Antonio Aradillas Los obispos tienen miedo

(Antonio Aradillas).- Con el fin de evitar, ya desde el principio, malentendidos e interpretaciones imprudentes y arriesgadas, me limito a transcribir la definición que del "miedo" registra el diccionario de la RAE en dos de sus acepciones más comunes :" Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea", o "perturbación o angustia de ánimo por un riesgo o daño real o imaginario".

Tal y como es fácil comprobar, los obispos manifiestan tener miedo y miedos. Piensan y actúan bajo presiones de índoles diversas, tal y como acontece con el resto de los mortales, clérigos y laicos, aunque en su colectivo, y por misteriosas razones, sus apariencias y efectos resultan ser más notorios.

De no existir tales miedos, es evidente que el comportamiento de la generalidad de los obispos tuviera otro signo, y este coincidiera en mayor proporción con el "cuidado, respeto y capacidad de servicio -"ministerio"- exigido por la condición episcopal", como "vigilante, guardia y custodio de la comunidad eclesial, por encima de todo y de cualquier otro carisma".

Como la carrera es la carrera, por eclesiástica que esta sea, no pocos obispos tienen, lo que se dice, "miedo cerval" al Código de Derecho Canónico y a sus intérpretes oficiales, con sobreestimación por su parte del mismo evangelio, encarnada tal exégesis y atribución en los Nuncios y en el resto de sus "hermanos en el episcopado". A uno y a otros, abrazarán con docilidad en conformidad con las normas litúrgicas o protocolarias, aunque proclamándole simultáneamente al pueblo de Dios que se trata de un rito y no de una actitud reclamada en el contexto de la pedagogía- teología y ascética del abrazo- abrazo familiar y amistoso.

Los obispos les tienen legítimo y ortodoxo miedo a Roma y a su Curia Pontificia. Precisamente esta actitud y situación les hace estar desorbitadamente atentos a sus decretos e insinuaciones, mirando en exceso a la capital de la cristiandad y a sus signos y símbolos, y no tanto a sus diocesanos - clérigos y laicos- , que configuran y encarnan la realidad de la universalidad de la Iglesia en el marco sagrado de la pluralidad y diversidad locales.

Los pobres -marginados, desheredados, menesterosos, "Lázaros" y asilados-, les dan, por lo común, miedo a los miembros del episcopado. Estos se sienten más cómodos, seguros y como en sus casas-palacios, con los potentados, ricos, acaudalados y sobrados en bienes materiales y asentados en poderes cívicos, políticos y aún culturales.

A los obispos les da miedo proclamar la palabra de Dios, por lo que desaprovechan multitud de ocasiones para hacerlo "a pecho descubierto", con o sin atuendos pontificales, no optando por medios distintos a los Boletines Oficiales Diocesanos, hojas parroquiales, periódicos o cadenas de radio y de TV. de su propiedad, en los que no corren el menor riesgo de ser sorprendidos por "indiscreción" alguna de periodistas - ellos y ellas- inoportunos, e insensatos, que se "salen del guión", pero que son siempre sílaba o palabra de Dios,

Interesando de verdad a la opinión pública los temas religiosos, resulta impensable que alguno o algunos miembros del episcopado no se haya prestado ya a aparecer, por ejemplo, en la "Sexta", sin preguntas y respuestas pactadas de antemano, escudado solo con referencias verazmente evangélicas, testimoniadas hoy de modo especial por el Papa Francisco.

Los obispos les tienen hoy miedo a los laicos. La teología del laicado no es su "fuerte". Lo es menos aún, cuanto constituye la relación mujer e Iglesia. La definición de la sempiterna "Eva- pecado e impureza legal", está, y estará, vigente en el ordenamiento pseudo- teológico medieval del episcopado, con escandaloso abuso de textos bíblicos y con comportamientos ciertamente denigrantes, propios de culturales decrépitas y subdesarrolladas, al servicio de intereses espurios y no al servicio del bien de la colectividad.

Los obispos les tienen miedo a la mujer, por mujer, y más si estas son ya teólogas, acreditados sus estudios sobradamente con los títulos universitarios correspondientes.

El miedo de los obispos a los medios de comunicación social, no adscritos a su causa, por intereses económicos o ideológicos, es soberanamente patente. Los atuendos episcopales se hacen ostentosa y activamente presentes en ceremonias solemnes, en actos de sociedad y política - por aquello de los "Estados Pontificios"- y en declaraciones que no sobrepasen las esferas "espirituales", sin compromisos -alabanzas o denuncias- para los de carácter "terrenal".

De vez en cuando, la voz de alguno de ellos se escucha en los medios de información general, aunque siempre en sintonía con retrogradismos ancestrales, propios de quienes viven, e intentan seguir viviendo, "en el mejor de los mundos" y "caiga quien caiga"

Santa terapia para eliminar, o paliar, los miedos episcopales a sacerdotes y a laicos /as es decir, a la propia Iglesia, pasaría por convocar "asambleas conjuntas" con unos y otros, a nivel diocesano y también nacional, contando siempre con la adecuada preparación por parte de todos y, por supuesto, con la clara y nítida disponibilidad de voz y de escucha.

Del desarrollo del correlativo tema de "los obispos que dan miedo a sus diocesanos -clérigos y laicos", con flagrante olvido de los dichos populares de que "no hay médico para el miedo" y de que "quien huye ante el miedo cae en la zanja", lo dejo para otra ocasión, limitándome ahora a sugerir que el indiscriminado uso de la mitra pagana y del báculo, enjoyado con piedras preciosas, a veces guerrero en los más ilustrados, suscita ya estímulos e instigaciones , para la hilaridad por su histrionismo. El descarte de signos y símbolos "litúrgicos" es tarea pastoral apremiante.

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