La obligación de obediencia y la distorsión del ejercicio de la autoridad generan monstruosidades ¿Abusos en nombre de Dios?
"Los abusos sobre los que se reflexiona en este artículo son distorsiones del ejercicio de la autoridad y del modo de vivir la obediencia"
"Los abusos de poder, de autoridad o de conciencia constituyen heridas en el tejido eclesial, es decir, laceraciones en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia"
"En la raíz de esos abusos está la mala gestión del poder, a menudo agravada por la manipulación de la conciencia"
"En una Iglesia que quiere ser seguidora de Cristo y de su Evangelio, el hecho de que se hable de abusos de autoridad, de poder o de conciencia por parte de miembros de la Iglesia hacia otras personas, dentro o fuera de la Iglesia, ha dejado hoy de ser tabú y, de hecho, se ha convertido en un deber"
"En la raíz de esos abusos está la mala gestión del poder, a menudo agravada por la manipulación de la conciencia"
"En una Iglesia que quiere ser seguidora de Cristo y de su Evangelio, el hecho de que se hable de abusos de autoridad, de poder o de conciencia por parte de miembros de la Iglesia hacia otras personas, dentro o fuera de la Iglesia, ha dejado hoy de ser tabú y, de hecho, se ha convertido en un deber"
| José Manuel Martins Lopesenero
(La Civiltà Cattolica).- Los abusos sobre los que se reflexiona en este artículo son distorsiones del ejercicio de la autoridad y del modo de vivir la obediencia, virtud que une a todos los cristianos y los identifica con Cristo, él mismo obediente al Padre hasta la muerte de cruz[1]. Con mayor razón, la identificación con Cristo en la obediencia la experimentan las personas consagradas cuando, por voto, se comprometen a obedecer a sus legítimos superiores. Lo mismo experimentan los diáconos y los presbíteros diocesanos cuando prometen obediencia a su obispo en el momento de la ordenación.
La importancia de la obediencia ha sido reconocida en la vida de la Iglesia desde sus orígenes. Clemente Romano nos da un ejemplo cuando, en la Epístola a los Corintios, apela a la sumisión a la jerarquía eclesiástica como forma de cumplir el mandato del propio Cristo. Así, cada uno, en el cumplimiento de su deber y con respeto a la dignidad de los demás, contribuye, precisamente mediante la obediencia, a la edificación del cuerpo de Cristo[2].
"La importancia de la obediencia ha sido reconocida en la vida de la Iglesia desde sus orígenes. Clemente Romano nos da un ejemplo cuando, en la Epístola a los Corintios, apela a la sumisión a la jerarquía eclesiástica como forma de cumplir el mandato del propio Cristo"
A veces, especialmente en la vida consagrada, uno puede ser llamado a vivir la obediencia en circunstancias particularmente difíciles, en las que puede surgir la tentación del desánimo y de la desconfianza. A este respecto, san Benito, padre del monaquismo, pedía siempre un diálogo confiado entre monje y abad e invitaba a la obediencia por amor a Dios y confiando en su ayuda. San Francisco de Asís insistía, por su parte, en la «obediencia amorosa», en la que el monje, aun sacrificando sus propias opiniones, realiza lo que se le pide porque así «agrada a Dios y al prójimo»[3].
La dimensión teologal de la obediencia debe ser custodiada y preservada sin reservas, porque es una dimensión fundamental en la vida de las comunidades cristianas, que garantiza su unidad y su carácter misionero. Tal realidad, tan presente en la historia de la Iglesia, especialmente en las diversas formas de vida religiosa, debe ser apreciada y defendida. Precisamente en la sociedad actual, en la que se subraya con razón la subjetividad y la autonomía de la persona individual, la obediencia vivida de manera adulta es signo de pertenencia a Cristo y de una vida entregada al servicio de su Reino[4]. Por tanto, los abusos de poder, de autoridad o de conciencia constituyen heridas en el tejido eclesial, es decir, laceraciones en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
El Papa Francisco es muy consciente de esta cuestión. En una entrevista concedida a un canal de televisión portugués, dijo: «Quiero ser muy claro al respecto: ¡el abuso de hombres y mujeres en la Iglesia – abuso de autoridad, abuso de poder y abuso sexual – es una monstruosidad! Y una cosa está muy clara: tolerancia cero. Cero. Un sacerdote no puede seguir siendo sacerdote si es un abusador. ¡No puede! Porque está enfermo o es un criminal, no lo sé… Pero está claro que está enfermo. Es la bajeza humana, ¿no?»[5].
"Poco a poco en la Iglesia – como en el mundo – hemos aprendido a seducir, a tergiversar los hechos y a manipular la atención y las emociones del receptor, utilizando la desinformación al servicio del difusor y desacreditando a la víctima para que su eventual reacción no sea apreciada por nadie"
En una Iglesia que quiere ser seguidora de Cristo y de su Evangelio, el hecho de que se hable de abusos de autoridad, de poder[6] o de conciencia[7] por parte de miembros de la Iglesia hacia otras personas, dentro o fuera de la Iglesia, ha dejado hoy de ser tabú y, de hecho, se ha convertido en un deber[8]. En la raíz de esos abusos está la mala gestión del poder, a menudo agravada por la manipulación de la conciencia[9]. Poco a poco en la Iglesia – como en el mundo – hemos aprendido a seducir, a tergiversar los hechos y a manipular la atención y las emociones del receptor, utilizando la desinformación al servicio del difusor y desacreditando a la víctima para que su eventual reacción no sea apreciada por nadie[10].
[2] Cfr. Clemente Romano, Lettera ai Corinzi, Bolonia, EDB, 1999, capp. 37-44. ↑
[3] Cfr. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, Roma, 11 de mayo de 2008, n. 26. ↑
[4] Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 11 de febrero de 2013, n. 56. ↑
[5] Entrevista de M. João Avilez para TVI y CNN Portugal, 4 de septiembre de 2022 (fb.watch/f_NFXyD2Tk). ↑
[6] Podría decirse que todo abuso es un abuso de poder, si entendemos el poder no solo como algo institucionalizado, sino como la relación en la que, por diversas circunstancias – contexto, situaciones familiares, relaciones sociales o laborales, etc.-, una persona tiene el control sobre otra. El maltrato se produce cuando la persona que tiene este control lo utiliza de forma excesiva, para imponer su propia voluntad sin tener en cuenta los deseos o la voluntad del maltratador. Es, por tanto, una afrenta a la dignidad de la persona. El maltrato presupone la cosificación, la instrumentalización de una víctima, para satisfacer los caprichos arbitrarios del maltratador. Cfr J. L. Rey Pérez, «Una reflexión sobre los abusos desde el derecho y lo institucional. La respuesta de los derechos humanos», en R. J. Meana Peón – C. Martínez García (edd.), Abuso y sociedad contemporánea. Reflexiones multidisciplinares, Pamplona, Thomas Reuters Aranzadi, 2020, 377 s. ↑
[7] El maltrato psicológico o de conciencia consiste en conquistar, controlar y dominar la conciencia de otra persona, obligándola a actuar de una determinada manera. Implica comportamientos, asumidos de forma sistemática y repetitiva, que lesionan la dignidad y la integridad psíquica de la víctima. Cfr. Á. Rodríguez Carballeira et al., «Un estudio comparativo de las estrategias de abuso psicológico: en pareja, en el lugar de trabajo y en grupos manipulativos», en Anuario de Psicología 36 (2005/3) 299-314. Inducir a la sumisión y producir confusión son las principales formas de abuso de poder, que conducen a conquistar, controlar y dominar la conciencia de la víctima. Cfr. G. Roblero Cum, «Ejercicios espirituales y abuso de conciencia. Un proceso de liberación del sometimiento y la manipulación afectiva», en Manresa 92 (2020/2) 157. ↑
[8] Cfr J. Beltrán, «El abuso de poder y conciencia entre religiosas ya no es tabú», en Vida Nueva, n. 3249, 2021, 16 s. ↑
[9] El Papa ya había asociado estos tres elementos «abuso sexual, poder y conciencia»:cfr. Francisco, Carta del Santo Padre al pueblo de Dios, 20 agosto 2018. ↑
[10] Cfr. G. Asa Blanc, «El sujeto resistente frente a los abusos: vivencia de dignidad y coraje de ser», en R. J. Meana Peón – C. Martínez García (edd.), Abuso y sociedad contemporánea…, cit., 248. ↑
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