"Se requieren consejos -tanto parroquiales como el diocesano- que sean codecisivos y deliberativos" Mi lectura del Documento final del Sínodo (2024): “Sin la implicación de los obispos, esto no va adelante”

Iglesia sinodal
Iglesia sinodal

"Se puso en marcha el Consejo Pastoral Diocesano, codecisivo según sus primeros estatutos y con capacidad para presentar una terna de posibles candidatos cuando se produjera un cambio en la presidencia de la diócesis"

"Es urgente que esta diócesis cuente con un obispo y con un consejo episcopal que, sinodalmente proactivos, lideren la recuperación de esta comunidad, en su gran mayoría, desalentada o desesperanzada"

"Nombramiento de mujeres a puestos de responsabilidad pastoral en las llamadas vicarías territoriales y en otros ámbitos, hasta ahora reservados en exclusiva a los presbíteros"

Invitado por el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao (IDTP) he tenido la oportunidad de ofrecer el pasado 13 de marzo de 2025 mi lectura implicativa del Documento final del Sínodo sobre la sinodalidad (2024). 

He realizado tal lectura a partir de cuatro referencias que indico en primer lugar. A la luz -y a las sombras- de tales referencias, he formulado, en un momento posterior, diez sugerencias.


1.- Cuatro referencias 


Las cuatro referencias que están presentes en mi lectura implicativa del Documento final del Sínodo (2024) son, en primer lugar, la Asamblea Diocesana, celebrada en la iglesia local de Bilbao de 1984 a 1987. En segundo lugar, la existencia -durante aquellos años- de un liderazgo episcopal y gubernativo proactivos. A estas dos primeras referencias añado, en tercer lugar, la presencia en nuestros días de tres “hechos mayores” que creo que tenemos delante y con los que nos estamos confrontando de una u otra manera. Y, en cuarto lugar, la apuesta por, al menos, seis estrategias pastorales, no todas igualmente válidas.

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Dos miradas ante el Sínodo "lectura desde la Iglesia local"
Dos miradas ante el Sínodo "lectura desde la Iglesia local"


1.1.- Primera referencia: la Asamblea diocesana (1984-1987)


Leyendo implicativamente el Documento final sobre la sinodalidad (2024) es inevitable tener presente -como primera referencia- la celebración en esta diócesis -entre los años 1984 y 1987- de la Asamblea Diocesana. La Diócesis de Bilbao de aquellos años lo hizo contando con el aliento y el estímulo de unos obispos, de un equipo vicarial y de muchas personas interesadas en recibir creativamente el Vaticano II en nuestra iglesia local. 

Traigo a colación esta referencia como la primera no solo para manifestar mi extrañeza por su ocultamiento e irrelevancia en las celebraciones del 75 aniversario de la creación de la diócesis de Bilbao, sino, sobre todo, porque entiendo que una lectura implicativa del Documento final del Sínodo sobre la sinodalidad (2024) habría de llevarnos a comparar -algo que excede las posibilidades de esta aportación- las “Conclusiones de la Asamblea Diocesana” y dicho Documento del Sínodo sobre la sinodalidad para apreciar convergencias y divergencias. 

Pero también para poner en valor el modo de liderar la Diócesis proactivamente y la Asamblea por parte de los obispos y de los responsables pastorales de aquellos años, así como para recordar la firme voluntad de implementarla, una vez concluida, poniendo en marcha los planes diocesanos de pastoral e intentando articularlos con otros territoriales y funcionales. 

E, igualmente, para tener presente que, como resultado de su celebración, se puso en marcha el Consejo Pastoral Diocesano, codecisivo según sus primeros estatutos y con capacidad para presentar una terna de posibles candidatos cuando se produjera un cambio en la presidencia de la diócesis

Y, finalmente, la celebración de la Asamblea Diocesana permitió impulsar y extender la formación humana, teológica, espiritual y apostólica del laicado mediante la creación del Servicio Diocesano de Formación del Laicado (SDFL).

Fernando Prado, Florencio Rosello, Juan Carlos Elizalde y Joseba Segura
Fernando Prado, Florencio Rosello, Juan Carlos Elizalde y Joseba Segura


1.2.- Segunda referencia: un liderazgo episcopal proactivo


La segunda referencia que tengo presente es que esta diócesis de Bilbao ha padecido -en los más de 30 años que han sucedido a la finalización de dicha Asamblea Diocesana- unos nombramientos episcopales que han sido recibidos como una desautorización de tal ejercicio de sinodalidad por una notable parte de la comunidad cristiana. Y que tal percepción ha incidido en el desaliento -cuando no, en la desesperanza y en muchos de los “exilios interiores”- en los que se encuentra sumida en el presente dicha notable parte de nuestra Iglesia local. 

Es urgente que esta diócesis cuente con un obispo y con un consejo episcopal que, sinodalmente proactivos, lideren la recuperación de esta comunidad, en su gran mayoría, desalentada o desesperanzada. Y que lo haga liderando -tras las consultas que estime conveniente- un proyecto de acción pastoral que nos permita ser, cuanto antes, una iglesia sinodal a partir de los “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios” que todavía puedan existir; algo que, en nuestro caso, nos lleva a ser y reconocernos como una comunidad minoritaria, pero viva, con futuro y esperanzada. 

Sobran los diagnósticos catastrofistas y se requiere, como agua de mayo, un liderazgo episcopal sinodalmente proactivo que insufle esperanza porque, entre otras razones, cuenta con un programa de actuación pastoral alentador y estimulante, a la vez que también capaz de sacar -a la gente que así lo quiera- de sus respectivos “exilios interiores”.


1.3.- Tercera referencia: tres “hechos mayores”


En tercer lugar, no quiero descuidar -en la lectura implicativa que ofrezco- la centralidad que tienen lo que denomino tres “hechos mayores”. Los formulo como tema de debate y de discernimiento, en el caso de que exista esa voluntad.

Los hechos a los que me refiero y tengo presentes son estos tres

la caída en picado del número de presbíteros diocesanos seculares y su muy complicada recuperación a corto, medio y largo plazo, si no cambia -y se enriquece- el actual -y exclusivo- modelo de ser presbítero en el rito latino del que formamos parte;
la caída del número de los católicos o fieles “practicantes” cultuales, sobre todo, a partir de la pandemia del Covid, y
la caída -también en picado- de muchas de las actuales parroquias.

'Informe RD' al finalizar el Sínodo
'Informe RD' al finalizar el Sínodo

1.4.- Cuarta referencia: las estrategias pastorales en curso 

La cuarta -y última- de las referencias que tengo presente en esta lectura implicativa son las seis estrategias pastorales (y los correspondientes modelos de Iglesia) con los que se está intentando salir al paso de los tres “hechos mayores” reseñados. Me limito a indicarlas, sin entrar en más detalles que, por cierto, no estarían de más. Pero el tiempo manda.

La primera de las estrategias -la más generalizada durante muchos años e, incluso, en el presente- es la “entreguista”, la de que todo siga “como siempre” hasta que se autodisuelva por inanición, es decir, por falta de presbíteros o por ausencia de un número significativo de parroquianos o miembros o por la carencia de un programa de actuación con visos de futuro.

La segunda, es la “contrarreformista” y tridentina o “revival”. “Contrarreformista” y “tridentina” porque relee el Vaticano II (1962-1965) a partir del concilio de Trento (1545-1563), es decir, dando por inmejorables los recursos espirituales, teológicos, litúrgicos y organizativos que, activados en el siglo XVI -como respuesta a la crisis y reforma luterana- entienden que son óptimos para afrontar algunas de las muchas cuestiones a cuyo paso tiene que salir la Iglesia del siglo XXI.

La tercera de las estrategias pastorales es la de la caridad y la justicia “sin Jesús” o, lo que es lo mismo, aquella que se decanta por exclusivizar uno de los tres pilares fundamentales de toda comunidad cristiana (la caridad y la justicia) con descuido -e, incluso, desatención- de los otros dos pilares o cimientos con los que ha de articularse: por un lado, el anuncio, la evangelización y la formación y, por otro, la espiritualidad, la liturgia y la celebración. Es una estrategia pastoral que frecuentemente no tiene presente que el programa del Monte de las Bienaventuranzas es de Jesús de Nazaret, no el de una ONG aconfesional. Por ello, no cuida -como se debe atender- la relación con el Crucificado en los crucificados y samaritanos de nuestros días, evitando que se esclerotice, por ejemplo, en una profesionalización sin alma o en un voluntariado aconfesional o, lo que a veces suele suceder, sin referencia al Evangelio y acomplejado de su matriz “jesu-cristiana”.

La cuarta estrategia pastoral es la que está llevando a una reorganización de las diócesis teniendo como buque insignia de dicha reorganización la creación y agrupación de parroquias en las llamadas “unidades pastorales”. Éstas, visto cómo se está procediendo en otras iglesias europeas -y también entre nosotros- pueden ser “residuales” para resultar mega o “macrounidades pastorales”, igualmente “residuales”. Una señal de ello es que los pocos presbíteros que puedan existir en tales “megaunidades pastorales residuales” empiecen a percibirse -dada su tarea preferente- más como “agentes inmobiliarios” que como acompañantes de comunidades -que, aunque pequeñas- sean vivas y con futuro. Pero también es cierto que pueden ser unidades pastorales estables porque lo son de “restos parroquiales” o de “rescoldos comunitarios” que -debidamente acompañados- deciden unirse libre y responsablemente.

Joseba Segura
Joseba Segura

La quinta estrategia pastoral, frecuentemente articulada con las anteriores, es la que busca contar con los servicios de presbíteros o seminaristas -cuantos más, mejor- de fuera de la diócesis y, particularmente, extranjeros, al margen de que algunos de ellos puedan estar marcados por teologías, eclesiologías y espiritualidades, con frecuencia, en las antípodas de la actualización conciliar promovida los últimos decenios o al margen de una mínima inculturación, empezando por un conocimiento suficiente del idioma. 

Y, finalmente, la sexta estrategia pastoral es la que ha estado centrada en promover, en un primer momento, los laicos con encomienda pastoral y profesionalizados para pasar, en fases posteriores, a crear las llamadas unidades pastorales y promover la figura del laico “referente pastoral”. Es una adaptación -en mi opinión fallida- del modelo alemán.


2.- Diez sugerencias


Al proponer estas sugerencias confieso que comparto y ratifico la previsión que se ofrece en el número 94 del Documento final del Sínodo (2024) sobre lo que puede pasar en la Iglesia y en una diócesis cuando no se implementa -como es nuestro caso- una Asamblea Diocesana. Lo comparto y ratifico porque es lo que se viene evidenciando, al menos, desde hace más de 30 años, en nuestra diócesis de Bilbao: “sin cambios concretos a corto plazo, la visión de una Iglesia sinodal no será creíble y esto alejará a los miembros del Pueblo de Dios que han sacado fuerza y esperanza del camino sinodal”.

Es un acertado diagnóstico que, a la vez, coexiste -algo que, también comparto y espero que no sea por puro voluntarismo- con lo que seguidamente se indica en dicho Documento final: “corresponde a las Iglesias locales encontrar modalidades adecuadas para poner en práctica estos cambios” 

A la luz -y a la sombra- de lo recogido en este número, formulo y ofrezco las siguientes diez sugerencias


1.- En el nº 117 del Documento final del Sínodo se constata que “en muchas regiones del mundo, las pequeñas comunidades cristianas o comunidades eclesiales de base son el terreno en el que pueden florecer intensas relaciones de proximidad y reciprocidad, ofreciendo la oportunidad de vivir concretamente la sinodalidad”.

El Sínodo que continúa: e la nave va (II)
El Sínodo que continúa: e la nave va (II)

Tengo presente, en primer lugar, este número porque entiendo que la primera y más importante de las sugerencias teológico-pastorales que me brotan de la lectura en la que estoy inmerso es la de promover y acompañar a los actuales “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios”, allí donde los haya o pueda haberlos, para que puedan ser -cuanto antes- comunidades vivas, con futuro y estables.

Esta sugerencia se sostiene, esquemáticamente, en estos cinco puntos o acciones, imposibles de desarrollar en estos momentos como se merecen: 


1.1.- Promover “comunidades de libre y responsable adhesión” equivale a constituir -de manera prioritaria- “restos parroquiales” o “rescoldos comunitarios” formados por un número mínimo de entre 15 y 20 bautizados y bautizadas que están dispuestos a entregar un tiempo determinado para ponerse en marcha y crear -en unos 6 o 9 años- una comunidad viva, con futuro y estable. Entiendo que es algo que hay que promover a partir de lo que actualmente subsiste en nuestras parroquias y comunidades. Esta “comunidad de libre y responsable adhesión” -así constituida, donde sea posible- pasaría a ser el “primer círculo de pertenencia eclesial”.


1.2.- Alentar, promover y acompañar los “equipos pastorales o ministeriales de base” constituidos por tres ministerios laicales y dos delegados de la comunidad con reconocimiento y envío episcopal o vicarial. Las llamadas del Documento final sobre la ministerialidad laical son de lo más claro y contundente que hay en dicho Documento, aunque me parezca que -en algún importante punto- se quede corto con respecto a la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Ministeria quaedam” (1973) de Pablo VI. 


1.3.- Cuidar la relación con los otros diferenciados “círculos de pertenencia eclesial”: los dominicales, los ocasionales, los alejados, las comunidades y organizaciones -religiosas o laicales- estables presentes en el territorio, los movimientos apostólicos, etc.


1.4.- Recepcionar la teología conciliar del ministerio, laical y ordenado (diaconado, presbiterado y episcopado). No vale el retorno contrarreformista al concilio de Trento y al modelo de un ministerio ordenado sacralizante y obsesionado por “su poder”, al que se está asistiendo en muchas diócesis; y también en la nuestra. A diferencia de este modelo, entiendo que necesitamos presbíteros que sean apostólicos, itinerantes y cuya identidad y espiritualidad pase por la promoción y el cuidado de la unidad de fe, la misión y la comunión eclesial de los “restos parroquiales”  y de los “rescoldos comunitarios” que puedan acompañar o, en su caso, de las comunidades parroquiales estables, cuando se compruebe que, efectivamente, lo son.


1.5.- Desarrollar creativamente -al menos, de momento- el canon 517 & 2, a la espera de la revisión del Código de Derecho Canónico que se demanda en el Documento final. Las sugerencias a la creatividad y valentía pastoral en este sentido son notorias en dicho Documento final. Como también lo es el camino que vienen recorriendo unos cuantos obispos centroeuropeos en su relación con los departamentos vaticanos cuando solicitan la oportuna “recognitio” de algunas iniciativas que, formalmente no recogidas en el actual Código de Derecho Canónico, entienden, sin embargo, que son pastoralmente necesarias. Tal es el caso, por ejemplo, del nombramiento de mujeres a puestos de responsabilidad pastoral en las llamadas vicarías territoriales y en otros ámbitos, hasta ahora reservados en exclusiva a los presbíteros. La gran mayoría de ellos comunican que no solo han sido escuchados, sino que, incluso, se han encontrado con una actitud proactiva por parte de los responsables de tales departamentos vaticanos; algo sorprendente, por desconocido, hasta no hace mucho.

Bautizo
Bautizo Pixabay


2.- La lectura del Documento final del Sínodo me lleva a sugerir, en segundo lugar, la importancia de tener muy presente en el “aggiornamento” de la identidad y espiritualidad del ministerio ordenado la matriz bautismal -tal y como se realiza en el Vaticano II (“Presbyterorum Ordinis”, 1965), para, desde ella, repensar la singularidad del sacramento del Orden recibida de Trento y superada en el Vaticano II. Es algo que se está formulando, en concreto, por quienes están repensando la “representatio Christi” o la actuación “in nomine Christi Capitis” -y los “poderes” derivados del sacramento del Orden- en una Iglesia toda ella sinodal y ministerial. 


Creo que es una de las mejores maneras de salir al paso del tan denostado clericalismo y de la sacralización del ministerio ordenado, reactivados en el Sínodo mundial de obispos de 1971. Fue entonces cuando se propició una lectura involutiva y preconciliar de la identidad y espiritualidad del ministerio ordenado, reactivada con fuerza -como he adelantado- estos últimos años; también entre nosotros.


3.- Mi lectura implicativa del Documento final del Sínodo me lleva, en tercer lugar, a sugerir la necesidad de comprender y ejercer el diaconado como sacramento de Cristo, servidor de los pobres y promotor de la justicia, no como “sub-presbíteros” o “curas de segunda división”. E, igualmente, a sugerir la necesidad de promover en los “restos parroquiales” y en los “rescoldos comunitarios” el ministerio laical de la caridad y de la justicia. Y desde tal ministerio –a la vez, ordenado y laical- a repensar y promover una Caritas Diocesana con un formato jurídico similar -por ejemplo- al de una Fundación de “inspiración cristiana”, profesionalizada y competente que colabora con el ministerio laical de la caridad y la justicia cuando se solicitan sus servicios.


4.- E igualmente, me lleva a recordar -en cuarto lugar- la identidad y espiritualidad de los obispos o sucesores de los apóstoles –para nada, como explícitamente proclama el Vaticano II, vicarios o delegados del Papa- enfatizando la importancia de que lideren proactiva y esperanzadamente una renovación eclesial que permita contar con comunidades vivas, estables y con futuro cuanto antes. Por tanto, me estoy refiriendo a un episcopado que se olvide del pluralismo indiscriminado al que no pocos de ellos gustan apuntarse, en nombre de una comunión, formal, “ingenua” y aparentemente sin opciones. Y, sobre todo, a que superen la “tortícolis vaticana”, tantas veces denostada, pero no por ello, superada.


Además, me refiero a un episcopado que también ha de estar dispuesto a someterse -en sintonía con el nº 135 del Documento final del Sínodo- a evaluaciones periódicas, tal y como se expresan los padres y madres sinodales sobre la Curia y los Nuncios, algo que también creo que vale para los obispos.

Consejo pastoral


5.- La lectura implicativa me lleva -en quinto lugar- a sugerir la necesidad de evaluar y repensar el ministerio de los laicos con encomienda pastoral y profesionalizados como laicos que acompañan -una buena parte de ellos, por no decir que todos- teológico-pastoralmente a los llamados “equipos ministeriales de base” de los restos parroquiales o de los rescoldos comunitarios, cuando lo necesiten y demanden; nunca como gestores o coordinadores de los mismos o por encima de ellos.


6.- En sexto lugar, pensando en algunas de las instituciones, necesarias para que pueda implementarse una iglesia sinodal, se requieren consejos -tanto parroquiales como el diocesano- que sean codecisivos y deliberativos. Vale para este punto todo lo indicado sobre “la corresponsabilidad diferenciada” y la necesidad de superar el formato unipersonal, absolutista, medieval y monárquico de tal “diferencia” -actualmente vigente- en favor de otra democrática (nº 36. 89. 92). 


E, igualmente vale el modo de implementar dicha capacidad codecisiva y deliberativa de los consejos pastorales parroquiales y del Consejo Pastoral diocesano propuesto por el Camino Sinodal alemán. Ello quiere decir que lo normal ha de ser que las decisiones adoptadas por mayoría cualificada sean asumidas por los respectivos obispos y párrocos como vinculantes; obviamente, cuando no estén fehacientemente en juego la unidad de fe, la misión y la comunión eclesial; algo que hay que, igualmente regular, teniendo en cuenta el modo de proceder de la Iglesia en los primeros siglos y lo que, al respecto, ya se está formulando -y hasta ensayando- en algunas diocesis centroeuropeas.


7.- En séptimo lugar, la lectura implicativa no puede descuidar la claridad con la que en el Documento final se enfatiza la intervención del pueblo de Dios en el nombramiento de sus obispos. Y, en concreto, me lleva a sugerir que, sin descuidar las consultas personales al respecto, se empiece a reconocer al Consejo Pastoral Diocesano la capacidad para presentar una terna, en conformidad con el nº 70 de dicho Documento final: “la Asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más voz en la elección de los obispos”. No estaría de más que hubiera una consulta al respecto por parte, al menos, de nuestro obispo ante las instancias vaticanas, tal y como recojo en el último punto de este decálogo. Es una deuda que tenemos pendiente con la Asamblea Diocesana y con el Consejo Pastoral Diocesano.


8.- Sugiero, en octavo lugar, establecer Asambleas diocesanas periódicas en conformidad con el nº 108. Obviamente, ésta es una decisión que compete no solo convocar, sino, también, liderar al obispo proactivamente, en fidelidad a lo que -con claridad meridiana- se dice en dicho número del Documento final: tales encuentros diocesanos son imprescindibles -más allá de estratégicas consideraciones sobre si hay “masa crítica o no” u otro tipo de argumentos- “cuando se trata de opciones relevantes para la vida y la misión de una Iglesia local”.


9.- De la lectura del Documento final del Sínodo concluyo con toda claridad, en noveno lugar, la urgencia de crear la Conferencia Episcopal Vasca en conformidad con los nº 120 y 126 y superar la actual configuración eclesiástica, castigo franquista de la postguerra.

Provincia eclesiástica vasca


10.- Finalmente,  invito a los obispos a que tengan muy presente la “Nota de acompañamiento” del papa Francisco al Documento final, en particular, cuando dice que “se podrá proceder (…) a la activación creativa de nuevas formas de ministerialidad y de acción misionera, experimentando y sometiendo las experiencias a verificación” (24 de noviembre de 2024). Y, en concreto, al pasaje en el que remite el acompañamiento en la actual “fase de implementación” del camino sinodal, “a la Secretaría General del Sínodo junto con los dicasterios de la Curia Romana”. 


La lectura de este punto me lleva a sugerir la importancia de contar, en décimo lugar, con un obispo y un gobierno diocesano que asuman proactivamente no solo tal indicación papal, sino también a que se sumen a la revisión en curso de la “recognitio papal” y a enumerar sinodalmente las cuestiones que -como se indica en el Documento final- “deben ser restituidas a los Obispos en sus Iglesias o agrupaciones de Iglesias” (134). 


Creo que con esta sugerencia está en juego la recepción conciliar de la deseada -y frustrada- articulación entre primado papal y colegialidad episcopal y la superación de una sinodalidad meramente “escuchante” por parte de la jerarquía en favor de otra “codecisiva” y deliberativa, tal y como también queda propuesta -y pendiente de estrenar- en la Constitución Apostólica “Episcopalis communio”, 18 & 2 del Papa Francisco. 

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