El teólogo Benjamín Forcano analiza la última obra de José María Castillo 'El Evangelio marginado': El seguimiento de Jesús, alma y sustancia de la vida cristiana
"Nuestro seguimiento de Jesús no es posible sin romper con las mil ataduras al sistema que nos rodea y configura nuestra vida"
"Pablo pensó y organizó la Iglesia sin el Evangelio, es decir, sin destacar el ámbito humano de Jesús"
"Personas como Jesús, libres de miedo y ataduras, ponían en peligro el sistema establecido. Su estilo de vida era desestabilizador"
"Personas como Jesús, libres de miedo y ataduras, ponían en peligro el sistema establecido. Su estilo de vida era desestabilizador"
| Benjamín Forcano, teólogo
Comienzo por destacar la novedad que este libro de José Mª Castillo representa. Todos sabemos que, a lo largo de la historia, la llamada Iglesia de Jesús, ha sufrido distanciamientos, contradicciones, abusos e incluso desviaciones con respecto al programa primordial del Evangelio. Todo lo cual no niega que, en medio de ella, y de forma coherente, se hayan dado siempre seguidores de ese Evangelio.
Pero el tema abordado por el autor de 'El Evangelio marginado' no es ese ni tiene reparo en decirlo: ”Afirmo que la Iglesia vive en una contradicción que es la peor de todas en las que puede vivir. Porque se trata de la contradición entre la Iglesia y el Evangelio” (Pg. 11).
No alude, pues, a comportamientos individuales que en un momento o en otro, en una medida o en otra, se muestran contradictorios con el Evangelio. La contradicción se refiere a factores y estructuras que, en el desarrollo de la Iglesia, se han ido insertando como si manaran del Evangelio y le fueran naturales.
Tales contradicciones el autor las muestra en los campos siguientes:
1. Contradicción entre la teoría y la práctica
Entre el pensar y el obrar, lo que se dice y lo que se hace. La Iglesia ha montado toda una serie de enseñazas teólogicas, preceptos, ritos, y modos de vivir que anulan lo enseñado por el Evangelio: “Planteamientos y cuestiones centrales en contradicción con el Evangelio, cuestiones que los “hombres de Iglesia” despachan marginando el Evangelio desde el principio del cristianismo, con la aceptación o la tolerancia y complicidad de todos… La Iglesia, en su conjunto, sabe que en determinadas cuestiones importantes vive lejos de la ejemplaridad de Jesús y, a veces, incluso en los antípodas del Evangelio” Pgs.13-14).
La contradicción no se puede eludir, puesto que “los evangelios ocupan el lugar preeminente al ser “el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo enacarnado, nuestro Salvador (DV, 18) . De modo que, “Lo que nos narran los evangelios tendría que ser lo primero y lo principal en la vida de la iglesia, en su organización, en su estructura, en la gestión de su gobierno y en todo a lo que la gente le entra por los sentidos “ ( Idem, p. 15).
2. Perpetuación de lo que le ocurrió a Jesús en vida
La paradoja, que estalla en este punto, está en que Jesús, profundamente religioso, entra en conflicto con la religión de su pueblo y con quienes se habían otorgado el dereccho de custodiarla e interpretarla: los sacerdotes.
Una religión que tenía su centro en el Templo, espacio sagrado por excelencia y en el que los profesionales de la religión realizaban sus rituales y sacrificios de siempre.
¿Qué paso para que entre los sacerdotes y Jesús surgiera un terrible enfrentamiento, vieran en él una amenaza, lo espiaran, lo consultaran taimadamente, lo calumniaran y decidieran finalmente condenarlo a muerte?
El evangelio nos cuenta paso a paso este enfrentamiento. Se hace cada vez más agudo hasta hacerse incompatible: “Los más religiosos y observantes del judaismo del siglo primero no soportaron a Jesús, lo consideraron como un peligro de muerte para ellos mismos” (Pg. 16).
A propósito de esto, el autor lanza esta pregunta: si la religión oficial de su tiempo era un modo de vivir incompatible con la vida y enseñanZa de Jesús, ¿se puede afirmar que este hecho se ha perpetuado, en buena medida, en la Iglesia con el consiguiente escándalo de grandes sectores de la población que no quieren saber nada ni de la iglesia, ni de la religión y los “hombres de iglesia” sigan pensando que no tienen culpa alguna?
“Ha ocurrido y sigue ocurriendo que en la Iglesia se marginan, se deforman o se quita importancia a temas, relatos, propuestas y exigencias, de Jesús “que no interesan” o –lo que es más preseocupante – “que estorban a las conveniencias “ de quienes, desde cargos de poder, privilegio y fama ejercen una potestad intocable y “sagrada”, que no se puede mantener sino marginando del Evangelio lo que les impide o dificulta ostentar su poder , su influencia social, su dignidad y sus pRivilegios, en todo aquello que, disfrazado de evangelización, es en realidad un eficaz ejercicio de poder al ejercicio de intereses inconfesables”. (Pg. 18).
3. ¿A qué se renuncia cuando se margina el Evangelio?
Creo que entrar en este punto, es dar con la clave para poder discernir cuándo se abandona el Evangelio y por qué.
Los discípulos de Jesús lo son, primero de todo, porque son llamados a vivir en unión íntima con su persona. De ahí mana una nueva manera de entender y vivir la vida, exclusiva de Jesús, y que equivale a proclamar el reino de Dios, a desvelar el plan salvador del Padre. La proclamación y verificación de este reino las lleva a cabo Jesús en su propia humanidad, señalando el sentido y destino de la nuestra.
“Ir en pos de Jesús” equivalía en su tiempo a ser discípulo suyo. La labor de los rabinos israelitas gozaba del honor de ser maestros, proponían el estudio de la Ley, formaban a discípulos, que debían perseguir un ideal de vida religiosa con conocimiento y fidelidad a la ley. Ser buen religioso consistía por tanto en cumplir tales o cuales preceptos y así cumplir la Ley.
En ese sentido, hay rasgos que presentan a Jesús como uno de los maestros, pero hay otros rasgos que lo diferencian: la libre elección que hace de sus discípulos, el no prometerles honores ni dignidad alguna, el preocuparse de los niños, de las mujeres, de los publicanos y pecadores, de las ovejas perdidas de Israel; rasgos estos que se deben a su dignidad y misión mesiánica, provovadora de admiración en la gente.
No sin razón, el conocido exegeta C. Spicq afirma que “El seguimiento –imitación- de Cristo es el alma de la moral neotestamentaria” ( Teología moral del Nnuevo Testamento, II, 173, p. 786).
Con seguimiento físico o no, el seguimiento es verdadero cuando aparece como consecuencia de un haber escuchado a Jesús y de un haberse propuesto seguirle con profunda y confiada adhesión a su persona. Porque en la raíz del seguimiento está la seducción que la persona de Jesús ejerce sobre el seguidor, el cual se entrega enteramente a asimilar su doctrina y sobre todo a reproducir su conducta.
Castillo se cuida de subrayar tres cosas básicas, que sustentan la seguridad de nuestra vida y que Jesús exige para poder seguirle: la propiedad de cuanto tienes, la dignidad de que gozas ante los demás y el hogar familiar que te cobija. La pregunta entonces es ésta: ¿dependemos de lo que nos da la seguridad en la vida o somos libres y disponibles para el servicio del Evangelio y sus valores?
Renunciar a esas exigencias era duro para la sociedad de de Jesús y lo es en la nuestra. Y quiere decir que, a la hora de seguir a Jesús, entonces o ahora, nuestro seguimiento de él no es posible, sin romper con las mil ataduras al sistema que nos rodea y configura nuestra vida.
Nuestra sociedad y nuestra cultura ofrecen, al igual que la suya, una serie de seguridades (dinero, poder, éxito, placer…) propias de personas “selectas” y “respetables” que no son compatibles con la Buena Noticia que él anuncia.
Si el espíritu de nuestra época exige eliminación de todas las sujeciones inútiles, el seguimiento de Cristo corta de raiz esa suerte de sujeciones al proclamar una liberación total: de la Ley, de los totalitarismos, de las discriminaciones, del quietismo, de la evasión, de los absolutismos terrestres, del miedo, del pecado, de la muerte: “El seguimiento de Jesús, recalca Castillo, representaba y exigía una ruptura con la ley y la moral convenconalmente establecida por la religión oficial” (Pg. 90).
Seguir a Jesús es asumir su proyecto de vida
En la historia de la iglesia se han dado diversas maneras de presentar el seguimeinto de Jesús. Y las hemos ratificado como si lo fueran de verdad. Todo por no haber delimitado primero en qué consistía de verdad ese seguimiento.
Lo que hace que un seguimiento de Jesús sea verdadero es una cosa elemental: adoptar su forma de vivir, que es inconfundible, pero que fácilmente tergiversamos ignorando que estamos muy lejos de ella.
Ahora, para sentirse seguidor de Jesús, hay que comenzar por sentirse llamado por él, cautivado no por sus teorías, discursos o mandatos sino por la práctica, por su modo de vivir.
Jesús era profundamente religioso, pero se distanciaba enormemente de la enseñanza religiosa oficial y de quienes tenían el encargo de interpretarla y custodiarla. Una cosa caracterizaba a sus dirigentes: que tenían alianza con el poder político de Roma y les tocaba poseerlo y demostrarlo desde la enseñanza y custodia del poder religioso. Y eso es a lo que Jesús se oponía, pues el poder crea clases, una que lo disfruta e impone, y otra que debe someterse y soportar toda clase de sufrimientos: “La decisión de seguir a Jesús se verifica por la identificación con las carencias, necesidades e intereses de las gentes peor tratadas por el sistema sociopolítico, tanto en el Imperio en tiempo e Jesús como en la actualidad” (Pg. 100).
Y esta decisión no llega a darse sino es comprometiéndose a vivir como Jesús. El, con su vida, alteró el orden del Imperio y de la religión, lo cuestionó día tras día, poniendo al descubieto la hipocresía de una fuerte minoría social que disponía de la mayor parte de la riqueza.
Personas como Jesús, libres de miedo y ataduras, ponían en peligro el sistema establecido. Su estilo de vida era desestabilizador y solía acabar con el ignomioso y cruel castigo del la crucifixión. Castigo reservado a los que luchaban contra el abandono, la miseria, el maltratto y soledad de quienes estaban bajo el sistema.
En ese sentido, Jesús habló claro: si me seguís, os perseguirán como a mí, os cargarán la cruz, os condenarán y os crucificarán. Hacer vuestra la cauda de la gente “don nadie” es mi propia causa, y sería demoledor y transformador para la sociedad. Sabedlo: seguirme y hacer vuestra mi forma de vivir conduce a la condena y a la muerte.
Lo decisivo en la relación con Jesús es su seguimiento
José M Castillo tiene especial cuidado en mostrar cómo el seguimiento de Jesús no consiste en cumplir escrupulosamente lo prescrito por la Ley, pasándose por encima otros deberes primordiales: “En la Roma del imperio no se crucificaba a nadie por ser una persona muy religiosa…En la cruz solamente podian morir quienes eran marginales sociopolíticos, como extranjeros rebeldes, delincuentes que utilizaban la violencia y esclavos. En definitiva, gentes que podían poner en peligro el sistema” (Pgs. 16-17).
Jesús atendía primero de todo a dar vida, la religión no podía servir para legitimar nada inhumano, injusto, que falsificase la verdad. De inmediato, el sanedrín judio vio que Jesús limitaba su poder y denunciaba el sufrimiento amparado por ellos con la estricta observancia de los mandatos religiosos. “En consecuencia, el que sigue a Jesús modifica por completo sus preocupaciones, sus interesess y los problemas por los que , si es preciso, se parte la cara y deja la vida a jirones. El que hace todo esto tiene muy claro que a eso los cristianos lo llamamos el seguimiento de Jesús” (Pgs. 99-100).
Resulta esclarecedor el hecho de que, tanto en el punto de partida como en el de llegada, Jesús exige que se le siga, sin más. Un seguirle libremente, dejando todo lo demás
Claro que este seguimiento implica una fe, pero una fe que no reposa en la propia capacidad sino en Jesús mismo, en fiarse plenamente de él, dispuesto a vivir como él: “Decir sígueme es lo mismo que decir libérate de todo lo que te ata en esta vida, de todo lo que limita o condiciona tu libertad , de todo lo que te da seguridad al margen de tu relación conmigo” (Pg. 109). Los discípulos aprendieron de Jesús, de su vida lo que era seguirle, no de libros ni teorías que les explicara.
Y aprendieron a través de él, quién y cómo era Dios. Jesús fue para ellos la explicación misma de Dios, a quien nadie ha vista jamás: “Felipe el que me ha visto a mí, está viendo al Padre (Jn 14,9). Si es verdad que nosotros no podemos conocer a Dios, nuestro conocimiento de él en Jesús es lo menos mitólogio que podemos imaginar y lo que más nos apoxima a él.
Seguir a Jesús es, por tanto, no tanto la fe en una doctrina cuanto la identificación con la vida de Jesús, con una manera de obrar: “Lo importante en la vida no es la religión o las creencias que cada cual tiene, sino la conducta de bondad, humaniad, sensibilidad ante el sufrimiento de los demás, gratitud ante un favor recibido, en definitiva, la honradez y la honestidad” (Pg.115).
¿Cuándo se inicio el desconocimiento y marginación del Evangelio?
Quizás sea éste el punto más importante del libro, pues todos partimos del supuesto de que la Iglesia nació y se desarrolló a partir del Evangelio. Pero es eso precisamente lo que cuestiona Castillo: ”El primer hecho extraño, que ocurrió ya en los orígenes del cristianismo, por lo que se refiere a la relación entre la Iglesia y el Evangelio, consiste en que la iglesia nació, se organizó y empezó a vivir y actuar sin conocer el Evangelio de Jesús” (Pg. 19).
La Iglesia es mencionada diversas veces por San Pablo en sus Cartas, escritas antes de los años 60. Pero, para nada, Pablo habla en ellas del Evangelio de Jesús. Por dos razones, porque Pablo no conoció personalmente a Jesús y porque los Evangelios no aparecen escritos hasta des pués del 70.
¿La Iglesia configurada sobre esos primeros 20 años tenía noticia de quién fue él Jesús real, histórico, que era Dios en su condición humana y lo que eso representaba?
Lo que aparece como cierto es que Pablo pensó y organizó la Iglesia sin el Evangelio, es decir, sin destacar el ámbito humano de Jesús (lo inmanente) y sí el ámbito divino, referido al Hijo de Dios, resucitado de entre los muetos. Lo divino tenía más peso y a lo divino debía supeditarse todo lo humano.
Esto hace que las aportaciones teológicas que hace Pablo son diferentes a las de los Evangelios, pueden ser enriquecedoras, pero son diferentes. Pablo no mostró apenas interés por el Jesús terrenal, su vida y mensaje y, por supuesto, por sus conflictos con las autoridades religiosas de Israel. De hecho, jamás se preguntó por quién lo crucificó y por qué motivos lo condenaron y fue ajusticiado entre dos malhechores.
Pablo no dudó en afirmar que Jesús murió por nuestros pecados, para redimirnos mediante un sacrificio expiatorio de sangre, cambiando lo que fue la vida de Jesús un recuerdo peligroso por un sacrificio redentor. Con lo cual llega a sustituir el sacrificio existencial de Jesús por el sacrifico ritual de los sacerdotes y del templo: “Pablo se atiene más bien al sacrificio ritual, que es el que ha prevalecido en la teología de la salvación, de la liturgia y de la vida de la Iglesia, como si Dios necesitara el “sacrificio” y la “expiación” del Crucificado para redimir al hombre del pecado” (Pg. 25).
Lo cual no deja de ser importante, pues el Dios de Jesús, Padre lleno de bondad y misericordia, que siempre acoge y perdona, nada tiene que ver con el Dios del “sacrificio”. Si la encarnación de Dios en Jesús es la Humanización de Dios en el mismo Jesús, esto es lo que Pablo nunca pudo saber.
Este modo de pensar llevó a que Pablo dijera cosas que hoy son insostenibles: “Interpretar la cristología desde la necesidad de la redención, la salvación para la eternidad y una idea patética de Dios y de la Religión que inevitablemente se asocian con el miedo, la amenaza, el castigo, el sacrificio expiatorio y, en todo caso y todo momento, la dura experiencia de la sumisión y la obediencia a la jerarquía eclesiástica y al clero, que administran e imponen lo que hay que pensar, lo que hay que creer, lo que se nos perdona y lo que no” (g 26).
Hubo, pues, “Un tiempo de más de 30 años, hasta que comenzaron a difundirse los Evangelios, que marcaron el pensamiento y gestión de la Iglesia, sin que se pudiera conocer al Dios que se nos reveló en Jesús de Nazaret ni una idea sobre lo que entraña el proyecto de vida que Jesús nos enseñó mediante su vida y sus enseñanzas” (Pg. 27) .
San Pablo intentó integrar la fe en Jesucristo en la sociedad y en la cultura del Imperio
El libro de José Mª Castillo, no acaba con lo que he dicho. Habría de proseguir exponiendo la fuerte influencia que el gnoticismo tuvo en su pensamiento, por su dualismo entre Dios y el mundo, la materia y el espíritu, que explica su desinterés por cualquier acción constructiva de este mundo y por su manera de entender la fe, centrada sobre todo en el pecado y en la obediencia a la doctrina que predica, interpreta y enseña la jerarquía de la Iglesia.
A pesar de todo, nadie puede negar la importancia del apóstol Pablo en los orígenes y expansión de la Iglesia, la cual gracias a él logró convertirse en una religión universal.
Pero, igualmente cierto es que su expansión en la cultura del Imperio tuvo un precio muy alto, demasiado grande y demasiado importante: “Un precio del que Pablo no pudo darse cuenta por la sencilla razón de que no conoció a Jesús ni se había enterado de su historia en este mundo. De ahí que lo más probable es que Pablo no estuviera informado del enfrentamietno que Jesús vivió con la religión y que le llevó a la muerte en cruz” (Pg.41).
Dos teologías complementarias, pero diferentes
Es mucho más lo que habría que comentar y degustar de este libro de Jose Mª Castillo. Pero, quiero concluir con unos párrafos que sintetizan lo más original y nuevo del mismo.
Todos los cristianos debiéramos caer en la cuenta de lo mucho que aquí está en juego: Las cartas de Pablo expresan una cristología centrada en la muerte y resurrección de Jesucristo, orientada al problema de la salvación del pecado, la justificación ante Dios y el logro de la vida eterna. Después de los años 70, los Evangelios introdujeron en la Iglesia y en la Teología un cambio decisivo: la vida de Jesús de Nazaret es el centro del Evangelio cristiano: “El paso de la teología de Pablo a la teología de los evangelios constituyó y sigue exigiendo la transformación y el cambio en nuestra forma de entender y vivir la religiosidad. La teología de Pablo se centró en la fe Jesucristo muerto y resucitado , mientras que la teología de los evangelios se centró en la forma y estilo de vida que llevó Jesús de Nazaret”.
“La teología de Pablo tiene su centro en la “otra vida”, mientras que la religiosidad que exige necesariamente la teología de los evangelios tiene su centro en “esta vida”. Ambas se complementan y de ellas derivan dos cristologías, la una centrada en la fe en Cristo y la otra centrada en el seguimiento de Jesús.
Se trata de dos formas de entender y vivir la religiosidad que, de una forma o otra, inciden en en la vida entera. La teología de Pablo reduce la religión a unas creencias y prácticas rituales y sagradas, mientras la de los evangelios entiende la religiosidad como una forma de vida, un proyecto de vida en el que se centra nuestra relación con Dios y nuestra manera de vivir. En definitiva, una ética.
Quien se relaciona con una persona que sigue a Jesús no tiene más remedio que pensar que tiene que haber una realidad última que nos trasciende, un “más allá”. Es lo inexplicable de una vida así llevada lo que obliga a pensar que tiene que existir el Trascendente: Dios". (Pgs. 101-103).
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