Suman millones las víctimas a lo largo de 2.000. Era y es una perversión usual por los siglos de los siglos.
La prueba de que es una aberración antiquísima lo constituye la única exhortación a la pena de muerte relatada en versión multiplicada por tres (Lucas, Marcos, Mateo) en los textos evangélicos, que son verdad revelada para los cristianos: "El que escandalizare a uno de estos pequeños más le valdría que le atasen una piedra de molino al cuello y lo echasen al mar".
¿Por qué ese delito se ha mantenido a lo largo de los siglos?
La infancia no fue sujeto de derecho hasta el siglo XX. Antes, niños y niñas fueron objeto de uso y abuso en diversos planos. No eran considerados personas.
El primer abuso sobre un niño se configura en su psiquis.
No obstante, casi en el primer cuarto del siglo XXI en Occidente persiste el adoctrinamiento efectuado, por ejemplo, sobre los niños cubanos obligados desde edades tempranas a repetir en coro "Seremos como el Ché". Es surrealista que medio siglo después del fracaso y la tragedia que significó la aventura guevarista, se les siga catequizando sobre el culto a la muerte.
El mismo rechazo se experimenta ante otros catecismos laicos ya obsoletos como el Libro Rojo de Mao, o el Libro Verde, del sátrapa que resultó ser Gadafi.
Pero se acepta como normal que en nuestros países latinoamericanos diariamente miles de niños y niñas pequeñas sean catequizados abusando de su credulidad.
La libertad de cultos es válida para los adultos. Para quienes tienen libre albedrío.
Adoctrinar, catequizar niños, atenta contra sus derechos. Derechos que, además de la convención citada, están protegidos por el Pacto de San José de Costa Rica: en su artículo 12, numeral 3, prescribe que "la libertad de manifestar la propia religión (...) está sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley y que sean necesarias para proteger (...) la salud o la moral pública". Y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) expresa prácticamente lo mismo.
Sin embargo, la sociedad civil latinoamericana acepta pasivamente que sus pequeños, sea en colegios católicos, o en parroquias, estén a merced de adultos que cuentan con todos los elementos para abusar tras la fachada de "salvar sus almas".
Reitero: no todos los curas son abusadores, ni todos los niños adoctrinados por curas han sido o son abusados. Pero tampoco todos los que juegan a la ruleta rusa resultan con una bala en la sien.
Se acepta un sistema que protege al abusador y lo mantiene impune durante toda la etapa depredatoria. Si ocurre algún hecho que lo puede dejar en evidencia, el sistema lo encubre y presiona o atemoriza de diferentes maneras a las víctimas. Y al victimario, lo traslada a otro ámbito similar al que fuera su ámbito de acción delictiva. En la mayoría de los casos denunciados, ese depredador vuelve a abusar de menores.
El sistema, además, la emprende contra quien quiera denunciarlo y para ello utiliza toda la potencia de su institucionalidad: el cura Donald C. Bolton, uno de los violadores de Pensilvania que abusó de una niña de siete años durante cuatro años, insistía reiteradamente en que guardara el secreto con el argumento de que "nadie iba a creer a una niña mentirosa ante a un hombre de la palabra de Dios".
El manual brasileño. El sistema es tan perfecto que, por ejemplo, en 2005 en Brasil, el país más católico de América, se conoció un manual redactado por un cura en el que se instruye y diseña una estrategia para abusar de menores desde la seducción clerical sin ser descubiertos.
El padre Edson Ives dos Santos, que a los 64 años era un sacerdote ejemplar para su feligresía, admitió que se guiaba por ese cuaderno -especie de "Manual del Cura Pedófilo"- que por entonces circulaba entre los curas abusadores. Su autor es un teólogo paulista, Tarcísio Sprícigo, de 48 años, quien llevaba una bitácora de sus abusos sobre menores: "Me preparo para salir de caza con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los garotos (chicos) que me plazca," puede leerse en el diario del depredador.
Este estratega de la seducción contra menores dejó por escrito cómo podía practicarse impunemente este delito que por entonces implicaba al 10% de los curas brasileños cuya cifra era de 1.700:
"Presentarse siempre como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas, pero tener certezas. Conseguir chicos que no tengan padre y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos", son las claves aconsejadas por Sprícigo para manipular, abusar psicológicamente y, luego, sexualmente.
Según la revista brasileña lstoé, en septiembre de 2005 Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), envió a Brasil una comisión investigadora sobre las denuncias de abuso sexual de clérigos sobre menores. En realidad, era para investigar en detalle lo que Ratzinger conocía grosso modo, pues él recibía durante años los informes al respecto. El panorama era tétrico: una decena de sacerdotes condenados por abuso sexual, 40 fugitivos y unos 200, encubiertos por los obispos brasileños, enviados por sus superiores a clínicas psicológicas para ser ‘reeducados".
Las víctimas eran pequeños habitantes de la calle, recogidos en hogares o parroquias de barrios pobres donde la vía de entrada empleada por los depredadores para ganarse la confianza de esos niños desvalidos era impartir el catecismo católico.
Sprícigo estaba convencido de sus métodos: "Soy un seductor seguro y calmo. Basta aplicar las reglas y el chico caerá en mis manos...", dejó escrito.
Hace de esto más de una década. Bergoglio por esa época era el primado argentino y no podía no saber lo que ocurría en las diferentes diócesis de una misma iglesia católica que, como la mayor empresa multinacional que es, repetía el sistema en sus sucursales de Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Bolivia, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, Escocia, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Gran Bretaña, Irlanda Italia, Malta, México, N. Zelanda, Países Bajos, Polonia, Puerto Rico. La cristiandad toda.
El sistema se parece mucho a la mafia. De hecho, la mafia y el sistema han convivido en Italia, como está documentado en numerosos estudios y testimonios de los últimos años [*].
La Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio o Tribunal de la Inquisición, obliga a todos los episcopados del mundo a informar, bajo absoluto secreto, de los casos de abuso sexual protagonizados por sus clérigos y el Código Canónico, así como todas las instrucciones del papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. El sistema permanece circunscrito al Estado del Vaticano fundado en 1929 por el Tratado de Letrán entre los italianos Benito Mussolini y Eugenio Pacelli (Pío XII).
Solamente la denuncia masiva realizada en diferentes países del Occidente generó un primer cambio en esta situación: los hechos salieron a luz. Pero no quiere decir que los abusos se hayan detenido.
Cifras. Los periodistas estadounidenses Jason Berry y Gerald Renner publicaron hace una década el libro Votos de silencio. El abuso de poder durante el papado de Juan Pablo II.
En esa investigación documentan que entre 1950 y 2000 se denunciaron casi 11 mil casos de abuso sexual que implican a 4.392 sacerdotes en Estados Unidos.
Las demandas millonarias rompieron el silencio y los montos indemnizatorios son elocuentes: "Las víctimas han recibido unos 572 millones de dólares en daños, además de los 85 millones de dólares que la arquidiócesis de Boston decidió pagar a las 540 personas que la demandaron por los abusos sexuales de los curas".
Aparece allí el ex titular del arquidiócesis de Boston cuando explotaron los escándalos, arzobispo Bernard Law, popularizado en la película Spotlight, protector de abusadores, protegido a su vez durante 14 años en el Vaticano hasta su muerte en 2017. Fue enterrado con honores.
Las fugas del sistema se transformaron en torrentes de datos, demandas, indemnizaciones, documentos, libros, varios filmes -Obediencia perfecta, La mala educación, La duda, Las naranjas del verano, El club, Las hermanas de la Magdalena- hasta el presente chileno en que esa iglesia sufre la peor crisis desde su nacimiento, a raíz de que sectores de la ciudadanía chilena reaccionaron dignamente ante la inexcusable negligencia de Bergoglio y transformaron su visita a ese país en una expresión de repudio.
Pero la herencia colonial muy vinculada a la jerarquía romana desde la colonia todavía pesa. El presidente Sebastián Piñera ante la serie de denuncias, afirma que la justicia "debe actuar"... Suena extraño, pero así es: un presidente de un estado democrático tiene que aseverar públicamente lo obvio. Todavía se sufren los efectos de la conquista espiritual de Latinoamérica.
Derechos de la infancia. El resquebrajamiento de la omertá eclesiástica se debe a factores coadyuvantes.
Por ejemplo, al empoderamiento en materia de los derechos de la infancia. La Convención de 1989, como todos los derechos humanos, fue producto de un larguísimo proceso iniciado en 1924, proseguido en 1959, en que los niños comenzaron a ser reconocidos como personas. Recodermos que en la historia de la humanidad, el niño era un trabajador más. El concepto de infancia es reciente. Hoy se combate el trabajo infantil precisamente porque los codiciosos antecedentes de un sistema que nació chorreando sangre por sus carrillos también privó de la infancia a millones de seres.
Cuando la acumulación de denuncias alcanza límites insoportables, sistemáticamente -recordemos que es un sistema- reaparecen los defensores del Vaticano. Algunos, honestamente creen que es un problema patológico personal. Otros, al igual que los corruptos de izquierda del presente que defienden sus delitos con el argumento de que antes lo hacían los neoliberales, se apresuran a demostrar que la pedofilia católica es menor comparativamente con otros ámbitos u otras religiones.
Ambos recursos contienen desigualmente parte de verdad. Pero no contienen la solución que rompe los ojos y que de Bergoglio para abajo no se quiere encarar.
¿Enseñaría usted trigonometría, ecuaciones de segundo grado, álgebra o física cuántica, a un niño de tres años? Obviamente que no. "Eso, para cuando seas más grande", es la respuesta lógica de padres o educadores a un pequeño.
¿Por qué entonces adoctrinar, catequizar, inculcar, como quiera llamársele, a niños sin capacidad de discernir, pero sujetos de derechos, expresamente protegidos por varios artículos de la Convención de 1989 que prohíben sean manipulados?
¿Quién nos da derechos a los adultos a falsearle la cosmovisión del mundo a los que aún no tienen elementos para pensar por sí mismos?
Ya el propio Vaticano ha dicho que no existe el cielo como lugar, sino que es "un estado del alma" y que el infierno en realidad es estar "alejado" de Dios. El "limbo", una fábula para adoctrinar desde que nace un bebé, ya lo había desestimado Ratzinger.
Bergoglio, en diciembre de 2107, advirtió a los padres que no son dueños de sus hijos. Naturalmente que no concluyó -sería dispararse un tiro en un pie - en la conclusión lógica: por lo tanto, no debería adoctrinárseles religiosamente hasta que no tengan su propia capacidad de discernir.
La no propiedad de los hijos no debería provenir del jefe católico, sino de la propia visión de los padres de familia. "Tus hijos no son tus hijos", decía el poeta. Tú, a lo más, eres "el arco y ellos la flecha". Podrás orientarlos, pero no imponerles tu manera de pensar.
¿La solución es no enseñar ética? Al contrario. A los niños se les debe enseñar valores.
¿Qué valores? Para no divagar, vayamos nuevamente al art. 29 la convención de los derechos de la infancia:
Desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades.
Inculcar al niño el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
Inculcar al niño el respeto de sus padres, de su propia identidad cultural, de su idioma y sus valores, de los valores nacionales del país en que vive, del país de que sea originario y de las civilizaciones distintas de la suya.
Los colegios católicos son una extraordinaria fuente de ingresos para la institucionalidad católica. Nadie sensatamente pensará que cesen su actividad. Pero los Estados y la sociedad civil deberían exigir que no adoctrinen. Que se atengan a lo que prescribe la Convención de los Derechos de la Infancia del 89 y eduquen en valores. Punto.
El niño es un ser indefenso. Naturalmente, cree en sus padres, quienes, a su vez, creen en el sacerdote, por lo que, lógicamente, el niño también creerá en el sacerdote.
No se debería dejar el camino abierto a esa ascendencia de "origen divino", detentada por los sacerdotes, que en muchos casos es el preámbulo a la manipulación y al abuso después.
Ahí radica la solución que tanto se reclama y sobre la que el Vaticano da vueltas mordiéndose la cola y elude con imploraciones "al amor de Dios" -el papa Francisco en Irlanda- para resolver un delito que no cesa.
Me adelanto a la previsible crítica de que esto niega la espiritualidad. La espiritualidad es una invitación a razonar, sobre todo, a cuestionar todo, según el teólogo católico francés Teilhard de Chardin. Precisamente es lo contrario de la religiosidad dogmáticamente instrumentalizada para y por el Vaticano.
Esperar que Roma solucione el abuso sexual infantil por sí mismo es una utopía. No lo hizo en 2.000 años, ni lo hará per se.
Las expectativas que sectores del catolicismo se hicieron cuando Bergoglio llegó al sillón de Pedro, progresivamente se diluyen. La carta de 11 páginas del arzobispo italiano José M. Viganó, exnuncio en EE.UU. entre 2011 y 2016, con graves denuncias y evidencia de omisiones que incluyen a Bergoglio -independientemente que forme parte del arsenal con que ejercen su sibilino toma y daca los príncipes de la Iglesia católica- es una acusación inédita hacia un Pontífice realizada desde un nivel tan alto en la jerarquía eclesiástica. Según este obispo, homofóbico y ultraconservador, el papa Francisco supo desde 2013 que el poderoso cardenal estadounidense Theodore McCarrick no era trigo limpio y se hizo el sota. En Chile, el argentino también la embarro feo.
Únicamente la acción decidida de una sociedad civil que no esté dispuesta a que se siga abusando de miles de sus niños puede lograr un cambio real. Debe ser la sociedad civil, porque ellos, los niños, no votan, por lo tanto, tampoco son prioridad de la clase política.
[*] Sales Isaia: Los curas y la mafia. Las conexiones del crimen organizado con la Iglesia católica en Italia. Ediciones Destino S.A. 2011, Barcelona.